CRÍTICA TEATRO

 

LOS MISERABLES. Productora: Stage Entertainment. Autor: Alain Boublil y Jean-Marc Natel sobre la novela de Víctor Hugo. Música: Claude-Michel Schönberg. Intérpretes: Felipe Forastiere (Valjean), Ignasi Vidal (Javert), Armando Pita (el mesonero), Lydia Fairén (Eponine), Elena Medina (Fantine) Eva Diago (mesonera), Talía del Val (Cosette) y 35 intérpretes más. Lugar: Baluarte. Fecha: Sábado 22 de febrero, función de las 17:30 horas. Público: Prácticamente lleno.

Memorable folletón

Tiene Los miserables un lugar de privilegio en la historia del teatro. Primero, porque fue el primer musical de éxito creado fuera del ámbito anglosajón, en francés y en París. Segundo, porque el guión y la partitura definitivas estrenados en Londres tres años después, en 1985, confirmaron que Europa podía competir en igualdad de condiciones con Nueva York. Además, porque es en esa época cuando se incorpora con impúdico descaro el cambio de escenografía a vista del público como una parte más del gran espectáculo. En el caso español, fue el montaje que asentó el gusto por el musical “Broadway” a partir de su estreno en 1992, que no había arraigado a pesar de alguna recordada producción anterior, pero sin continuidad, como Jesucristo Superestar o Evita. Sus promotores (Tamayo y un hijo de Plácido Domingo) se las vieron y desearon para cerrar un casting, porque no había entonces aquí intérpretes que supieran cantar, actuar y bailar con este nivel de exigencia. Ahora, afortunadamente, abundan.

Lo demás es conocido: más de 65 millones de espectadores en cuarenta países diferentes. Recuerdo hasta un Miserableak en euskera que se vio en Gayarre en 1994 producida en la Escuela de Música de Bergara. ¿Por qué gusta tanto? Sin duda porque el libreto, un folletón romántico desaforado, sigue atrapando como hace siglo y medio: un protagonista condenado injustamente a galeras que lucha por su redención, una madre soltera abandonada, una Cenicienta a la que rescatar y una revolución que, por fracasada, es todavía más atractiva. Y un malo para enmarcar. La música contiene melodías memorables (Otro día se va, Amo del mesón, La canción del pueblo, Sale el sol), que se repiten con distinta letra a lo largo de la obra, y que encajan a la perfección con la situación narrada y con el carácter del personaje que lo interpreta. La adaptación es de mérito, porque es muy difícil resumir en tres horas el novelón y porque, al extenderse el relato veinte años, van surgiendo nuevos personajes protagónicos sin que descienda el interés.

Respecto del montaje “25 aniversario”, estrenado en 2010 en Madrid, se puede decir que es menos espectacular que el original. En aquel, la barricada giraba 365 grados, se veía lo que pasaba detrás pero también delante, con lo que la muerte del niño Gavroche tenía mucho más dramatismo. Para compensar, las proyecciones encajan a la perfección con el ambiente tirando a tenebrista de todo el montaje, como corresponde al tono y los ambientes del relato. La velocidad y perfección del cambio de escenas, el acoplamiento de orquesta e intérpretes y escenografía y vestuarios rozan la perfección.

Respecto de los protagonistas y coro, decir que demostraron ser fantásticos actores, aunque ojalá todos tuvieran cantando la dicción de Ignasi Vidal (el malvado Javert), Lydia Fairén (la generosa Eponine) y Armando Pita (el mesonero), porque no siempre se entendieron con claridad las letras. La música sonó excesivamente potente, lo que produjo cierta suciedad en contadas escenas corales. Seguro que conforme avancen las funciones se adaptará mejor a las condiciones de la sala. No entiendo que no se sobretitule el teatro musical aun cantado en español y, mucho menos, que el programa de mano no incluya el argumento. Ahí la productora no ha echado el resto.

POR VÍCTOR IRIARTE. Diario de Noticias. Martes 25 de febrero de 2014.