CRÍTICA TEATRO

AIRE DE VAINILLA. Producción: Escuela Navarra de Teatro. Texto: Itziar Pascual. Dirección: María Sagüés. Intérpretes: Garazi San Martín, Estíbaliz Balda, Irati del Valle, Sergio Izpura, Xabier López, Samuel Quel, Andrea Pazos. Lugar: Escuela Navarra de Teatro. Fecha: Miércoles 30 de diciembre. Público: Lleno.

Verano azul sin PSP

Continúa con tirón de público el montaje navideño de la ENT, que incluye degustación de chocolate caliente con bizcocho en el intermedio. Para la dinámica de la escuela es importante, pues permite a los estudiantes a punto de egresar una minitemporada con, este curso, 10 funciones.

Itziar Pascual pertenece a la “generación intermedia” de autores españoles,  primera con formación académica específica, que cristaliza en la década de 1990. Sin duda, su paso por la ENT va a engrandecer la nómina de autores del veteranísimo ciclo. Lamentablemente, sus trabajos se han divulgado siempre en el circuito “alternativo”, sin haber logrado un éxito que haya permitido popularizar su obra. Escribe con una marcada perspectiva de género, que también se nota en este montaje.

Aire de vainilla tiene una trama sencilla y un levísimo conflicto. Es entrañable y está muy bien dialogada, como corresponde a una autora con buen oído para captar el lenguaje de la calle y volcarlo, poetizado, sobre el escenario. Cuenta el –largo y tedioso a los ojos infantiles– veraneo de Pablo, al que amarga la pérdida de la PSP al enfrentarlo al mundo adulto. Tiene la obra mucho de homenaje a padres y abuelos, aunque mejor diría a un tipo de padres prototípicos más cercanos a nuestra infancia que a la de los niños que ocupan hoy el patio de butacas. Y esa podría ser la pega de la propuesta: no es una obra de teatro para niños, sino para sus acompañantes los adultos, que ríen en bastantes momentos las “salidas” del crío protagonista. Reconocemos a esa madre abnegada en su rol, cariñosa pero ajena al mundo infantil, y a ese padre siempre visto como una figura lejana a la que no se puede despertar de la siesta: esas terribles y tediosas dos horas en las que uno no se podía bañar ni hacer ruido.

El público menudo no termina de desconectar por la brevedad de la obra, de apenas 50 minutos, y porque la directora, en una acertada decisión, ha multiplicado por cinco al protagonista para dar viveza a los diálogos. La falta de acción dramática se compensa con un incesante desfilar de actores, que mueven con precisión una escenografía neutra pero efectiva. Los siete actores han sabido meterse en la piel de los personajes y darles credibilidad, dando brillo a los momentos más ternuristas. No aparece la dichosa maquinita, pero madre e hijo encuentran un espacio para compartir, que es lo que al final queda en la memoria.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 6 de enero de 2016.