De ratones y hombres. Autor: John Steinbeck. Adaptación: Juan Caño Arecha y Miguel del Arco. Intérpretes: Fernando Cayo, Roberto Álamo, Antonio Canal, Rafael Martín, Josean Bengoetxea, Irene Escolar, Eduardo Velasco, Diego Toucedo, Alberto Iglesias, Emilio Buale. Lugar y fecha:Teatro Gayarre, 9/11/2012.

Cariños que matan

De ratones y hombres es una obra compuesta en torno a la ausencia de la gran tríada de la felicidad: salud (mental), dinero y amor. Lo primero es lo que le falta al grandullón Lennie, una especie de traslación del monstruo de Frankenstein a la época de la Gran Depresión. El dinero es la carencia general que mueve el destino de todos los personajes de esta pequeña gran historia de supervivencia y sueños rotos. Y la necesidad de amor es lo que los acerca entre sí. Al menos hasta que se topan de bruces con una barrera de desconfianza que cada uno levanta para protegerse. Todos se buscan y se repelen en un proceso continuo que alimenta la infelicidad. Tal vez solo Lennie dispone de la ingenuidad suficiente para mostrar sin disfraz sus afectos, sea por ratones, perros, conejos o humanos. El problema está en que los efectos de su cariño suelen ser destructivos.

Miguel del Arco ha recuperado el texto de Steinbeck en un momento en el que las necesidades económicas generan prevención hacia los extraños, pero, por fortuna, también movimientos de solidaridad. Parece, por tanto, una revisión oportuna. Y para los que hemos visto Veraneantes, La función por hacer o La violación de Lucrecia, una nueva ocasión de disfrutar con el trabajo de un director de probado talento. La sensación después de ver la obra es buena, muy buena en algunos momentos, pero hay ciertos detalles que no terminan de estar a la altura de las expectativas previas.

El principal es la introducción de un personaje que no existía en la pieza de Steinbeck. Matizo: no es que la mujer de Curley no estuviera en la novela; es que la personalidad que le da Del Arco difiere bastante del original. En el texto, la mujer de Curley ni siquiera tiene nombre. Es, como el mismo Steinbeck señaló, «solo un símbolo». Es la sombra que planea sobre el sueño de prosperidad de George y Lennie, la sirena cuyo canto les llevará a estrellarse contra los arrecifes. La mujer de Curley es, sobre todo, coqueta y provocativa, aunque Steinbeck no se contentara con caracterizarla como un cebo de sensualidad, sino que la humanizó haciéndole compartir con los demás la insatisfecha necesidad de cariño. En esta versión, se trata de hacerla pasar por una niña sin malicia, inconsciente del deseo que provoca, y no cuela. Algunas de sus acciones resultan inverosímiles, y la escena en la que se trata de presentarla como una bailarina (símbolo de la muñequita fuera de sitio en un mundo de hombres rudos, o algo así) provoca perplejidad. A las líneas que le han escrito para su personaje se les nota demasiado su condición de añadido, que parece a veces casi improvisado. Y no lo achaco a la intérprete, Irene Escolar, que ha demostrado en otros trabajos (Oleanna, Agosto), ser una actriz como la copa de un pino.

La parte positiva es casi todo lo demás. La pareja protagonista formada por Fernando Cayo (George) y Roberto Álamo (Lennie) está magnífica. La forma de expresarse de Fernando Cayo, casi descuidada, como si reescribiera mentalmente sus líneas mientras las va diciendo, le añade naturalidad. Roberto Álamo demuestra sus grandes dotes de actor en cada matiz de su personaje, desde su voz aniñada hasta su modo de andar; en cualquier gesto, se ve el infantil carácter de Lennie. Ambos están arropados por un reparto magnífico, desde el colérico y eléctrico Curley de Diego Toucedo hasta el tullido y amargado Crooks de Emilio Buale. Muy bien también el Candy tan humano como triste que borda Antonio Canal. Las escenas están construidas sobre dos patrones opuestos, uno de tensión creciente y otro de placidez, que contrastan muy bien y producen efectos emocionales encontrados. Les quitaría, eso sí, el subrayado de los efectos sonoros en plan «aquí se va a liar una buena», que me resulta superfluo.

Pedro Zabalza. Diario de Noticias.