PERFORMANCES SOBRE LAS SUITES PARA VIOLONCHELO SOLO DE J.S. BACH. Programación: ciclo Coda en Movimiento del Museo Universidad de Navarra. Intérpretes: Compañìa Kor’sia (Antonio de Rosa, Mattia Russo, Astrid Bramming). Compañía Mónica Runde e Inés Narváez. Luis Felipe Serrano, violonchelo. Lugar: salas del museo. Fecha: 17 y 18 de febrero de 2017. Público: buena entrada (4,50 euros, 3 reducida).

Ver la música. Oír la danza.

Ibis Albizu, estudiosa y, en cierto modo filósofa de la danza, presenta el ciclo Coda en Movimiento, dedicado a Bach por enfermedad de R. Salas. Más allá de narraciones concretas -salvo las majestuosas excepciones de la Pasión San Mateo de John Neumeier, o el Magníficat-, lo que se le sugiere al espectador es, más abstracto: ver la música y oír la danza, según la cita de Balanchine, cuyo Concierto barroco es un clásico de las coreografías bachianas.

Por esta estética van las dos performances presentadas. Ambas sobre las suites para violonchelo solo de Juan Sebastián; y ambas alimentadas por el excelente violonchelista Luis Felipe Serrano, que, como un corazón palpitante, de sonido profundo, envolvente y francamente hermoso, otorga a los bailarines la razón de ser de sus movimientos, no sólo el sustento rítmico.

La primera performance (De Rosa, Russo, Bramming) es pura abstracción sobre el preludio de la segunda suite, el preludio de la primera y la zarabanda de la tercera. La sala Palazuelo acoge la música con una acústica magnánima; Luis Felipe logra un sonido muy humano, surgido de una perfecta afinación y una versión enteramente volcada hacia los bailarines: un Bach grande que lo abarca todo. Los bailarines se dejan empapar y evolucionan como el humo a merced de la música, con movimientos curvilíneos y legato (preludio de la 2ª), o más retorcidos (en el dibujo del preludio de la 1ª); son un trío de dos bailarines y una bailarina, pero prevalece la individualidad; salvo en un precioso paso a dos entre los chicos, y algún entramado a tres. Todo muy compenetrado: chelo, danza, escenario luminoso, público acogido en la cercana respiración de los danzantes.

La segunda performance (Runde, Narváez), es, sencillamente, magistral. Con el latido del mismo violonchelista, que vuelve a interpretar las suites bachianas con esa sensación de hacer fácil lo más difícil, Mónica Runde descuelga metafóricamente, las fotografías de Luis Gonzáles Palma y Graciela de Oliveira, y se las apropia para su movimiento: son unas series sobre los pies, las manos, y una instalación de fotos enrolladas de gran formato. Runde, después de calentar sus pies bajo el mural del mismo tema, hace un soberbio ejercicio sobre el muro y sobre la lenta y grave zarabanda de la segunda suite. A continuación, ya con Inés Narváez, y bajo los múltiples tondos de manos (tan balletístico fondo) traza una línea, por la que quiere llevar a su compañera; ésta se desmarcar bailando con extraordinaria soltura las bourrés de la tercera suite; pero, de nuevo la zarabanda de la tercera, en un recogido paso a dos, las lleva por la línea trazada. Y no sólo eso, la bailarina, también atrapa al público, implicándolo, y trazando una red con su bufanda que se va deshaciendo. Todos ya, en la misma cuerda, de danza y violonchelo. Por cierto, un magnífico instrumento, poderoso, refinado a la vez y maleable en las manos del músico, de principios del siglo XX.

Publicado por TEOBALDOS en Diario de Noticias el lunes 20 de febrero de 2017.