Con el nombre de Amadís de Gaula gente de Pamplona hace teatro de forma discontínua desde hace tres o cuatro décadas. El grupo arrastra una fama de polémico, quejica, bronco, protestón, de no aceptar la crítica, de mandar cartas al director para criticar a los críticos o para que se les publique en esa sección la crítica (elogiosa, claro) que les gustaría recibir y que se tenían que escribir ellos. Gente que siempre veía fantasmas, dobles intenciones, injusticias, etecé, etecé. Lamentablemente, no han solido acompañar esta actitud con montajes excelentes, bien dirigidos e interpretados, donde se viera una progresión a mejor en cada uno de sus trabajos.
Hace poco tiempo pasaron por una escisión y hace menos han abandonado el grupo algunos de los promotores históricos. El año pasado anunciaron un espectáculo para criticar la Muestra Teatro de Aquí, que finalmente no presentaron ante el público. Hubiera sido un colofón coherente con esa manera de comportarse, digo yo.
Sabiendo de un «nuevo» Amadís de Gaula, asistí esperanzado al estreno de Colores. Uno siempre espera que le sorprendan gratamente en el escenario. No fue así. Carmen Segura, una veterana, ha escrito una pieza corta y dirigido a cinco chicos jóvenes y cinco niños una obra para niños de muy corta edad, de 30 minutos de duración. Una obra plana y monótona, sin sorpresa alguna ni climax dramático, basada en la salida a escena del personaje bueno, su retirada, luego el personaje malo, su retirada, y así hasta completar cuatro pruebas.
Lo mejor del texto de Carmen es que deja clarísimos los mensajes a los niños: hay que cuidar el entorno, tirar los papeles a la papelera, no manchar, no romper las cosas (que pena que luego el personaje bueno pida a los niños un moco y un eructo para devolver los colores a su pueblo). Y deja claro al malo, malo. También se ve un esfuerzo magnífico en el vestuario, la luz, el vídeo, la música, los «efectos especiales». Que pena que trabajen tan poco lo que debiera ser esencial en grupos no profesionales: la interpretación.
Los actores mayores con texto demuestran buena dicción, pero tienen que trabajar muchísimo más el movimiento escénico y la expresión corporal, porque se mueven flojito. Dos personajes, el «no amigo» y la que hace mímica son irrelevantes y, tal como está escrita la obra, rellenos innecesarios. Es incomprensible que el hada hable poco y complete sus frases con gorgeos. Inexplicable, porque ni es gracioso ni tiene sentido.
No se puede alegar en favor del trabajo teatral que los niños siguieran bien la representación. Es muy fácil conseguir que el patio de butacas responda a base de preguntas y forzar un guirigay bajando en cada ocasión al pasillo central para «pegarles» o «reñirles». Eso lo hacían los responsables del tren chu-chú y no eran actores y no precisaban de ensayos.
Seguiré esperando un buen trabajo de Amadís de Gaula y mantendré intactas mis ganas de elogiarlo. Este año no ha podido ser. Tampoco este año, aunque la juventud del elenco es buen síntoma. A la salida, una persona versada en teatro comentaba que en la música nadie en primero, o segundo o tercero de instrumento sube a un escenario a dar un concierto (y exigir caché y contratos). En teatro, en cambio, eso es lo habitual. Casi diría que frecuente. Se ven espectáculos muy, muy colegiales, de fiesta navideña, que no superan ni por asomo el aprobado rascao.