CRÍTICA TEATRO

LA VELOCIDAD DEL OTOÑO.

Productora: Pentación y Talycual (Madrid). Autor: Eric Coble. Versión: Bernabé Rico. Espacio escénico y dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Lola Herrera y Juanjo Artero. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 10 de septiembre. Públicos: Lleno, casi mil espectadores.

Envejecer con carácter

El tirón de Lola Herrera, también de Juanjo Artero, es incontestable. Llenaron las dos funciones del Gayarre en su programa de verano con un público de edad, dispuesto a disfrutar de ambos intérpretes en el género que mejor se adapta a su personalidad interpretativa, la alta comedia. Una sesión de apenas 70 minutos de duración sostenida por una actriz que, a sus 81 años, mantiene su brillo interpretativo, dominio escénico y una envidiable retentiva para decir su papel sin vacilaciones, lo que significa que afortunadamente todavía la veremos por los escenarios en los próximos años.

El problema de La velocidad del otoño es que es una obra mala, dicho de entrada y sin medias tintas. Un trabajo de escritura teatral de aliño, muy plano, sin ninguna chispa, absolutamente previsible y con unos diálogos carentes de ingenio. Es truquero, además, con momentos pretendidamente melodramáticos y un engarce de situaciones y diálogos artificioso, pero que sirve al autor para elaborar su discurso de respeto a la vejez y a la dignidad de las personas mayores. La versión en castellano peca de falta de  ambición y permite una serie de tacos y palabras malsonantes perfectamente evitables, que como siempre, y más en este género, son muestra de pereza autoral.

Alejandra es una pintora viuda que vive atrincherada en su domicilio de toda la vida, rodeada de cócteles molotov que amenaza con utilizar para prender fuego al edificio si sus hijos intentan forzar la entrada. La quieren llevar a una residencia. Por la ventana accede el hijo pequeño, Cristóbal, comisionado por sus hermanos debido a que siempre tuvo una conexión especial con la madre, por su condición de artista, aunque fracasado. La situación es bastante artificiosa y los diálogos muy blandos, sin chispa ni argumentario que permita un debate intelectual sólido. Aun así, la actitud de ambos personajes va evolucionando y el hijo se acaba posicionando con la madre frente a sus hermanos, que no paran de abrasarlo a llamadas telefónicas y amenazan con enviar a la policía. El encuentro pone sobre el tapete la tristeza que supone perder las condiciones físicas y mentales con la edad, además de ser un alegato sobre la necesidad de independencia de los ancianos y el derecho a disfrutar de la soledad buscada.

El texto queda pues como un vehículo para el lucimiento de los intérpretes y en ello se centra la dirección. Lola Herrera inocula el genio vivo y carácter fuerte del personaje con verdad, en la misma línea en que interpretó el papel protagónico de El estanque dorado, vista en Baluarte no hace tanto. Juanjo Artero no se resignó a quedarse en niño prodigio (Verano azul) y está realizando una meritoria carrera interpretativa a base de formación, esfuerzo y talento. No renuncia a ningún papel. En enero pasó por Zizur Mayor con El hijo de la novia y brilla con luz propia en un entrañable monólogo sobre su vida, El milagro de la tierra, todavía inédito en Navarra. A ambos se les nota muy cómodos en escena. Empastan bien, como lo demostraron en Seis clases de baile en seis semanas. Magüi Mira es buena directora de actores y logra que Artero salve los momentos más intensos de su personaje, que sobre el papel no dan más que para lloriqueos y mohínes. Sus puestas en escena, sin embargo, suelen ser  anodinas: apenas mueve a los personajes en una escenografía convencional que nada aporta al drama. Y Mira vuelve a subrayar con música los momentos más melodramáticos, como en los telefilmes de sobremesa dominical. Una función perfectamente olvidable con dos actores solventes.

POR Víctor Iriarte. Publicada en Diario de Noticias de Navarra el martes 13 de septiembre de 2016.