CRÍTICA TEATRO

EDIPO REY. Autor: Sófocles. Dirección y adaptación: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Juan Antonio Lumbreras (Edipo), Natalia Hernández (sacerdote, coro, corifeo, Ismene y siervo), Paco Déniz (Creonte), Eva Trancón (coro y Yocasta) y Elena González (Tiresias, mensajero, Antígona y heraldo). Música: Fernando Velázquez. Diseño de iluminación: Pedro Yague. Producción: Teatro de la Ciudad y Teatro de la Abadía (Madrid). Lugar: Olite. Espacio La Cava. Fecha: Viernes 24 de julio. Público: Lleno, 400 espectadores.

Viento de tragedia

El teatro occidental surge hace 25 siglos en Grecia cuando los poetas comienzan a desacralizar la mitología. Su origen es religioso y por eso la puesta en escena copia mucho de esa liturgia un punto impostada. Hay una ritualidad marcada por códigos de obligado cumplimiento que impregnan la forma cadenciosa en que se mueven los personajes por el escenario, la manera en que pronuncian sus tiradas de versos y la solemnidad rígida con la que el coro va comentando la jugada. Alfredo Sanzol, de una forma muy inteligente, ha respetado ese legado a pesar de que ofrece una modernizada puesta en escena, más aparente que real. Están frente el público los cinco intérpretes sentados a la mesa, devolviéndonos de inmediato la imagen clásica de la última cena cristiana, justo antes del sacrificio, y nunca mejor traído, porque de hecho será el último ágape que Edipo y su corte celebren en armonía. En pocas horas, la vida de todos habrá sido devastada por una verdad que los abrasará: Edipo, buscando al asesino de Layo, su predecesor en el trono, se descubrirá parricida e incestuoso. Ese mismo recurso voluntariamente forzado, la representación de toda una tragedia en torno a mesa y mantel lo utilizó Georges Lavaudant en la versión del Ricardo III de Shakespeare La rosa y el hacha (de Carmelo Bene) y, desde luego, funciona como un tiro.

Así, sentados frente al público, sin apenas gestualidad, los actores dramatizan la tragedia de Edipo, rey. Tardará casi veinte minutos el primero de ellos en abandonar su silla y después lo harán otros, en contadas y muy medidas ocasiones, sin aspavientos y con las efusiones justas, y por eso mismo más impactantes, como cuando se humilla y arrastra por el suelo el pastor que descubre a Edipo que incumplió la orden de asesinarlo siendo bebé e hizo posible el Oráculo. Provocará el lamento de un joven, impetuoso, apasionado, excelente Edipo Juan Antonio Lumbreras, que impacta al público: “He nacido de quienes no debía, he tenido hijos con quien no debía y he matado a quien no debía”, clama.

La representación apenas dura 70 minutos gracias a un ritmo pautado muy preciso que se mantiene constante pero el espectador siente subjetivamente que se acelera porque la trama avanza imparable hasta el desenlace trágico, impulsada por un Edipo que en su afán de saber se arrastra irremediablemente al precipicio a pesar de las advertencias de Tiresias, los mensajeros y la propia Yocasta. La puesta en escena de Sanzol ahorra entradas y salidas con sus tiempos muertos y logra que los actores doblen personajes sin intermedios de una forma limpia, con lo que el público los identifica al primer párrafo. Hay contados cortes respecto del original; se suprime una intervención inicial del coro a modo de pueblo, que se salva con el primer parlamento de Edipo a los tebanos, esto es, a nosotros espectadores. Toda esa condensación temporal, lógicamente, adensa más la tragedia.

Los cinco intérpretes son excelentes. Natalia Hernández y Eva Trancón bordan el coro, acoplando voces y modulaciones de forma impecable. La primera brilla en la confesión final como pastor y Eva propone una Yocasta regia pero afectuosa,  progresivamente angustiada cuando va hilando datos y finalmente devastada cuando concibe su suicidio. Elena González encara a Edipo desde varios personajes antagonistas, como Tiresias o el mensajero, con una potencia y autoridad pasmosas. Paco Déniz transmite toda su fiereza de animal herido ante las acusaciones de traición y borda su parlamento sobre su falta de ambiciones regia, aunque en su última intervención mantiene una dureza poco compasiva ante Edipo ciego, algo alejada del original. Los cinco conforman el “equipo médico habitual” de Sanzol, los actores que han acompañado desde sus inicios en la Resad y con los que ha logrado sus montajes icónicos. Le siguen a ciegas por todos los acantilados por los que los pasea, en un ejercicio de entrega y confianza de admirar.

Hubo un sexto intérprete en la representación de Olite, que no estaba invitado ni pagado pero estuvo soberbio. El viento. Un cierzo puñetero y meticón que acompañó toda la velada, encogió en sus butacas a los espectadores pero, a la vez, regaló momentos memorables. Fueron ráfagas huracanadas de una teatralidad pasmosa: la primera cuando Tiresias pide a Edipo que comience su indagación buceando en sus orígenes, momento en que se levantan las tiras que conformaban el telón de foro y envuelven a los intérpretes a modo de halo trágico, que volverá a repetirse cuando le confirmen al protagonista que fue adoptado por Pólibo de Corinto. En la última escena, tenuemente iluminada, Edipo desaparece a oscuras en palacio y el mismo ventarrón envuelve a Creonte acrecentando la sensación de desolación. Ni en sus mejores sueños Sanzol ni su equipo técnico lo hubieran imaginado. Fue irrepetible.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 26 de julio de 2015.