Crítica de "El viento en un violín", de la compañía argentina Timbre 4, exhibido en el Teatro Gayarre
El viento en un violín. Compañía: Timbre 4. Autor: Claudio Tolcachir. Intérpretes: Araceli Dvoskin, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Gonzalo Ruiz. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 29/10/11. Público: Tres cuartos de entrada.
El drama madre
TARDE de expectación en el Gayarre: nueva visita de los argentinos de Timbre 4 con la tercera obra salida de la pluma de su director, Claudio Tolcachir. Ya tuvimos la suerte de ver en el mismo escenario las dos anteriores. La primera, La omisión de la familia Coleman, deslumbró por su capacidad para envolver lo trágico en el papel de colorines brillantes de una farsa familiar. Un auténtico regalo para el espectador, que era conducido de carcajada en carcajada por un océano de desolación de un modo que pocas veces habría conocido antes. Con la segunda, Tercer cuerpo, Tolcachir se puso más serio y mantuvo razonablemente bien el tipo después de las cotas alcanzadas con su debut: puede que Tercer cuerpo no fuera tan brillante como su predecesora, pero contenía momentos estelares, y, en conjunto, resultaba una excelente obra de teatro.
Había ganas, por tanto, de ver cómo se las componían los de Timbre 4 en esta siguiente entrega, y dudo mucho de que alguien pueda haberse visto defraudado. La omisión de la familia Coleman fue (justificadamente) en su momento una de las mayores sorpresas teatrales de la temporada. No me parece que los muchos méritos de esa obra se encuentren en menor cantidad en El viento en un violín. Estaría por decir lo contrario. Tolcachir sale de un punto de partida en cierto modo semejante: conflictos familiares, personajes que, por una razón o por otra, se encuentran en los márgenes de la normalidad, socialmente disfuncionales. Tipos raros, en definitiva. Pero mientras que La omisión de la familia Coleman era un retrato casi brutal por la supervivencia en un entorno familiar hostil, El viento en un violín aparece como el reverso esperanzador de la misma realidad.
La presente obra es casi un canto a la fuerza redentora del amor. Del amor maternal (o paternal) como esperanza para aquellos que no tienen otra cosa, y no me refiero solo a bienes materiales: en la obra, tan pobre es Darío, el hijo único de una familia bien, como Lena o Celeste, la pareja pobre que detona el conflicto con su deseo de tener un hijo hacia el que transmitir el amor que siente la una por la otra; su deseo de ser una familia normal.
Como en La omisión de la familia Coleman, el deseo de ser normal es ubicuo. Pero mientras que allí las declaraciones de normalidad sonaban como sarcasmos, en El viento en un violín resuenan como gritos desesperados de socorro. En la presente obra, Tolcachir ha afinado su capacidad para conmover al espectador sin renunciar en ningún momento a hacerlo reír, y, sobre todo, a algo que aúna ambas cosas: a entretenerlo. El entretenimiento a través de contarle historias que le importen, historias emocionantes, en las que se pueda ver el alma humana como el fondo de un río cristalino. Cuentos de verdad, en suma. Algo al alcance de muy poquitos.
Como siempre, esto sería muy difícil sin unos intérpretes capaces de ponerse las vestiduras de los personajes creados por Tolcachir y llevarlas como si fueran trajes a medida. Con un reparto casi clonado de La omisión de la familia Coleman, los intérpretes de esta nueva pieza dan una nueva lección del arte de convertir en verdad la palabra escrita. Algo que requiere una técnica exigente (siempre que veo una obra de actores argentinos, termino fascinado de cómo no se pierden en ese laberinto de palabras, y de cómo hacen que del barullo deliberado surja siempre con claridad las palabras que deben oírse), pero que parece surgir de una especie de alquimia natural. Como el viento en la caja de resonancia de un violín.
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