LAC. Les Ballets de Montecarlo. Programa: Lac, con coreografía del director de la compañía, Jean-Christophe Maillot y música de El Lago de los Cisnes, de Chaikovski. Protagonistas: Con Anjara Ballesteros (cisne blanco), Mimoza Koike (cisne negro), Asier Hedeos (príncipe) y Maude Sabourin (su majestad la Noche), al frente de un extenso reparto. Escenografía: Pignon-Ernest. Vestuario: Philippe Guillotel. Luces: J.C.M. y Samuel Théry. Programación: ciclo de Baluarte. Lugar: auditorio principal. Público: lleno.

Los cisnes se alborotan

Atrapado en el mundo mágico del ballet por antonomasia –El Lago de los cisnes-, Jean-Christophe Maillot arrebata el argumento de la famosa transformación a Odette-Odile, la protagonista, para contarnos la historia -un tanto freudiana- de sus sueños infantiles dominados por su majestad la Noche. El ambiente palaciego de cortesanos y pretendientes se respeta, la música de Chaikovski -enlatada, pero en una excelente grabación- todo lo domina, pero es el personaje de la Noche el que hilvana la escena, el que distribuye, a su antojo, el encantamiento, el que, con la ayuda de sus dos arcángeles, alborota a los cisnes y trueca la felicidad y la ternura del cisne blanco, en la violenta intimidación del cisne negro. Maude Sabourin, como Noche, con Kchristian Tworzyanski y Deis Erguc, como arcángeles, se llevaron la apoteósica ovación de la noche, en una velada en la que toda la compañía recibió los innumerables bravos que poco se prodigan en Pamplona.

Y es que, una vez liberados de los almidonados tutús -no de la tradición ni de las puntas, afortunadamente- los espectadores se introducen de cabeza, en este lago, sin duda más violento, pero también de una inusitada fuerza en los bailarines, de una elegancia que, a través de un vestuario sublime, combinaba estupendamente la corona monárquica, con la vanguardia espacial, y permitía a los cisnes tanto el vuelo ordenado como la sensación de plumas mojadas, después de chapotear en un charco. Porque de todo hacen los personajes -hombres y animales- en la coreografía de Maillot: una coreografía potente como pocas porque, asimilada la tradición, con media compañía subida a las puntas en travesías horizontales espléndidas, es capaz de combinar muecas y gestos tan cotidianos como el corte de mangas, o elevaciones heterodoxas en horizontal, acrobáticas -sin circo-, demisolos especulares, pero de simetría rota, y, sobre todo, un fondo de novedad en los pasos, que no se desgastan ni con el vals, siempre tan manido, porque se evita, con inteligencia, incidir en las vueltas.

Una coreografía muy exigente que solo una compañía de altos vuelos (nunca mejor dicho) puede afrontar. El trabajo, en general, es muy coral: sobresale el cuerpo de baile en conjunto -o mujeres y hombres por separado-, por su velocidad, exactitud en giros y saltos, y belleza colorista. Muy importantes son también las intervenciones en grupos, casi siempre acompañando a los protagonistas, a los que ceden protagonismo más bien con pinceladas, no al modo tradicional de exhibición solista de veinte minutos. Aquí nada para la fluidez de la narración, todos demuestran sus dotes balletísticas en ese tempo frenético de la obra. Lo cual no impide saborear unos momentos deliciosos y de especial ternura en el paso a dos entre el príncipe y el cisne blanco (Lucien Postlewaite y Anjara Ballesteros, impecables). Muy buena iluminación para apreciar el vestuario y la limpia escenografía. Y mucho más. Todo lo que de emoción y belleza aporta una gran velada de ballet.

Por Teobaldos. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 3 de diciembre de 2014.