Crítica de Pedro Zabalza de «El hijo del acordeonista», de la compañía Tantakka, en el Teatro Gayarre
Obra: El hijo del acordeonista. Autor: Bernardo Atxaga. Adaptación teatral: Patxo Telleria. Dirección: Fernando Bernués. Intérpretes: Mattin Apaolaza, Aitor Beltrán, Joseba Apaolaza, Vito Rogado, Anke Moll, Mikel Telleria, Iñaki Rikarte, Patxo Telleria, Mikel Losada, Asier Hernández, Amancay Gaztañaga, David Pinilla, Mireia Gabilondo, Iñaki Salvador. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 26 y 27/04/2013. Público: tres cuartos de entrada (en la función del 27).
La trama clandestina
Hay en El hijo del acordeonista, adaptación teatral de la novela homónima de Bernardo Atxaga, un agujero camuflado en el suelo de un caserío. Uno de esos escondrijos que muchos fugitivos durante la guerra civil emplearon para burlar las pesquisas de sus perseguidores, aunque también recuerda inevitablemente (al menos a mí me pasa) a los infames zulos en los que más tarde se encerró a otra gente contra su voluntad. En la obra, es el protagonista el que se oculta allí para esconderse de sus padres, o sea, de su pasado, para salir luego renacido, como de un útero excavado en la tierra. En cualquiera de esos casos, la función del refugio es la de mimetizarse con el entorno y camuflar lo importante, haciendo que quien busca se distraiga con lo accesorio del entorno.
Creo que algo así me sucedió con esta pieza producida por Tanttaka: me entretuve con la prolija sucesión de escenas que componen el relato de la historia de David, hijo de un antiguo delator durante la guerra (amén de acordeonista), y pasé algo por alto. La ficción urdida por Atxaga es rica en recovecos en los que centrar la atención: la relación de David con Lubis, representante de una especie de ruralidad arcádica; sus idas y venidas hacia y desde el personaje de Teresa, hija de otro confidente de los franquistas que, sin embargo, se sitúa por encima del bien y del mal, amparada por su condición de rara avis; la rebeldía hacia la figura del padre y el amor por una madre silenciosa y doliente; y, sobre todo, la amistad con Joseba, con quien David da el salto a la clandestinidad de la lucha antifranquista, hasta que la detención de su talde, sobre la que cae la sombra de una posible delación, separa a los dos amigos hasta muchos años después. Todo esto, a grandes rasgos, conforma la decoración de esta casa por la que transita uno en ameno paseo, saltando de suceso en suceso y de personaje en personaje. Y sin embargo, me parece que lo fundamental me ha pasado desapercibido en la sombra de algún rincón: ¿de qué trataba esto? ¿Qué era lo que se pretendía contar? ¿Qué le pasa a David (y que le pasa a Joseba)? Pero qué le pasa de verdad, por dentro, más allá de su peripecia externa.
Tampoco soy partidario de que me lo den todo mascadito, y asumo que, como espectador, me corresponde el papel activo de completar aquello que no se ha dicho de manera explícita, pero que se desprende de lo que hacen y dicen los personajes (o de lo que no hacen o no dicen). Pero me sucede que, pese a asistir a todo lo que les pasa, no logro conectar con sus sentimientos. En esta historia de traiciones, se diría que el adaptador, Patxo Telleria, no se ha atrevido a darle la puñalada al texto original y ese exceso de fidelidad satura la función de situaciones secundarias (toda la relación de David con Teresa y, hasta cierto punto, la que tiene con Lubis), cuando no de escenas irrelevantes (la de la escuela, el monólogo inicial, el primer encuentro con Mary Ann), mientras lo esencial de la trama sigue escondido en algún agujero.
Aunque me queda un leve poso de insatisfacción por la gran obra que podría haber sido y no llega a ser, el resultado me pareció, ya digo, entretenido. Sobre todo, por ese carrusel de episodios que conforman la pieza y que, en general, me parece que están bien llevados a las tablas. Se aprecia un buen aprovechamiento de una escenografía versátil, con un primer término a pie de escenario y un segundo en altura que permite mostrar y ocultar selectivamente las acciones. Los distintos cuadros se hilvanan bien, tal vez con algún oscuro superfluo que la música contribuye a disimular, hay soluciones imaginativas en la dramatización, y el reparto de actores resuelve su labor de manera solvente.
Pedro Zabalza en Diario de Noticias y en http://oscurofinal.wordpress.com/2013/04/30/el-hijo-del-acordeonista/
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