Crítica de "Comendo pimentos de Padrón con Tarantino", de Carrachanacacha Teatro, de Narón (La Coruña)
Comendo pimentos de Padrón con Tarantino. Compañía: Carrachanacacha. Autor y director: Leandro Lamas. Intérpretes: María Veiga, Gena Hernández y Antonio Estévez. Lugar y fecha: Casa de Cultura de Tafalla, 24/09/11.
Todos pican
SEGÚN el archiconocido aforismo, los pimientos de Padrón pican alternativamente: unos sí, otros no. Sin embargo, en esta bandeja que nos sirve la compañía coruñesa Carrachanacacha, pican todos: todos los gags que integran el intenso espectáculo que representaron el pasado sábado en la Casa de Cultura de Tafalla, dentro del Festival de Teatro del Tercer Sector, dejan un gusto ácido en la boca que sigue al dulzor de la risa inicial. La obra anuncia ya desde el título lo que nos vamos a encontrar: Comendo pimentos de Padrón com Tarantino; es decir, galleguismo a tope, mezclado con un humor a medio camino entre el kitsch y el esperpento.
El argumento de Comendo pimentos de Padrón com Tarantino se construye sobre la clásica historia de niña-que-quiere-ser-artista. Un esquema clásico al que se le sobrepone un tono de surrealismo vitriólico que abre las puertas a cualquier posibilidad, por inesperada que sea. Incluso a que la resolución venga de la mano de añejos mitos de la música popular. Un glamour de oropel que nuestra protagonista persigue para salir definitivamente de la aldea gallega donde su padre le da al frasco en la taberna y su madre se encarga de limpiar los cerdos: un escenario rural de esa Galicia caníbal que se ha convertido en un tópico seguramente excesivo, pero es que todo en la obra es deliberadamente excesivo. En fin, rural y antropófaga si se quiere, pero si este es el nivel medio de los grupos aficionados gallegos, estos caníbales se nos comen vivos.
Comendo pimentos de Padrón com Tarantino se presenta con envoltorio de gamberrada, y lo es. Pero una gamberrada muy bien construida, bien sustentada en unos personajes que conforman la verdadera sustancia del enredo, por encima de una trama que se revuelca en los tópicos para reírse de ellos. Unos personajes en los que late una pulsión muy humana (no necesariamente en el buen sentido) por debajo de su apariencia de marionetas granguiñolescas. Algo de lo que seremos plenamente conscientes al final, cuando caiga la máscara pintarrajeada para que pueda palparse la carne doliente.
En fin, no me pongo más metafórico. Seamos concretos: quiero destacar el extraordinario trabajo de escritura y de dirección de Leandro Lamas. Ya he hablado del envoltorio con el que se presenta la obra y de parte de lo que se oculta por debajo. También sucede en la escritura: la trama puede parecer un desvarío al servicio de unos personajes delirantes, pero el modo en que se enhebran las escenas revela que por debajo hay una mano que sabe cómo conducir una historia para evitar tiempos muertos y caídas de ritmo. Otro tanto sucede con una dirección detallista y exigente, dedicada a la búsqueda de intensidad de cada momento y a que funcionen todos los gags.
Por supuesto que nada de esto sería posible sin la participación de dos actrices magníficas, María Veiga y Gena Martínez (el papel de Antonio Estévez, aparte de su acompañamiento al piano, es más episódico, pero también eficaz). Ambas intérpretes demuestran una excelente vis cómica, perfectamente compatible con la seriedad con la que afrontan la construcción de sus respectivos personajes.
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