Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Insolación», con María Adánez, en el Gayarre
CRÍTICA TEATRO
Insolación. Productora: Producciones Faraute (Madrid). Autor: Pedro Manuel Víllora sobre la novela de Emilia Pardo Bazán. Director: Luis Luque. Intérpretes: María Adánez, José Manuel Poga, Chema León y Pepa Rus. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 14 de marzo. Público: Tres cuartos de entrada.
Feminismo decimonónico
Celestino Aranda, marido de Miguel Narros, mantiene viva la productora en la que encontró su cauce de expresión el genial director fallecido hace menos de dos años y a él y a Andrea O’Dorico va dedicada la función. El legado, de alguna forma, se percibe en este montaje, dirigido con mimo por Luis Luque, bien vestido y que adapta a la escena una novela “feminista” de Emilia Pardo Bazán, importadora de la corriente naturalista en el XIX, y cuyo espíritu le viene bien a una compañía del “método”.
La Pardo Bazán fue una mujer de armas tomar, lujo que se podía permitir por cuna y cartera, y la primera en atreverse a fumar puros en público para escándalo del Madrid decimonónico, con lo que visibilizaba lo mucho que se la soplaba el qué dirán. Y como intelectual comprometida con la defensa de los derechos de la mujer que era, algo de eso traslada a Insolación, donde una viuda con título nobiliario apuesta por el amor de un hombre más joven y de mala reputación en vez de plegarse a las habladurías. La novela termina en boda (había límites que no se atrevió a traspasar) aunque la adaptación teatral está más al día y cierra el episodio con el gozoso encuentro carnal de los enamorados bajo el tórrido sol madrileño con que se justifican esas incontinentes pasiones.
Tiene muchas cosas interesantes este montaje, comenzando por la adaptación, que no es fácil cuando el material primigenio es una novela con mucho monólogo interior y poca acción. Villora circunscribe a la primera escena lo que de sentencioso y literario tienen diálogos escritos para ser leídos, para definir el carácter hipócrita de Gabriel Pardo, el amigo de la marquesa, un falso modernista que defiende de boquilla la libertad de la mujer. Y, una vez acomodado el oído del público a ese lenguaje, lo inyecta después con cuentagotas y logra que suene natural, lo cual tiene mérito al escuchar la catarata de requiebros amorosos del gaditano –tan cursis, acartonados y pasados de moda–, pero que no desentonan en escena aun provocando risas en el patio de butacas. La puesta en escena de Luis Luque es sorprendentemente sencilla pero actual, comenzando por el escenario, en dos planos, ninguno realista, lo que permite un cambio ágil de situaciones, y siguiendo por un inteligente uso de dos esferas temporales en una misma escena, para que los personajes expresen lo que piensan en “apartes”. Con ellos logra que avance la acción y no haya caídas de ritmo. Y no se echan en falta figurantes para animar la romería.
Los cuatro actores defienden bien su papel y logran momentos cómicos en una obra que no los desperdicia. Destacan la ductilidad de Pepa Rus como duquesa, criada y ventera y el excelente tipo de señorito andaluz diletante que construye José Manuel Poga como pretendiente de la marquesa. Es la demostración palpable del aserto de Eduardo Mendoza, que ha escrito que la tragedia de España es haber padecido la clase alta más zángana, iletrada, pusilánime y mediocre de Europa.
La única pega que encuentro al espectáculo es la misma elección del texto. Ni muestra nada que no sepamos, ni suma al debate de las cuestiones candentes de hoy ni el montaje va a pasar al patrimonio dramático sino como mera anécdota. Habiendo tanto para mostrar, este tipo de arqueología teatral se desplaza en una vía muerta.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 21 de marzo de 2015.
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