Dirección: Emi Ecay. Intérprete: Patxi Larrea. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 7/05/2012.

La soledad del poderoso

ANTES de adentrarnos por los oscuros pasillos del poder, establezcamos algo de claridad meridiana: Patxi Larrea es uno de los actores navarros mejor dotado para el arte de la comedia. Creo que no descubrimos nada que todo el mundo que haya seguido mínimamente su trayectoria no supiera ya. Por tomar solo algunos ejemplos recientes, le hemos visto sacar partido de su capacidad para la comicidad gestual en los montajes de la compañía La Llave Maestra; y lo hemos disfrutado en una pieza de humor eminentemente verbal como La importancia de llamarse Ernesto.

Larrea presenta ahora en el Gayarre Solitude, el hombre que quiso reinar, una obra declown «ácido y agrio», como el propio autor e intérprete la define. Sea ácido, agrio, dulce o amargo, en cualquier sabor Patxi Larrea demuestra que la nariz roja del clown le sienta como un guante, si tal ejercicio de adaptación anatómica fuera posible literalmente. Vamos, que evidencia también un perfecto dominio de esta técnica, tal vez la que mejor se acomoda a sus capacidades, sin desmerecer de ningún modo sus incursiones en otros estilos.

Solitude es un bululú, un espectáculo para un solo intérprete. Algo muy adecuado para una pieza que, de algún modo, pretende mostrar la soledad que reina en la cima en la que se encuentran los poderosos. Poder es querer: querer el poder, pero para poder llegar al poder hay que renunciar al querer. El Emperador, personaje único de este espectáculo, no ha conocido nunca el verdadero afecto, y ahora, desde su posición elevada, exige a su pueblo que le quiera, perfectamente ignorante de los resortes del cariño. Una misión imposible, en suma.

Esta vana pretensión del protagonista es el alfiler que sostiene todo el edificio argumental, por decirlo de algún modo, de Solitude. Un apoyo un tanto endeble para un peso no demasiado liviano. Larrea tiene claro el estilo del espectáculo. Tiene clara también la idea de su personaje, y es una idea con posibilidades, con una cierta ambivalencia que lo hace atractivo: los monstruos necesitados de cariño pueden ser muy tiernos, pero también son peligrosos. Lo que le falta todavía, desde mi punto de vista, es una unidad y una evolución narrativa que haga que el espectáculo parezca algo más que una acumulación de gags dispersos.

Patxi Larrea sabe sacar partido de los elementos que componen un atrezo de mínimos. Se atribuye a Napoléon, el emperador por antonomasia, la frase: «Con las bayonetas todo es posible, salvo sentarse encima»; Larrea muestra que con una silla todo es posible, además de sentarse encima, lo que certifica la superioridad de las sillas sobre las bayonetas. En esta capacidad para jugar con su entorno, Larrea revela su talento. No obstante, no todos los momentos me parecen igualmente conseguidos, tal vez habría que peinar un poco más el contenido de este Solitude, aunque fuera a costa de rebajar minutaje al resultado final.