Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «El nombre», con Amparo Larrañaga, Jorge Bosch y Antonio Molero, en Baluarte
CRÍTICA TEATRO
El nombre. Compañía: Focus (Cataluña). Autor: M. Delaporte y A. de La Patellière. Versión en castellano de Jordi Galcerán. Dirección: Gabriel Olivares. Intérpretes: Amparo Larrañaga, Jorge Bosch, Antonio Molero, César Camino y Kira Miró. Lugar: Auditorio Baluarte. Fecha: Sábado 15 de noviembre. Público: Lleno (Solo salen a la venta las butacas de sala, 1.036).
Adolf o Enrique
El teatro francés lleva unos años brillantes. Especialmente en comedias urbanas donde se fustiga a las clases medias, Teatro donde el público va a reírse de sí mismo, que es la esencia de la comedia desde hace dos siglos. En los libros de literatura dramática se denomina a esto “teatro burgués”, como si fuera un subgénero, con un deje despectivo bastante mostrenco, pues es el teatro que termina perdurando en el tiempo.
Francis Veber con La cena de los idiotas y Yasmina Reza tras los bombazos de Arte y Un dios salvaje son las voces más conocidas de este movimiento y en esta línea se enmarca El nombre. El esquema es casi siempre el mismo: gente progre y muy concienciada que termina haciendo un mundo de cualquier nimiedad, como dejarse una pasta en un cuadro completamente blanco en Arte, liarla porque dos críos se han sacudido en el patio o, en el caso que nos ocupa, por el nombre que una pareja va a poner al crío que esperan.
El nombre se estrenó en 2010, arrasó en taquilla y se convirtió el año pasado en película. La productora ha hecho bien en solicitar una adaptación al mejor autor español en este género, Jordi Galcerán. Ha hecho una versión brillante, trayendo a tipos hispanos muy reconocibles los personajes del original y respetando estructura y vivacidad de los diálogos.
El asunto: un matrimonio recibe a cenar a otra pareja y a un amigo común, un músico un tanto amanerado. Los cuñados se enzarzan en una discusión que va creciendo a propósito del nombre del niño que va a tener el aparentemente más capullo de los dos. Lo interpreta de forma brillante Jorge Bosch: el típico patán con dinero, que presume de inculto para sacar de quicio al marido de su hermana. Éste, Antonio Molero, es también prototípico: un profesor universitario de ideas muy enrolladas, pero como se va viendo, un cojonazos en el hogar. La bronca que se cuece estallará por dónde menos se espera, cuando la mujer del segundo (Amparo Larrañaga) termine por cantarle las cuarenta al marido, en un brillante parlamento dicho a velocidad de vértigo que arrancó un mutis aplaudido. El trío está perfecto toda la función. Cuando se descubra la broma, pues los futuros papás no iban a poner a su niño Adolf (como Hitler, pero con acento en la o, a la catalana) sino Enrique, ya está armada con reproches de los cinco a propósito de la vida que llevan cada uno, de lo que ocultan, de lo que en realidad piensan cada uno de los demás y nunca se han dicho a la cara. La comedia, cuando parece agotada, deviene en una sorpresa final, una vuelta de tuerca argumental que desvía la bronca hacia el amigo músico para delicia del público, que no se esperaba un nuevo enredo, éste sí de calado.
Cuando se adapta teatro al cine, se tiende a ensanchar el escenario, filmar exteriores, llevar a la pantalla a personajes a los que se cita pero no aparecen en escena. Aquí se ha hecho al contrario, imitando la adaptación cinematográfica: la obra comienza y termina con una proyección. Lo que vemos en escena ya pasó, lo cuenta en flash-back el empresario, y el colofón sirve para desdramatizar el conflicto y restarle acidez: al final, todos hacen pelillos a la mar. Teatralmente no aporta nada. El quinteto actuó sin inalámbricos y los vivaces diálogos no siempre se escucharon con nitidez en Baluarte.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 28 de noviembre de 2014.
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