Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticas de «Julio César», con Mario Gas y Tristán Ulloa, programado en Gayarre
CRÍTICA TEATRO
Julio César. Autor: William Shakespeare. Producción: Festival de Mérida, Teatro Circo de Murcia y Metaproducciones. Intérpretes: Mario Gas (Julio César), Carlos Martos (Marco Antonio), Tristán Ulloa (Bruto), José Luis Alcobendas, Agus Ruiz, Pau Cólera, Carlos Martos y Pedro Chamizo. Dirección: Paco Azorín. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 31 de mayo. Público: Tres cuartos de entrada.
Gris Julio César
Julio César es una obra que Shakespeare debiera haber titulado Marco Junio Bruto, porque ese personaje es el verdadero protagonista del drama. Un tipo interesante: César lo trataba como a un hijo y lo apreciaba de verdad (había sido amante de su madre). Pompeyo asesinó al padre de Bruto pero, a pesar de ello, se alineó con éste en la guerra civil contra César, “por ideología”. Los historiadores relatan el pánico de César recorriendo el campo de batalla de Farsalia, tras arrasar a su enemigo, temiendo encontrarse el cadáver de su amado ahijado. Bruto sobrevivió y pidió clemencia. No sólo le fue concedida, sino que César volvió a confiarle cargos de confianza. Sin embargo, Bruto vuelve a traicionarlo, también “por motivos políticos”, y participa en la conjura para asesinarlo en idus, el 15 de marzo del 44 a.C. Cuando Julio César se ve rodeado y salvajemente acuchillado sólo una cosa le sorprende de verdad: “Bruto, hijo mío, ¿tú también?”. Serán sus últimas palabras en vida y esa frase, como otras muchas cosas, se hurtan en el decepcionante montaje de Paco Azorín.
La obra está claramente dividida en dos partes: cómo eliminar a César, autoproclamado dictador de Roma, y cómo afrontar su ausencia (de ahí que se aparezca en sueños a los conspiradores). Y en ambas está muy claro el debate que divide a los criminales: Bruto es un idealista, participa en el crimen porque cree que así salva la libertad y la República; su contraparte, que encarna Casio, no esconde un oscuro rencor hacia César y su fortuna, y sus mismas ansias de poder y prestigio. La discusión de ambos sobre honor y responsabilidad antes de ser derrotados en Filipo queda difuminada y por eso no impacta el elogio de Marco Antonio a la “nobleza” de Bruto con el que concluye la obra.
Un montaje plano hasta decir basta. La grisura del espacio escénico y de los uniformes vagamente militares de los personajes y la violencia en gestos y poses se traslada a la interpretación, donde apenas se perciben matices diferenciadores. Tristán Ulloa está torpe, mella su parlamento y nunca consigue encarnar la nobleza del tribuno. Mal dirigido, estalla en gritos en algunos pasajes, con lo que se iguala a Casio en las formas y difumina el “debate”. Lo mismo se podría decir de Mario Gas, un César sin empaque, propenso a una ira artificiosa por momentos y, como los demás, dado a tirar las sillas por el suelo a cada poco.
Se salva (menos mal) el auténtico “momentico” de este drama y diría que de los mejores del teatro universal: el discurso de Marco Antonio, un prodigio de escritura dramática por cuanto juega a la ambigüedad, elogiando a la vez a César de cuerpo presente y a sus asesinos hasta que detecta que el pueblo está contra los criminales. El actor que sustituyó al anunciado Sergio Peris-Mencheta, Carlos Martos, supo expresarlo bien, a pesar de la lamentable banda sonora, que no encaja la reacción del populacho a los discursos y a excesivo volumen toda la función.
El montaje nació para ser representado al aire libre y no termina de funcionar en teatro. El audiovisual no añade, se precisa hasta de voz en off para el “dos años después” y, limitada la representación a hora y media, se suprimen personajes, intenciones y matices. Decepcionante.
POR VÍCTOR IRIARTE. Publicado en Diario de Noticias el martes 3 de junio de 2014.
Comentarios recientes