CRÍTICA TEATRO

TRIUNFO DE AMORCompañía: Nao d’amores (Castilla y León). Dramaturgia: Ana Zamora, a partir de textos y músicas de Juan del Enzina. Dirección: Ana Zamora. Interpretación: Sergio Adillo, Javier Carramiñana y Eva Jornet. Músicos: Rodrigo Muñoz, Irene Serrano e Isabel Zamora. Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro. Asesor de verso: Vicente Fuentes. Coreografía: Javier García Ávila. Espacio escénico: David Faraco. Vestuario: Débora Macías. Lugar: La Cava del Castillo de Olite. Fecha: Lunes 25 de julio. Público: 250 espectadores, más de media entrada.

Cupido Superstar

Nao d’amores es uno de los acontecimientos más felices que ha dado el teatro español en los últimos tres lustros y la demostración palpable de que se puede hacer teatro de proyección internacional desde la provincia (Segovia) si hay mimbres y rigor, así como  de que la calidad es la base para la supervivencia de cualquier proyecto teatral. La compañía estable encontró un “nicho de mercado” que nadie en este país había querido ocupar: el teatro pre-barroco, complejo de subir a escena por la carencia de un conflicto que atrape al espectador, su lenguaje medievalizante, elevado lirismo y la falta de fuentes directas sobre la puesta en escena de época. Ana Zamora, buena conocedora de este exquisito patrimonio poético y experta directora de escena, cimenta su trabajo en textos a los que extrae la esencia que los hace eternos, es decir, actuales. Su teatro, sin embargo, es pura vanguardia, porque ofrece una dramaturgia totalmente contemporánea, una recreación que sin embargo parte de un meticuloso conocimiento de la tradición. Es imposible innovar si no se domina al dedillo el saber acumulado. En sus espectáculos se filtra ese riguroso estudio de las danzas, tradiciones, pastorales, carnavaladas o fiestas de raíz medieval que le han llevado a patear el país de palmo a palmo y que introduce con tino en la acción dramática. Nao d’amores comenzó su aventura con Gil Vicente y este mismo mes de julio han estrenado en Portugal la obra del mismo autor que da nombre a la compañía, y que esperamos ver en la próxima edición, pues cinco años sin la presencia de este grupo en Olite se antojan un disparate. El Festival ha ofrecido su producción de 2014, del otro gran autor peninsular de la misma época, Juan del Enzina. Con sus anteriores trabajos sobre Lucas Fernández, el equipo ha completado el triduo de autores con nombre y apellido con los que se inicia el teatro español.

Triunfo de amor, título de unos versos del poeta y músico Juan del Enzina, condensa la esencia y da título a un espectáculo delicioso de 70 minutos que reúne tres de sus églogas, el género que tanta fama y dineros le dio en vida. Son largas composiciones poéticas de contenido profano y carácter bucólico, en el que pastores y rústicos proyectan una imagen idealizada del campo cuando dialogan sobre sus afectos. Tienen rasgos italianizantes (el autor había traducido a Virgilio y vivió en aquella tierra) y se enmarcan en la mentalidad renacentista que se está conformando en los años en que vive el artista. Textos líricos cuya poderosa teatralidad Ana Zamora ha sabido poner de manifiesto.

Representación sobre el poder del amor y Égloga en requesta de unos amores unifica el conflicto de amor de una zagala que debe decidir sobre los requiebros que le hace un pastor casado y un lacayo llegado de la ciudad. A ambos los pone a prueba y el segundo acaba triunfando. Justo castigo al rústico que había desafiado a Cupido y recibió un saetazo allí donde la espalda pierde su santo nombre. La égloga de Cristino y Febea juega en su sustancia con los enredos de Cupido para evitar que el varón se consagre a una vida eremita. Las tentaciones carnales son tan fuertes que triunfa el amor pagano sobre el religioso. La tercera pieza sintetiza en cinco personajes la obra maestra dramática de Juan del Encina, Égloga de Plácida y Victoriano, larguísima tirada de más de dos mil deliciosos versos, complicada intriga y poderosa teatralidad. Plácida, rechazada por su amor, decide suicidarse, para desesperación de su amante, quien arrepentido logra que Mercurio y Venus la resucite. El amor, una vez más, vuelve a triunfar.

El escenario lo enmarca por el foro un pentáptico a modo de retablo profano, con decoración sencilla y simétrica, a la usanza renacentista, cuya posición se modifica en cada escena. Por sus cinco arcos de medio punto entran y salen los personajes carnales, mientras que asoman por su límite superior los mitológicos. En ambos laterales, dos filas de espectadores, lo que transmite cercanía. En el lateral izquierdo se sitúan los tres músicos, que además de interpretar partituras de Del Enzina en las transiciones con una extraordinaria gama de instrumentos de viento y percusión, crean efectos sonoros, ponen música a las danzas y toman parte en la acción dramática, lo que da variedad, viveza y color a una representación que exige gran concentración al público. El  vestuario neutro a base de tela vaquera insufla atemporalidad a las tramas.

Nao d’amores ha encontrado para este montaje a tres excelentes actores que dan vida a todos los personajes, con una perfecta dicción y acertada pronunciación del castellano de la época, asesorados por el gran especialista de la Resad, Vicente Fuentes. Actuaron sin amplificación, algo que exige en este tipo de repertorio. Sin problemas de escucha. Los tres dijeron con potencia, sentido y expresividad sus versos, exhibieron un dominio absoluto del cuerpo, dominio del baile, buenas voces para el cante y una vis cómica envidiable. El espectáculo, contra lo que pudiera suponerse, tiene momentos de gran comicidad, tanto verbales como visuales. Los sonidos de la gaita, propios de la comarca zamorana donde nació el autor, despidieron con algarabía ese exquisito canto al amor, toda una lección de teatro que, sin lograr una mala entrada, mereció más público.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 27 de julio de 2016.