Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Happy End», de Vaivén Producciones, en Auditorio Berriozar
CRÍTICA TEATRO
Happy End. Compañía: Vaivén (País Vasco). Autor: Borja Ortiz de Gondra. Dirección: Iñaki Rikarte. Intérpretes: Xabi Donosti, Garbiñe Insausti y Ana Pimenta. Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez. Música: Iñaki Salvador. Lugar: Auditorio de Berriozar. Fecha: Domingo 9 de noviembre. Público: 166 espectadores, dos tercios del aforo.
Derecho a morir sonriendo
Vaivén es una compañía guipuzcoana habitual en los escenarios navarros gracias a sus propuestas de pequeño formato, para tres o cuatro actores, que aúnan varias virtudes: escoger cuidadosamente textos, muchos de autores españoles contemporáneos; trabajar con directores ad hoc para cada estilo, pues se mueven en varios diferentes, y vestir con cuidado y elegancia todos sus espectáculos. Han cosechado pequeños grandes éxitos, como Nasdrovia Chejov, de 2005, que ganó entre otros el Max a Espectáculo Revelación, y el domingo estrenó en Navarra su última producción, titulada Happy End.
El texto es de Borja Ortiz de Gondra, uno de los autores más interesantes de la generación joven, y bien que se nota. Sus diálogos, muy afinados, muestran un sentido del humor elegante que provoca la sonrisa del espectador a pesar de que el tema que toca es comprometido. Toda la acción se desarrolla en una destartalada oficina de una nave industrial, donde tiene su sede una asociación clandestina que se dedica a ayudar a morir a las personas que desean suicidarse y no se atreven por sí solas. Funcionan en cadena. Primero ayudas a un solicitante y luego en el que llegue detrás te asistirá a ti. Allí está esperando una señora de avanzada edad, que desea finiquitarse en Navidades y por allí cae, por despiste, un pobre diablo de mediana edad, que cree que se trata de una agencia matrimonial. Esa confusión genera unas primeras escenas muy divertidas. El pavo, sin trabajo ni pareja, sin ilusiones, y soportando a su madre posesiva, regresa al poco para acabar con su triste pasar por la vida. Y entonces surgen los inconvenientes, que no voy a desvelar.
El mismo tema lo tocó Alejandro Casona, autor del mejor teatro poético de postguerra, en el clásico Prohibido suicidarse en primavera. El argumento difería: en aquel sanatorio, en el fondo, se trataba de desincentivar a los “pacientes”. En esta comedia negra, hay un toque brechtiano: la empresa está en crisis porque la mejora de la situación económica general está agostando el mercado de suicidas, de ahí que empiecen a saltarse algunas reglas. Y por ahí le llegan los problemas a la función. Se presenta como una pieza realista, con lo que el espectador entra fácilmente en la convención, ya que el argumentario a favor del suicidio es sólido, pero mediada la representación la propuesta empieza a desbarrar hacia el sainete, retorciendo las situaciones en un intento de mantener la comicidad a costa de perder el interés que el conflicto ético prometía. Ello lastra la interpretación de Garbiñe Insausti, la directora de la agencia, un personaje más indefinido y voluble que el de sus compañeros, cuya interpretación es más agradecida. De hecho, el público se despista, cree llegado el final en uno de los apagones y aplaude con antelación, lo que desluce el remate preparado: la obra ofrece dos finales: uno tristón seguido de otro esperanzador representado tras salir a saludar el elenco.
Conviene subrayar el esmero de la compañía en escenografía –excelente recreación de la desvencijada oficina con dos paños asimétricos–, utilería, espacio sonoro y diseño de iluminación, que tanto se racanean en propuestas que compiten en ese mercado. El público de casas de cultura merece propuestas dignamente vestidas.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el jueves 20 de noviembre de 2014.
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