CRÍTICA TEATRO

EL HIJO DE LA NOVIA. Producción: Ados Teatro (País Vasco) y Pentación (Madrid). Autores: Fernando Castets y Juan José Campanella. Adaptación: Garbi Losada y José Antonio Vitoria. Dirección: Garbi Losada. Intérpretes: Juanjo Artero, Álvaro de Luna, Tina Sainz, Mikel Laskurain y Dorleta Urretabizkaia. Musica: Javier Asín. Lugar: Casa de Cultura de Zizur Mayor. Fecha: Viernes 22 de enero. Público: 248 espectadores, lleno.

Amor total

Es uno de los más grandes melodramas que se han filmado, y más cómicos, que ya es difícil. Coincidieron en estado de gracia los guionistas, el director y un elenco de actores extraordinarios –Ricardo Darín, Héctor Alterio, Norma Aleandro, Eduardo Blanco y Natalia Verbeke– y el paso del tiempo (la película es de 2001) no hace sino confirmar esta aseveración. Juan José Campanella es un digno heredero de Frank Kapra en este registro, además de un excelente autor de dramas (El secreto de sus ojos, 2009). Con un listón tan alto, había que echarle valor para atreverse a llevar El hijo de la novia al teatro, pero se puede decir que la prueba está superada, aun siendo una producción modesta. Zizur Mayor llenó todas sus butacas y el público disfrutó con una trama universal que apuesta por el amor total y eterno, más allá de las brumas del Alzheimer.

Una historia tan potente siempre lleva público a una casa de cultura, así como un cartel con rostros conocidos de la pequeña pantalla. En este caso, hay tres: Juanjo Artero, Álvaro de Luna y Tina Sainz. A favor también ha jugado una adaptación atinada, algo que conviene reseñar, viendo el desconocimiento con el que muchas veces se suele trasladar el cine al teatro, sin entender la esencia de sus diferentes códigos. En este montaje se han unificado las distintas localizaciones bonaerenses por donde discurre el relato en un espacio único, que no aparece en la película: la trastienda del Belvedere, un salón privado que comunica la cocina del restaurante con el comedor principal y las habitaciones que ocupa desde su divorcio Rafael, su propietario, con su nueva pareja, aquí camarera. La ex mujer o el párroco que no quiere casar a los novios setentañeros y otros personajes están presentes mediante alusiones o conversaciones por teléfono.

Hay elipsis completas (como la estancia en el hospital tras el infarto del protagonista), escenas retocadas y algunas creadas ex profeso para este montaje manteniendo el espíritu del original, como la conversación del protagonista con su hija, que termina en lágrimas. Lógicamente, la acción se ha trasladado a España. La adaptación hubiera ganado enteros si algunos diálogos se hubieran alargado o presentado sin recortes –puesto que no hay primeros planos ni miradas “que hablan” tan potentes en teatro como en el cine–, lo que hubiera hecho más creíbles las reacciones extremas de ira o emoción de Juanjo Artero. En su favor hay que señalar que es un actor solvente y transmite en todo momento gran seguridad. Tina Sainz afina mucho su personaje arrasado por el Alzheimer, en ocasiones con esa mirada perdida que provoca compasión y en otras con salidas de tono que generan muchas risas. Mikel Laskurain entra dubitativo en su primera escena simulando ser policía –que bordó Eduardo Blanco– pero gana enteros conforme avanza la función y logra muy buenos momentos cómicos dando acertadamente las réplicas. Álvaro de Luna se ciñe a su rol de enamorado vitalista que quiere dar a su esposa el único capricho que le negó. Tanto él como Dorleta Urretabizkaia cumplen en sus papeles, más secundarios aquí que en el filme. La directora marca un ritmo vivo a la función y logra un momento especialmente conmovedor al visibilizar la tragedia de la enfermedad del olvido vaciando de fotos las paredes del local y dejando a la vista la de la madre joven, que nos mira desde un lugar al que ya no regresará.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el martes 26 de enero de 2016.