La escuela de la desobediencia. Dramaturgia: Paco Bezerra. Dirección: Luis Luque. Intérpretes: María Adánez y Cristina Marcos. Lugar y fecha: Teatro Gayarre. 31/08/2012. Público: media sala.

La educacion sensual

EL sexo y la literatura mantienen una relación espinosa. Cierto es que el sexo tiene su propio coto libresco, el de la literatura erótica, pero, fuera de ahí, en la mayor parte de los casos, pasa por las páginas casi escondiéndose detrás de las letras, disfrazado las más de las veces con el antifaz de otros sentimientos que causen menos escándalo. Si hablamos de la sexualidad femenina, las referencias hay que buscarlas con lupa.

En teatro, tal vez podamos contar como ejemplo de estas últimas a Lisístrata, la archiconocida obra de Aristófanes en la que las mujeres deciden terminar con las ínfulas guerreras de sus maridos mediante una huelga sexual. El sexo, como el humor, tiene algo (mucho) de sedicioso, de peligroso disolvente del poder. Que se lo pregunten, médium mediante, a Michel Millot, presunto autor de, L’École des filles, uno de los libros en los que Paco Bezerra se ha inspirado para componer la dramaturgia de La escuela de la desobediencia. El pobre Millot terminó colgado de una soga por sugerir algo tan peligroso como que las mujeres podían salirse de los ceñidos clichés sociales que las condenaban a no ser más que una muda y complaciente sombra de sus maridos (salvo que escogieran encerrarse tras los muros de un convento o de un prostíbulo) y disfrutar de su sexualidad.

Bezerra recoge el testigo de Millot y de Pietro Aretino, el autor de Raggionamenti, el otro libro en el que se basa la presente obra. Las protagonistas de La escuela de la desobediencia se rebelan contra el destino que los condicionamientos sociales les marcan por su condición de mujeres y deciden, precisamente, desobedecer esas pautas. Visto con la perspectiva actual, el tema de La escuela de la desobediencia tiene valor como reivindicación de un derecho y como recuerdo de una injusticia histórica. No le encuentro, no obstante, el perdurable poder subversivo que mantiene una Justine, por ejemplo; tampoco el interés narrativo de Las amistades peligrosas. Y esto me parece bastante más importante.

Le reconozco a Bezerra el talento para componer diálogos naturales, que constituyan un material de primera para que un intérprete cree un personaje atractivo y creíble. Lo ha hecho recientemente en esa especie de thriller sobre el ciberacoso llamado Grooming. Pero, mientras que en esta última, el toma y daca verbal de los dos protagonistas iba modelando una historia de suspense creciente, en La escuela de la desobediencia, la tensión dramática es rotundamente plana. El meollo de la pieza consiste en la larga explicación que Susanne dedica a su prima Fanchon sobre cómo disfrutar de los placeres carnales. No sé si para alguien del respetable tiene esto valor didáctico; espero que no, al menos, la parte dedicada a la contracepción, en la que Susanne parece menos puesta. Lo que me parece claro es que narrativamente resulta un tanto endeble. La larga exposición pedagógica tiene su correlato posterior cuando, en una segunda parte, Fanchon relata sus progresos a su maestra, lo que, al menos muestra una cierta evolución de los personajes. Me quedo con algunos momentos en los que los diálogos, como he comentado antes, suenan brillantes y mantienen cierto interés recurriendo al humor. María Adánez y Cristina Marcos, que son dos actrices más que solventes, sacan chispas de esos momentos, aunque sea marcando a sus personajes con un puntillo de exageración. Con todo, es su trabajo, bien dirigido por Luis Luque, el que mantiene la función.