CRÍTICA TEATRO

Kathie y el hipopótamo. Producción: Teatro Español y Pentación (Madrid). Autor: Mario Vargas Llosa. Dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Ana Belén (Kathie), Ernesto Arias (Santiago), Jorge Basanta, Eva Rufo y David San José (músico). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 21 de noviembre. Público: Tres cuartos de entrada.

Imaginar para sobrevivir

Kathie y el hipopótamo se estrena en 1983 y ese mismo año se edita en forma de libro, en una colección no especializada en teatro. Vargas Llosa ya es Vargas Llosa y todo lo que se imprime con su nombre es superventas. Sin embargo, no tiene eco en España. Treinta y un años después, Nóbel mediante, se exhibe en un montaje de lujo y con éxito.

El peruano es, de los escritores del boom, el único que se ha acercado al teatro, fruto de una curiosidad enciclopédica que incluye obra destacada en ensayo, periodismo, articulismo o cine. No ha tenido mucho éxito. La señorita de Tacna, La chunga y Odiseo y Penélope circularon algo, pero poco. Como novelista, es excepcional; como dramaturgo, tiene limitaciones. Su teatro es más literario que dramático, en el sentido de que la trama no se organiza en torno a un conflicto que adensa las relaciones de los personajes hasta un clímax decisorio. Kathie es teatro de ideas; eso sí, muy bien incardinadas en los dos personajes principales (por lo que no se notan) gracias a sus extraordinarios diálogos, resorte que maneja igual de bien que en sus novelas.

El germen de la obra está en una de las múltiples ocupaciones a las que se dedicó mientras hacía como que estudiaba en la Universidad –quienes han leído La tía Julia y el escribidor no se sorprenden–, la de “negro” (“ghostwriter”, escritor fantasma en inglés), que es quien escribe el libro que firma otro. La peripecia se ha publicado hace bien poco. Para ponerla en escena, recurre a un personaje de una de sus más complejas y brillantes novelas, Conversación en ‘La Catedral’, el periodista Santiago Zavala. Lo que en el fondo subyace en la historia la miraflorina (la “pija” de la alta sociedad limeña) y su amanuense es la necesidad humana de imaginar –aventuras, viajes, amantes, éxitos– para sobrellevar vidas anodinas y mediocres. Los protagonistas, contándose mentiras, se delatan, pues proyectan deseos y frustraciones profundas, y de eso se da cuenta el espectador en la última escena.

Por esa falta de conflicto, este montaje es todo un reto, pues el público no sabe a dónde le lleva la acción. Los actores tienen que doblar personajes (los reales, los recordados, los imaginados) cambiando gesto y voz. Lo hace de forma solvente Ana Belén, en el papel de dama y de chica universitaria. (Por cierto, la sala comentó lo bien conservada que luce y, además, sigue cantando deliciosamente). También brilla Jorge Basanta (el marido golfo) y Eva Rufo, y se muestra algo más hierático e impostado Ernesto Arias como el periodista.

La versión llega ligeramente cortada y en un acto y no dos respecto del original. Magüi Mira, que sabía de las dificultades, busca contrastes de luz, matices, movimiento escénico y músicas para dar interés a cada escena y consigue que el espectador entienda bien los distintos planos de la ficción: lo que ocurre en la buhardilla y lo que cada protagonista vive, recuerda o imagina. Además, logra sacar mucho partido al escondido humor de la pieza. El acompañamiento musical es excelente y se integra bien en la acción. Una pega: la obra pide buhardilla parisina impostada y se le hurta al público. Asistió a la función el autor, recibido con honores por el alcalde y despedido por el público como una estrella de rock.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el 2 de diciembre de 2014.