Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «La plaza del diamante», con Lolita Flores, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
LA PLAZA DEL DIAMANTE. Producción: Teatro Español (Madrid). Autor: Carles Guillén y Joan Ollé, adaptación de la novela homónima de Mercè Rodoreda. Dirección: Joan Ollé. Intérprete: Lolita Flores. Espacio escénico y vestuario: Ana López Cobos. Música original: Pascal Comelade. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 13 de diciembre. Público: Lleno.
Diamantes en la plaza
La Plaza del Diamante es un recoleto espacio abierto ubicado en el populoso barrio de Vila de Gracia de Barcelona, por cierto al lado del Lliure. Se conserva tal cual y allí sentado te puedes imaginar sin esfuerzo a los personajes que imaginó Mercè Rodoreda al escribir la novela más importante de postguerra en lengua catalana, publicada en 1962. Literatura de calidad, que cierra el ciclo de novela social y realista también en castellano, y cuya fuerza estriba en la misma humildad de sus protagonistas, pues no hace sino seguir la peripecia vital de una chica sencilla en su noviazgo, matrimonio, maternidad, viudez, pobreza y desesperación. Huérfana de madre, es obediente, sufrida y abnegada. Decide apenas sobre su vida y es zarandeada con saña por un destino amargo, el que le trae la Guerra Civil y la miseria posterior. “A mi hija le pusieron el nombre de Rita”, dice como si nada. A ella también la bautizaron, pues se reconoce más en el apodo de Colometa que en su verdadero nombre, Natalia. Se lo impuso su novio, machista como tantos en la época, a pesar de su ideología anarquista que lo conduce al frente y a la muerte. Es muy recomendable también la película de Francesc Betriú de 1982, protagonizada por Silvia Munt y Lluis Homar.
La adaptación al teatro es excelente pues aúna el perfume, tono y esencia de la novela en el larguísimo monólogo de Colometa, ya más allá del dolor, repasando su vida con la resignada naturalidad que define a su personaje. Acierta el texto al centrarse en la vivencia íntima de esa pobre mujer descontextualizando su relato, más allá de “llegó la República” o “el último invierno (de la guerra)”, con lo que la acción se universaliza a la vez que avanza de forma fluida y natural: habla de los niños y de inmediato de la boda de la hija, en una sencilla elipsis.
La puesta en escena encaja en la sencillez del relato, pues sólo necesita de un banco de la Plaza del Diamante, donde Colometa conoció a Quimet en una verbena y a donde acude a llorar su amargura muchos años después antes de reconciliarse con su pena y dar las gracias al hombre que la rescató de un suicidio seguro. Un cordón de luces atraviesa la escena y se enreda en el banco. Gracias a él pasamos del farolillo de la kermese al triste verdor de las ventanas de una ciudad bajo amenaza de bombardeo. Un excelente trabajo de dirección artística y del propio Joan Ollé, que ha cuidado como mimo cada detalle.
Toca hablar de Lolita Flores. Quizá alguno se haya sorprendido de verla en semejante desafío, pero gracias a Rencor (2002), de Miguel Albaladejo (Goya a actriz revelación), sabíamos de su categoría. Vomita su personaje desde sus entrañas y lo ofrece en carne viva a los espectadores en toda su desnudez. Será anecdótico que su padre, el Pescaílla, naciera a pocos metros de la plaza, pero logra que nos olvidemos de su rostro y apellido y nos creamos su empática Colometa, y creo que no hay elogio mayor para una actriz. Sentada durante 72 minutos en la misma posición, y apenas tres más de pie, con una mínima gestualidad, su forma de transmitir el relato emociona, conmueve, remueve y desgarra al público, que termina ovacionándola largamente, a pesar de sus problemas de voz. Un montaje duro y brillante, diamantino como el título, que el Gayarre ofreció a los espectadores con distintas discapacidades auditivas aplicando novedosos sistemas, en un esfuerzo que debe ser subrayado.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 16 de diciembre de 2015.
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