Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Jugadores», de Pau Miró, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
JUGADORES. Autor y director: Pau Miró. Intérpretes: Jesús Castejón (el Barbero), Miguel Rellán (el Profesor), Ginés García Millán (el Enterrador) y Luis Bermejo (el Actor). Producción: Producciones Teatrales Contemporáneas (Madrid). Escenografía: Enric Planas. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 11 de abril. Público: 500 espectadores, algo más de media entrada.
Por el placer de apostar
La adicción al juego es de las más peligrosas. El subidón de adrenalina que provocan las milésimas de segundo en que te puede salir la carta esperada es tan potente que justifica perderlo todo por disfrutar esa sensación. El autor lo sabe. Ha juntado a cuatro pobres diablos que arrastran fracasos afectivos y han visto agravada su situación económica hasta un límite peligroso. Ni siquiera se ha molestado en ponerles nombre. Se juntan en el piso del Profesor para sus timbas de póker y quedan para apostar en el casino, vigilándose para no sobrepasar el límite de lo que pueden perder en una sentada. No son una “familia”, no son lo que se dice amigos del alma, pero se tienen una suerte de afecto que, en la deriva de sus vidas, ofrece las dosis de consuelo que necesitan.
El Profesor está suspendido de empleo y sueldo por abrirle la cabeza a un alumno. Al Barbero lo acaban de despedir. No se atreve a contárselo a su mujer, que teme lo abandone aun sabiendo que le es infiel. El Enterrador lleva poco en el oficio, lo justo para sacarse unas perras y poder pagar a la puta que le tiene encoñado. El Actor, ya con mala fama por informal, nunca supera las pruebas a las que se presenta, ha derivado en cleptómano por el placer del riesgo y por eso mismo añora los “blancos” en escena, cuando se le olvida del papel, algo terrorífico para cualquiera otro de su oficio.
Están a punto de perderlo todo, pero conservan un punto de dignidad en la forma casi elegante en que visten, que contrasta con la desvencijada cocina en la que se reúnen, con muebles de hace medio siglo por la que hace tiempo, desde que murió el padre del profesor, nadie pasa un trapo. Es excelente la escenografía, pues ayuda a situar en contexto a los personajes.
Defienden la obra (que triunfó cuando se estrenó en catalán y ganó el premio Ubú en Italia a la mejor obra extranjera) cuatro excelentes intérpretes. Han construido muy bien sus personajes y exhalan verdad en cada parlamento, lo cual es importante porque hacen creíble cómo deriva la trama cuando el Profesor les muestra la pistola cargada que ha encontrado entre las cosas de su padre. Deciden usarla. Como en una partida de cartas o una mano de casino, por el puro placer del riesgo, por recuperar la sensación de jugárselo al todo o nada. No voy a desvelar más, por si esto se lee en Internet. Pero la obra es una comedia –muy negra, pero comedia–, y la cosa termina sorprendentemente bien. Miró escribe la historia a base de escenas sueltas, pero no llega al fundido a negro y el ritmo no decrece, aunque es cierto que el “asunto” surge un poco tarde y la tensión final tiene poco fuste. Fue una función rara. Una puerta de armario no se cerraba y Millán resolvió bien el entuerto aunque le entró la risa y la contagió a sus compañeros y al público. Poco profesional pero salió del apuro bastante bien. El final se lo cargó una espectadora cuando se desvaneció. Hubo nervios, gritos y petición de un médico. El público y los actores estuvieron más pendientes de la señora tumbada en el pasillo central que de los aplausos, que hubieran sido más generosos. Para el papel del Actor estaba contratado Álex Angulo, fallecido en accidente de coche justo antes de empezar los ensayos. Lo hubiera bordado. A él va dedicada la función.
POR Víctor Iriarte. Publicado el lunes 13 de abril de 2015.
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