Romeo y Julieta. Intérpretes: Ballet de la Ópera Nacional del Rhin. Dirección artística: Iván Cavallari. Programa: Romeo y Julieta, música de Prokofiev; coreografía de Bertrand d’At. Programación: Ciclo de la Fundación Baluarte. Lugar: Sala principal. Fecha: 28 de mayo de 2013. Público: Tres cuartos de entrada.

EL tema de Romeo y Julieta -el amor entre dos grupos en conflicto- lo hemos visto trasladado a multitud de ambientes, desde el gitano (Los Tarantos de la genial Carmen Amaya), hasta los más radicales del cine: bosnios y servios, chiítas y sunitas, etcétera. Por lo tanto que Bertrand d’At lo traslade a la revolución rusa es una mirada más sobre el amor incomprendido por los otros. La gran ventaja de esta opción del anterior director del Ballet de la Ópera del Rhin, es que es rusa y, en muchos números, es, a mi juicio, la que mejor encaja con la música de Prokofiev. La coreografía es soberbia -basada en la potencia del folklore ruso- en las partes de conflicto: la guerra, las luchas… incluso las fiestas; y, creo, que pierde un poco -con respecto a otras coreografías- en los dúos amorosos, en las secciones más líricas.

En el guión del ballet, fiel al desarrollo de la tragedia shakesperiana, Prokofiev utiliza la disonancia como metáfora del conflicto, y aquí, la coreografía encaja perfectamente con la música del primer número del acto primero, la guerra, respondiendo a esos brutales choques armónicos con un tutti del cuerpo de baile de inusitada fuerza, donde esa estética de enfrentamiento civil y con armas de fuego supera al de las espadas. En general, la coreografía de Bertrand d’At -ligado a los ballets del siglo XX de M. Bejart- es más brillante en los solos y en los tuttis de hombres -independientemente de que también bailen las mujeres en esos grupos-; la fuerza desplegada, los saltos, los giros en el aire, incluso el drama teatral se acentúa y está mejor definido. Porque la coreografía que nos ocupa es muy teatral, tiene un desarrollo narrativo en el que el decorado, cierta moderna pantomima y la parsimonia, incluso quietud, de los personajes en poses estáticas, ocupan tiempo e importancia, (todo el ambiente de las escenas de la iglesia, por ejemplo).

Prokofiev realiza el paso hacia el tema del amor a través de una progresiva anulación de las tensiones cromáticas negativas, suavizándolas con un tono lírico, hasta recuperar el clasicismo que, en realidad no se abandonó nunca. D’At soluciona los extraordinarios dúos amorosos que propone la música, sobre todo, en dos planos: el suelo -o la cama- y las elevaciones; pero se me queda un poco cojo el baile más convencional. En cuanto a los solos: a la protagonista la dota de una soltura tanto en los brazos como en el baile en general, muy fresca, muy jovial, desenfadada y que, desde luego, da carácter al retrato que quiere hacer del personaje; soltura muy bien estudiada, no improvisación facilona. Eso sí, al hacerla bailar descalza, renuncia a esos pasos -pocos, desde luego- en puntas que, quizás, hubieran venido bien para cierta ensoñación amorosa. Las puntas las deja para el espectro de la muerte: una danza macabro jocosa, realizada cuando Julieta yace muerta, realizada por una bailarina impecable y espectacular, que es, además, un prodigio de exactitud coreográfica con las escalas endiabladas del violín (único momento, por cierto, de aplausos fuera de los finales: y es que las puntas…).

Los solos masculinos, espléndidos en giros y saltos, inciden en la fortaleza, y también gozan de esa libertad estudiada, por ejemplo en el desenfadado Mercutio. Los tuttis femeninos cumplen su papel en los entrelazados folkloristas, y esta muy logrado el fragmento humorístico del cuerpo de baile embutido en vestidos-saco, con pasos que entrañan su riesgo al no poder utilizar los brazos.

Ese sentido teatral de la coreografía hace que los personajes de Tibalt, Mercutio, los amantes, etc, estén muy bien definidos, y en esa claridad el coreógrafo también se acerca al compositor, porque ambas narraciones se siguen sin problemas, con detalles coincidentes, como el paso a dos entre Romeo y Mercutio, de exaltación de la amistad, pero no exento de la ternura que emana la música. En resumen, una nueva y riquísima visión de los clásicos -Shakespeare y Prokofiev- en una coreografía mucho más exigente de lo que parece, y muy bien realizada.

Teobaldos en Diario de Noticias