Homenaje a Patxi Larrainzar: Artículo de Diario de Noticias (II)
Recuerdos de un hermano orgulloso
FRUMENCIO LARRAINZAR ANDUEZA, GEMELO DE PATXI, DEFIENDE EL ESPÍRITU LUCHADOR DEL ESCRITOR Y SACERDOTE
No fue un santo. Era un hombre. Y, como cualquiera, cometía errores. Pero si toca resumir la vida de Francisco Javier (Patxi) Larrainzar Andueza en pocas palabras cabe afirmar que era una persona humilde y muy querida. “Y que luchó siempre por los pobres”, añade su hermano gemelo, Frumencio, de 81 años. “Teníamos una relación especial, estábamos muy unidos y estoy muy orgulloso de él”, dice, y cuenta que recientemente ha descubierto “la gran cantidad de obras de teatro que escribió”, algunas de las cuales se rescatarán en el espectáculo que ofrecerá este domingo el Gayarre.
Frumencio Larrainzar ha colaborado con el montaje aportando a la biblioteca del teatro pamplonés copias del abundante material escénico que dejó Patxi a su muerte, acaecida el 12 de marzo de 1991 a los 56 años. “Yo estoy encantado de dar a conocer su trabajo a todo el mundo”, comenta el hermano, y revela que una vez pasados los homenajes de este año -se prepara otro estreno para el mes de noviembre-, estos originales se depositarán en el prestigioso centro de documentación del convento benedictino de Lazkao, en Gipuzkoa, donde también reposan las homilías y otros textos relacionados con la labor religiosa del sacerdote y escritor.
UN COMIENZO DIFÍCIL. Patxi y Frumencio nacieron el 21 de septiembre de 1934 en Riezu. “Yo salí antes, aunque dicen que el que nace después es el mayor”, comparte con este periódico este hombre que dedicó gran parte de su vida profesional a la cristalería. Aquel nacimiento fue una alegría por los dos nuevos hijos que venían a sumarse a los otros seis que ya tenía el matrimonio Larrainzar Andueza, pero también fue un acontecimiento trágico, ya que la madre falleció en el parto. “Fue muy duro para mi padre; a mí me mandaron a criarme a Estella a casa de una hermana de mi madre y a Patxi lo llevaron a Lorca con una nodriza”. Cuando terminó su crianza, los dos volvieron al pueblo, a la casa familiar, donde a su hermana mayor, que apenas tenía 13 años, “le tocó hacer de madre, de hermana y de todo un poco”. Al poco tiempo, varios de los hermanos se trasladaron al barrio de la Rochapea de Pamplona con su tío Marcelo Larrainzar, párroco de El Salvador y cofundador de las Escuelas de Ave María, ubicadas en el mismo espacio donde hoy está el Colegio Público Patxi Larrainzar. “Allí estudiamos varios, me acuerdo de que Patxi y yo entramos en la Orquestina Ave María, donde él tocaba el saxofón y yo el clarinete e incluso hacíamos comedias”, indica Frumencio, que también cuenta cómo dos de las tres hermanas luego se formaron como maestras y los gemelos fueron enviados por el tío Marcelo “a las monjas del Sagrado Corazón que había al lado de la gasolinera de la avenida de Zaragoza y donde te preparaban para entrar en el seminario”.
“CHILE LE IMPRESIONÓ”. Los dos estudiaron cuatro años en el seminario de Pamplona. “Luego yo me salí y volví al pueblo a ayudar al padre” y cuando Patxi venía en vacaciones solíamos ir a pescar, a coger pajaricos y cosas así. Poco después, el seminarista continuó su formación en la Universidad Pontificia de Comillas, “donde le empezó a picar el gusanillo de las misiones”, y desde donde se trasladó a un colegio americano de Madrid antes de partir hacia Chile, donde dio clases en la Universidad Católica y tuvo una parroquia a su cargo. “Aquello le cambió, solía decir que nuestras cuadras eran mejores que las casas donde vivían sus parroquianos”. La experiencia en el país andino “le hizo adquirir una filosofía y una teología diferentes, más adelantadas”, pero cuando regresó a Navarra, todo seguía igual. “Lo mandaron a Uriz, a Urdiroz, a Lerga, a Sangüesa, hasta que un compañero de seminario lo llevó a El Salvador de la Rochapea, situada en la avenida Marcelo Celayeta, “que casualmente era hermano de nuestra abuela”. Otra coincidencia en unos pocos metros.
En la parroquia pamplonesa, la figura de Patxi Larrainzar fue creciendo junto la de otros curas como José Mari Jiménez, “que siempre me dice que Patxi para él fue muy importante porque le hizo descubrir su vocación”. Desde allí, Larrainzar siguió escribiendo, “sus homilías eran célebres y hoy son muy recordadas”, además de libros, obras de teatro y artículos, donde cargaba contra la acumulación de riqueza y poder entre algunos sectores de la sociedad navarra que no se preocupaba en absoluto por los más pobres. “Siempre tuvo mala salud, pero un espíritu muy fuerte, era un luchador nato”, aunque hubo momentos en los que “lo pasó mal”, sobre todo cuando desde el Arzobispado “le llamaban la atención por lo que escribía” o, aun peor, cuando le castigaban con multas y encierros en el Verbo Divino de Estella y en algún otro sitio. Para evitarlo, “había veces que se escondía en mi casa o en la de otro hermano, o cogía el Dos caballos y se escapaba a Madrid o a Granada, donde vivía una hermana”. La verdad es que los Larrainzar Andueza “éramos una familia muy unida; nos queríamos todos mucho, pero Patxi y yo, no sé si por ser gemelos o por qué, teníamos una relación especial”, apunta Frumencio, y recuerda entre risas cuando el sacerdote solía ir a casa de su gemelo a cenar algunas noches. “Yo mismo le preparaba unas magras con tomate y nos las comíamos tan a gusto”.
“SU MUERTE ME DEJÓ MAL”. Patxi Larrainzar padeció del estómago durante años, “de hecho le operaron dos veces, pero no quedó bien”, señala Frumencio, que también ha pasado por una operación del mismo tipo. “Y se nos fue en dos días”, lamenta. “Su muerte me dejó mal, estábamos muy unidos, desde chavalicos”, continúa, emocionado. “Era el padrino de mi hijo mayor y él escogió su nombre, Héctor, por el personaje de su primer libro, Es peligroso creer en Dios, que escribió en Chile”.
Frumencio Larrainzar es consciente de que su hermano Patxi concitaba “mucho amor entre los pobres, a los que siempre defendió”, y “mucho rechazo en la derechona rica”. “Patxi era sincero y muy directo, a veces incluso excesivamente duro; no era perfecto, nadie lo es, y no le gustaba que le echaran flores y halagos todo el tiempo, a mí tampoco me gusta, pero era mi hermano, siempre defendió a los más débiles y estoy muy orgulloso de él”, termina Frumencio. Y sonríe.
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