Voces y silencios. Pamplona, 7 de julio de 2008. Idea original, producción, dirección artística y vestuario: Sandra Arróniz. Co-dirección y coreografía: Marie-Gabriele Rotie. Intérpretes: Sally E. Dean, Maddi Barber, Julio Terrazas, Maeva Lamoliere, Irantzu Sánchez, Garazi San Martín, Maider Araguas, Luna Pérez Visairas, Leti Galeano. Lugar y fecha: varias calles del Casco Viejo de Pamplona. 3/07/2013.

MUCHÍSIMA gente se reunió para asistir a Voces y silencios. Pamplona, 7 de julio de 2008, la obra de teatro creada por Sandra Arróniz como homenaje a Nagore Laffage. Más gente de la que esperaba, lo confieso. Me alegra en estos casos equivocarme para bien. Cuando pienso que estuvimos a punto de quedarnos sin este montaje me invade una amarga desolación. Benévolamente, quiero pensar que se debió solo a la ignorancia de alguna mente obtusa. No me gustaría equivocarme para mal.

Voces y silencios nació en 2010 como proyecto de Sandra Arróniz para el Máster de Diseño de Vestuario de la London College of Fashion. Posteriormente, ganó con él, en la categoría de Artes Escénicas, los Encuentros de Jóvenes Artistas de 2012, organizados por el Instituto Navarro de la Juventud. En ese momento, la pieza constaba de una sola escena de unos diez minutos, que combinaba el dramatismo de la interpretación con la singularidad del trabajo de vestuario: su parte más llamativa era una especie de megáfono o bocina gigantesca que parecía estar unida a la boca de la actriz, como un modo de amplificar un simbólico grito de agonía. El elemento tenía también otras aplicaciones dentro de la representación. En fin, no voy a entrar ahora en eso. Lo comento porque me parece relevante que la pieza pivotara sobre el vestuario, un elemento al que suele prestársele solo una atención secundaria y que Arróniz ponía en primer plano.

Y lo digo también por otro aspecto en el que muchas veces no reparamos demasiado: el espacio de representación. En aquel momento, Pamplona, 7 de julio de 2008 se presentó como una performance en una sala. La artista ha decidido ampliar la obra y, de manera muy significativa, sacarla a la calle. Tiene mucho sentido. O por mejor decir, le añade otro sentido: el crimen contra Nagore sucedió en un espacio cerrado, privado; pero, a la vez, en medio de una de las celebraciones más universales del mundo. De algún modo pasó a la vista de todos y todos hablamos durante esos días del suceso como algo que nos concernía comunitariamente. Sacarlo a la calle le devuelve ese carácter público.

También acarrea consecuencias sobre la propia obra. En una sala, el eje de la atención se encuentra en la acción representada, y el espectador experimenta esa representación como una vivencia personal. En la calle, el propio público se pone en un primer plano, es parte de la obra, y esta se vive como una experiencia colectiva. En la función de Voces y silencios, sentí esto precisamente con el silencio de la multitud en la escena representada en la plaza Consistorial (muy significativamente entre las estatuas de la Justicia y la Templanza), solo roto por el golpeteo de un tambor y el repique de las campanas de San Saturnino, que parecía hecho de encargo.

Pesa a que lo simbólico de las acciones obliga a abordar Voces y silencios con un enfoque cerebral, la obra contiene momentos muy emotivos. De hecho, me parece que tienen más carga pasajes más sugerentes o interpretables que otros más obvios, como el momento en el que el personaje de Yllanes se riega en vino o su paroxismo en la escena inicial. Me llega mucho más la turbadora presencia de esa figura enlutada de los pies a más allá de la cabeza, hasta la punta de algo así como una estratosférica peineta de metro y medio de altura. Una figura que desplegará luego su ropaje para acoger a parte del público, que, de este modo, acompaña físicamente el duelo. O los misteriosos personajes coronados por un halo, que cubren sus brillantes ropajes con una especie de velo y que la autora identifica como Los que intentan silenciar. Un fantástico trabajo de vestuario, complementado también con el sonido, especialmente el violín en la plaza del Castillo y la voz de una cantante de ópera en la escena final en el callejón. Me parece imprescindible que haya nuevas representaciones de esta muy interesante propuesta teatral. Y aunque el contacto con el público es consustancial a este montaje, me gustaría verlo adaptado también a un espacio cerrado, donde creo que los sonidos y algunas acciones de los personajes ganarían en relevancia.

Pedro Zabalza en Diario de Noticias y en http://oscurofinal.blogspot.com