CRÍTICA TEATRO

LA CRÍTICA DEL AMOR. FIESTA CANTADA. Autor: Sobre No hay burlas con el amor, de Pedro Calderón de la Barca. Concepto, versión, producción, escenografía, vestuario y dirección: Antonio Castillo Algarra. Intérpretes: Javier Sintas, Jaime Rodríguez Alonso, Adrián Díaz Rodríguez, Pablo Sanz Vidal, Manuel Guerra, Julián Lázaro, Mónica Lavín, Ana Teixidó, Ignacio Rodulfo Hazen y Antonio Castillo. Músicos: Enrique Pastor, Pablo Cantalapiedra, Patricia Rodríguez Rivero, Clara Sevillano y José María Pancorbo. Producción: For de fun of it (Madrid). Lugar: Olite. Espacio La Cava. Fecha: Miércoles 22 de julio. Público: Casi lleno, cerca de 400 espectadores.

Fin de curso

Las representaciones teatrales en la España del barroco se nos harían eternas hoy. Se anunciaba una obra mayor –daba igual tragedia o comedia– de unas tres horas generosas de duración, pero no se representaba tal cual como ahora, que vamos con el tiempo medido y a la hora y cuarto ya empezamos a mirar el reloj. Entonces la pieza central venía precedida por una loa de bienvenida. Cada entreacto (y solía haber cuatro) incluía un intermedio donde la compañía ofrecía un paso, entremés u otro tipo de pieza breve, así como bailes e interludios cantados. Finalmente, una vez concluida la pieza central, se despedía al público con otro añadido teatral o musical. Lo dicho, la gente entraba sobre las dos al corral de comedias y echaba la tarde hasta la caída del sol, con lo que le daba tiempo a merendar, discutir, exhibirse, cotillear, ligar… Había música durante la velada, claro está, pero no durante la representación de la pieza central, a no ser que lo pidiera el texto, que era pocas veces. Todo esto está documentado y publicado y quien se lanza a montar un clásico debiera saberlo. Pienso en Marsillach, por ejemplo, que inauguró la Compañía Nacional de Teatro Clásico con un montaje soberbio de Antes que todo es mi dama (1987), de Calderón, donde trasladaba este juego de añadidos a la pieza central simulando el rodaje de una película en la posguerra.

Los promotores de La crítica del amor han hecho algo desconcertante, que más que encuadrarlo en el terreno de la experimentación hay que llevarlo al de la ocurrencia. Han escogido un delicioso enredo de Calderón y lo han representado más o menos como si fuera un musical actual, insertando con calzador 21 partituras (todas de época, de distintos estilos y escuelas), leiv motivs que se repiten, coreografías que interrumpen la acción, gags… La música se ha modernizado fijándole un ritmo repetitivo a temas que no lo tenían en origen. No es que se hayan alterado los códigos teatrales, es que se hace evidente que se desconocen, por lo que más que de rupturismo o innovación  estamos ante un ejercicio de osadía que roza el sinstentido.

La representación asemejó a un final de curso de colegio mayor autodirigido con ese tipo de entusiasmo insconsciente y suicida tan habitual en ámbitos aficionados. Con la excepción de Ignacio Rodulfo Hazen, que interpreta a la hermana mayor, Doña Beatriz, y sí defiende el personaje sin perder ni la compostura ni su esforzada dicción atiplada, los actores son todos bisoños, pisan inseguros el escenario, bracean sin freno, tienen tonillos y, en general, desconocen cómo decir el verso y, por tanto, no respetan su musicalidad, lo que es llamativo en un montaje donde la música es protagónica. Cantan irregularmente, porque tiene momentos atinados y en otros desafinan. El resultado de todo este batiburrillo es la monotonía cuando dialogan, la impaciencia ante las interrupciones de la acción y el desconcierto ante coreografías sin relación evidente con la trama. Calderón, con sus intrigas ingeniosas y réplicas brillantes, provoca carcajadas y logra mantener el interés del espectador para descubrir si la tiesa y pedante Beatriz cae rendida a los encantos del amor y desatasca el idilio de Leonor, su hermana pequeña, con Don Juan.

La dirección carece de sentido, personalidad o estilo. Funciona por acumulación de recursos tomados de aquí o allá. Hay buenas ideas, como hacer aparecer en las ventanas los personajes de los que se habla en primer plano, lo que facilita el entendimiento de la trama, con otras desafortunadas por su uso repetitivo, como “congelar” la acción para decir el aparte. Los cambios de escena mediante introducción de utilería ralentizan la función, son de teatro antiguo y hoy se resuelven con  iluminación y escenografía. Los músicos –excelente Enrique Pastor, guitarra barroca– son casi tan de lujo como escenografía, vestuario (aunque se use mal, vistiendo del XVIII a tres personajes), microfonía, programa de mano o las máscaras, inspiradas en cuadros de El Bosco, y ajenas al contexto áureo. Increíble encontrar tantos recursos en una compañía aficionada. La función fue estreno y llegó muy ensayada y el público aplaudió con ganas a los intérpretes en una noche ventosa.

A la espera de la invasión griega (Edipo, Medea, Antígona) del fin de semana, me apuntan que el grupo Alhama de Corella ofrecerá el domingo 2 de agosto El burgués gentilhombre, suspendido el martes debido a la lluvia. Para ver a Fernando Cayo en El príncipe, sin embargo, habrá que esperar al puente foral, pues está programada en la Casa de Cultura de Burlada.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 24 de julio de 2015.