La loba. Autora: Lillian Hellman. Versión de Ernesto Caballero. Dramaturgia y dirección: Gerardo Vera. Intérpretes: Héctor Colomé, Carmen Conesa, Nuria Espert, Ricardo Joven, Paco Lahoz, Markos Marín, Jeannine Mestre, Víctor Valverde, Ileana Wilson. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 06/10/12. Público: lleno.

Hay que venir al sur

EL sur existe. En el teatro, al menos. El sur de Estados Unidos, porque cada norte tiene también un sur, y todos los nortes son sures de alguna parte. Pues este sur ocupa un lugar literario: es el fértil espacio de los campos de algodón sin límites, de la decadente aristocracia rural, de la permanente esclavitud negra; un espacio en el que el calor sofocante hace crecer las pasiones como gordos frutos maduros y corrompe los sentimientos.

Hablo de la literatura y del teatro, y lo primero que se le viene a uno a la memoria al hablar de La loba es la versión cinematográfica dirigida por William Wyler y protagonizada por Bette Davis. Porque Bette Davis es mucha Bette Davis, y resulta muy difícil obviarla. No obstante, en esta puesta en escena de la obra de teatro primigenia, tenemos a Nuria Espert, y Nuria Espert es lo suficiente Espert como para no tener que compararla con nadie, ni siquiera con Bette Davis. No obstante, su Regina Hiddens (o Hubbard) no me parece de la misma familia de animales que la de la Davis. No le veo la fiereza de una loba a la que supuestamente alude el título de la versión española (el original inglés es The Little foxes, las pequeñas zorras, y está sacado de un versículo del Cantar de los Cantares que advierte de que los pequeños animales que pasan inadvertidos a veces ocasionan los mayores males; me parece más adecuado). La Regina de Nuria Espert me recuerda más bien a un ave que domina la situación con ojos de rapaz, dispuesta a sacar sus garras a la menor debilidad de sus enemigos; o a un pequeño reptil que serpea entre las botas de hombres poderosos, inconscientes del poder de su veneno, un poco como el Don’t tread on me de la bandera de Gadsden.

Del tipo que sea, Nuria Espert sigue siendo un animal de escenario. Sibilina cuando se pelea con sus hermanos por el reparto de los beneficios, rencorosa con su marido y fría en la famosa escena del ataque al corazón de este último; una escena que se mantiene intensa, pese a no contar con primeros planos y otros recursos cinematográficos. No obstante, si me dan a elegir, casi me quedaría con la escena en la que Birdie Hubbard (Jeannine Mestre) confiesa que no ha sido feliz ni un solo día entero de su vida. Su personaje de mujer apocada, dipsómana y al borde del histerismo es el contrapunto a la fémina glacial y calculadora que encarna Nuria Espert, pero, en un supuesto regateo por los beneficios, ese arranque de sinceridad desesperada de Birdie le arrebataría a Regina un buen porcentaje de protagonismo. Y hasta me pareció que el silencio de la sala era más silencioso.

El resto del reparto arropa muy eficazmente a la diva, sin apenas puntos débiles que hagan dudar de la solidez del montaje. Tal vez la fría declaración de odio de Alexandra (una, por lo demás, correctísima Carmen Conesa) hacia su madre suene un poco a hueco; o el carácter de pelele útil de Leo Hubbard (Markos Marín) parezca un poco subrayado (conveniente, quizá, para que nos repela más su boda con Alexandra). Pequeños detalles (discutibles, además) que no enturbian un soberbio trabajo en todas las líneas, con interpretaciones sobresalientes de Ricardo Joven y de Héctor Colomé, dando vida a los dos codiciosos hermanos Hubbard; y también la de Víctor Valverde, en su papel de James Hiddens, la encarnación un tanto alegórica de ese orgullo sureño en decadencia, que muere para dar paso a las ambiciones de los negociantes sin escrúpulos.

Pedro Zabalza