CRÍTICA TEATRO

Murmullos de los muros (Murmurs des murs). Creación, escenografía y dirección: Victoria Thierrée-Chaplin. Intérpretes: Aurelia Thierrée, Jaime Martínez y Magnus Jakobsson. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 26 de octubre. Público: Unos 350 espectadores.

Hipnótico, excelso nuevo circo

Es complejo contar Murmurs des murs y también difícil de explicar que su presencia en Pamplona despertase tan limitado interés, apenas un tercio del aforo, siendo un espectáculo de primer nivel internacional, de esos que tanto reclaman de boquilla quienes luego, cuando se programan, nunca figuran entre los espectadores. Está claro que, por mucho que nos pongamos estupendos, para llenar teatros vale más ser un rostro conocido de la tele que llamarse Aurelia Thierrée y atesorar un pedigrí que incluye premio Nobel (el bisabuelo Eugene O’Neill), el poso del mejor artista del siglo XX (el abuelo Charles Chaplin) y la herencia de los creadores del “nuevo circo” (los padres, Jean-Baptiste Thierrée y Victoria Thierrée Chaplin), cuya estética ha inspirado, por ejemplo, al Circo del Sol. Este matrimonio, en 40 años, ha estrenado únicamente tres espectáculos, lo que ya da idea de su calidad, pues con Le cirque bonjour, El circo imaginario y El circo invisible dieron la vuelta al mundo durante años.

Es de ese magma creativo –una deliciosa combinación de acrobacia, magia, ilusionismo, teatro de sombras, teatro de variedades, mimo, danza, guiñol– de donde surge Murmurs, segunda obra tras la deliciosa El oratorio de Aurelia, de 2003. A diferencia de aquella, también concebida por Victoria, ahora hay un sutil hilo argumental. Una joven, agobiada por su desahucio, inicia un viaje que el espectador intuye es soñado o quizá cercano a la paranoia, y en el que el personal de la mudanza aparece transmutado en un sinfín de seres, ora amenazadores, ora amigables.

En el primer minuto, ella guarda sus zapatos de tacón en una caja para, sorpresivamente, aparecer con ellos puestos. Es un mensaje de atención al público: a partir de ese momento, cualquier cosa puede pasar. La bombilla fuera de la lámpara sigue iluminando, los objetos se niegan a ser embalados, las cajas de cartón se mueven y el plástico de embalar se convierte en un animal que la devora. Ella luego aparece en un callejón por el que pululan unos inquietantes hombres grises. Aunque por momentos es un mundo tenebroso –la escena en el interior de la casa con un borracho dormitando es inquietante–, en otras ocasiones el paisaje surrealista tiene una cierta luz, como en las escenas en el puerto y el mar. Los intérpretes no paran de aparecer y esfumarse, cada vez con un rico y desconcertante vestuario que se transmuta en objetos o animales y del que surgen un sinfín de sorpresas. Hay momentos bellísimos –ella hace claqué sobre dos tazas de té y luego baila en el aire, han leído bien, en el aire– y otros cómicos que, combinados con un ritmo endiablado y un virtuosismo desconcertante, hacen que se siga la representación durante 75 minutos con la boca abierta.

Pocas veces se ha necesitado de unos tramoyistas tan “artistas”, pues los cuatro que intervienen en la obra, disfrazados y a la vista del público, se mueven perfectamente sincronizados y “limpian” con elegancia un escenario sobre el que los intérpretes no paran de arrojar cosas. ¡Qué injusto que no aparezcan en el programa de mano! A veces se deja ver el truco, pero el efecto es doble, pues notas la imaginación desbordante, la puntillosidad en la creación de utilería y escenografías y el nivel de los intérpretes, que es estratosférico.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias de Navarra el miércoles 5 de noviembre de 2014.