CRÍTICA TEATRO

FIL DE FAIRECompañía: Compagnie A Suivre (Francia). Dramaturgia y dirección: Pierre Dumur. Intérpretes: Jean-Marc Hovsépian y Bruno Cerati. Lugar: Civivox Mendillorri. Fecha: Sábado 21 de noviembre. Público: Setenta espectadores, lleno (aforo limitado).

Alambre fino 

El teatro para bebés crece. Hay un interés evidente por parte de los padres, por su componente pedagógico para fijar la atención de los niños y disparar su imaginación. Civivox Mendillorri, en colaboración con un teatro vitoriano, ha podido acercar a Pamplona a una prestigiosa compañía francesa con amplia trayectoria.

En el propio escenario, en un semicírculo, se sientan niños y sus padres. Enfrente, un andamio lleno de cubos de pintura y un peculiar personaje, pintor de brocha gorda, cuya gran altura impresiona a los niños. Uno se asusta y comienza a llorar –lo más peligroso, según los entendidos, pues se contagia de inmediato– pero enseguida la música contribuye a la calma y todos prestan atención. Con los botes y maderas construye en un santiamén una pista de circo. Con bolas hechas de papel periódico  compone en el suelo, sobre unos plásticos, una figura que, en segundos, se desliza mágicamente por el andamio a modo de telón de foro y surge un personaje. Pinta estrellas blancas rodeando a su nuevo acompañante. Para cuando queremos darnos cuenta, estamos dentro de un cuadro de Calder.

Hace malabarismos con bolas que se iluminan, después se sube a un inmenso balón y hace desde allí equilibrismos bien ejecutados, pero de no poca dificultad. No paran de surgir sorpresas a un lado y otro del escenario, a pesar de la aparente sencillez de los materiales que maneja Jean-Marc Hovsépian. De una maleta saca unas cuerdas, juega con ellas, las enreda gracias a que están trenzadas con hilo de alambre (que da título al espectáculo) y surge un tercer personaje, a lo Cuttlas, pero de tres dimensiones. Ese bricolage continuado que transforma objetos cotidianos en otra cosa provoca “¡Ohhhhh!” en las madres que, en paralelo, imitan los niños. Es un esquemático Pinocho, pero logra una marioneta ciertamente expresiva.

No hay texto, más allá de unas pocas onomatopeyas. La sorpresa final es la aparición de una cebra de tamaño natural que baila al son de la música, también boca arriba, para diversión de los más pequeños. En este caso, los cuartos traseros del animal los ocupa el técnico, hasta entonces detrás del telón. Son apenas 30 minutos sin interrupción y sin interaccionar con los espectadores, que mantienen la atención en todo momento. Caras sonrientes de los mayores y de sorpresa en los pequeños. La magia del espectáculo en directo les ha atrapado. Misión cumplida.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el jueves 3 de diciembre de 2015.