Palabras encadenadas. Autor: Jordi Galcerán. Compañía La Piel. Dirección: Fermín Cariñena. Intérpretes: Jaione Urtasun, Xabier Flamarique. Lugar y fecha: ENT, 9 y 10/03/2013. Público: dos tercios de la sala (en la función del 10).

Sorpresa, sadismo, movimiento

No recuerdo si Palabras encadenadas, el (casi) estreno de la carrera literaria de Jordi Galcerán, había sido representada antes en Navarra. Como diría un miembro de la Ejecutiva popular, «no me consta», y soy seguidor bastante fiel del dramaturgo barcelonés. Palabras encadenadas es un texto estimable, un anticipo de la maestría que ha demostrado después su autor con Dakota, El método Grönholm o Burundanga (que tampoco ha aterrizado por aquí. Todavía está en cartel. Mantengamos la esperanza).

La obra que nos ocupa, que le valió a su autor el Premio Born, no me parece todavía una obra tan perfecta como las citadas. Tiene a veces un andar algo vacilante sobre la línea que separa la comedia del drama, una indefinición que le perjudica en cierta medida; y alguno de los giros de la trama provoca un cierto cosquilleo incómodo en la credulidad del espectador (al menos, en mi sentido de la verosimilitud). Pero, en lo demás, contiene todos los ingredientes que hacen una pieza atractiva. Especialmente, un enredo repleto de virajes inesperados, en los que descubrimos que nada es lo que parece (o sí). Un poco como en el juego que sirve para titular la pieza, las líneas argumentales giran y se quiebran, encadenando el final de una con el principio de la precedente, avanzando en direcciones inesperadas. Si hablamos de palabras encadenadas, sorpresa, sadismo y movimiento conformarían una tríada que le cuadraría a este montaje.

La compañía navarra La Piel ha tenido el acierto de rescatar este texto: un duelo para dos intérpretes, un actor y una actriz, ubicado en un espacio cerrado, con cierto aire de ratonera. No estoy seguro, pero creo que en el original se trataba de un sótano o alguna otra clase de local aislado. Aquí se ha situado en un teatro abandonado. Bueno, igual es un poco traído por los pelos, pero viene bien esta ubicación para incrementar el realismo de la acción, con el espectador sentado en mitad de un conflicto en el que a veces se invade el patio de butacas, como si fuera un voyeur invisible. También está bien aprovechado lo del teatro para justificar que los cambios de luces se hagan desde el propio escenario, a la vista, con una mesa que maneja uno de los actores. Un recurso original, interesante, y, aunque sea lo de menos (o no), adecuado a estos tiempos de economía de medios. Incluso me parece que podría sacársele más partido para incrementar la sensación de tensión y misterio.

Fermín Cariñena, director surgido de las promociones recientes de la ENT, igual que los dos intérpretes de la función, le imprime a esta versión un buen ritmo. El necesario para conseguir que el interés no decaiga en ningún momento. Esto es tener gran parte del camino andado. El resto, lo marca el trabajo de los actores. Creo que este es bueno, en líneas generales. Señalaría, en todo caso, cierta tendencia a subrayar los momentos de tensión con gritos. Me parece que sería adecuado buscar otros modos. Tanto Xabier Flamarique como Jaione Urtasun son actores de recursos, capaces de comunicar ira o enfado sin elevar la voz, o reservando esta opción para momentos puntuales. En lo demás, los encontré naturales y creíbles. Los personajes guardan todavía posibilidades para ahondar en el trabajo interpretativo; especialmente, el de Jaione Urtasun, que, del miedo a la ira, pasa por un amplio abanico de vaivenes emocionales, mientras que el Xabier Flamarique es algo más monolítico y el actor demuestra tenerle bien cogida la medida. En cualquier caso, la labor de ambos está a un buen nivel y consiguen que llevar prendida de sus palabras la atención del espectador.

Pedro Zabalza en Diario de Noticias.