Guía de lectura de Una lectora desaforada

61 libros recomendados siguiendo el hilo de las conversaciones de nuestros personajes. Elaborada por VÍCTOR IRIARTE,

autor y director de la representación teatral

 

1, 2, 3.- Muerte en la tarde. Ernest Hemingway. 1932.

El primer libro que se lleva la Reina de Inglaterra tras su inesperada visita al bibliobús es una reflexión del premio Nobel sobre la tauromaquia, también sobre la valentía y el miedo, que conoció de cerca desde 1923, cuando se acercó desde París por primera vez hasta España. La reina demostrará más avanzada la representación haber leído también Fiesta, de 1926, el primer gran éxito como novelista de Hemingway, imprescindible para conocer a los escritores americanos de la “generación perdida” y los Sanfermines de Pamplona. Leyéndolos, el lector coincidirá con la apreciación de la Reina sobre España: “Muchas moscas, y quizá exceso de ajo en algunas comandas, pero en general, una visita satisfactoria”. Mucho más adelante, y tras dos lecturas atentas, la Reina captará en toda su dimensión El viejo y el mar, la historia del pescador obsesionado que logra atrapar la codiciada presa pero la verá desaparecer antes de llegar a la orilla, metáfora de la vida. La reina descubrirá en Hemingway a un hombre que, como tantos otros, “corría contra el tiempo” y entenderá que él no podía escribir un final feliz ni en sus novelas ni en su vida.

 

 

4 y 5.- A la caza del amor. Nancy Mitford. 1945.

Extraordinariamente conocida en el ámbito anglosajón ella y su extravagante familia, Nancy es una soberbia novelista, con un sentido del humor delicioso para reírse de sí misma y del mundo, una facilidad pasmosa para introducirte en la vida desprejuiciada de las clases altas inglesas y pluma selecta para conmoverte con personajes definidos en pocos y certeros trazos. De ahí que le divierta tanto a la reina Isabel y contribuya a su enganche iniciático a la lectura. En esta su mejor novela, en parte autobiográfica, analiza su clan familiar, aunque inteligentemente se coloca de perfil, hablando de sí misma en tercera persona, pues el papel de narradora de su propia vida lo asume una prima que convive con esa peculiar familia. Con ella seguimos la peripecia amorosa de la bella Linda Radlett hasta que en la última página, en un giro tan magistral como desolador, la autora nos confronta abruptamente con el dolor y la pérdida, aunque teñida de esperanza. Acabas el libro y no te queda otra opción que lanzarte a leer su continuación, Amor en clima frío, de 1949, también traducida al castellano.

 

 

6 y 7.- A sangre fría. Truman Capote. 1966.

Aunque al señor Hutchings le preocupe “un homosexual tan prominente” en la bolsa de lecturas que prepara para la reina, debería relajarse porque Heather ha escogido  una novela excepcional, la que inaugura el “nuevo periodismo”, esa forma de contar los hechos sin idealizarlos ni embellecerlos, con un lenguaje conciso de adjetivación certera, que rápidamente se extendió por toda la buena literatura de la segunda mitad del siglo XX. El sofisticado escritor norteamericano, por cierto de apellido español vía padrastro, acude al profundo Kansas para redactar un reportaje sobre un dantesco, y gratuito, crimen contra una apacible familia, pero acabó finalmente abducido por la compleja personalidad de uno de los dos asesinos. Acabarían ajusticiados. Hay películas para dar y visionar: sobre los hechos (In cool blood, 1967), el proceso de investigación sobre el terreno ayudada por su amiga Harper Lee (Capote, 2005) y otra, excepcional, donde aparece Truman niño como personaje del relato de ella, Matar a un ruiseñor, de 1960. Las tres imprescindibles, pero las novelas son mejores.

 

 

8 y 9.- Pantaleón y las visitadoras. Mario Vargas Llosa. 1973

Si la voluntad es iniciar a alguien en la literatura, el humor es infalible, sobre todo si se le añade, como dice Hutchings, “el toque picante justo”. Seguramente es la obra más antimilitarista de todos los tiempos, pues destroza a carcajadas el rigorismo de los uniformados con un relato multiforme que incluye informes castrenses, correspondencia privada, guiones radiofónicos y un sinfín de situaciones tronchantes para narrar la misión ultrasecreta de Pantaleón Pantoja: formar un brigada de prostitutas que visite las guarniciones más alejadas en la amazonía peruana, relaje a la tropa y le evite roces con la población civil. La Reina se enganchará con el hispano-peruano en La guerra del fin del mundo, novelización de una revolución conservadora en el empobrecido Sertón brasileño a finales del XIX redactada con tonos de epopeya y protagonistas múltiples memorables. Toda monarca atenta a los avatares políticos debería leerla, pues muestra de forma convincente como pobreza y fanatismo forman  una combinación explosiva.

 

 

10 y 11.- Sin noticias de Gurb. Eduardo Mendoza. 1991

El bibliobús que aparca junto al palacio de Westminster tiene abundantes fondos relacionados con el humor, curiosamente también conectados con el periodismo, pues esta novela de humor delirante y desprejuiciado nació como folletón para El País en las vísperas el año de gracia de Nuestra Señora de las Olimpiadas de 1992 y ambientada, como en casi todas las de Mendoza, en Barcelona. Relatada en forma de diario, un marciano acude en misión a la tierra con el objetivo de rescatar a un compañero enviado anteriormente con el que han perdido contacto. Tratará de pasar inadvertido adoptando la apariencia física de distintos terrícolas mientras toma nota de las costumbres del lugar. Si has sobrevivido a su lectura sin la mandíbula desencajada, caerás rendido, como Isabel de Inglaterra, ante un éxito anterior del que sin duda es el mejor escritor español actual: El misterio de la cripta embrujada, de 1978. Un desgraciado buscavidas, tan pobre que ni sabremos nunca su nombre, es sacado del manicomio de doctor Sugrañes por un comisario faccioso para que indague en los bajos fondos sobre unas misteriosas desapariciones. Un tercio de relato policíaco, otro de novela picaresca actualizada y un tercero de puro regocijo. Como diría la reina, lo mejor es que te la lees y descubres que hay ¡otras cuatro más con el mismo personaje!

 

 

12.- Soldados de Salamina. Javier Cercas. 2001

Como muchos lectores, quizá la Reina se acercó al libro pensando que se trataba de una novela seudohistórica tan a la moda hoy en día sobre la batalla naval de tiempos de los griegos. Pero no. En sus primeras páginas se encontró “con un libro sobre la Guerra Civil Española, sobre el sentimiento de  derrota, y sobre el olvido”, pero lo que le termina de enganchar es que sus protagonistas “son personas que parecen no encontrar nunca su sitio” y esa es una sensación que, como dirá, “conocemos muy bien”. La investigación periodística sobre un hecho histórico, el fusilamiento fallido de un jerarca fascista, Rafael Sánchez Mazas, y la búsqueda del joven miliciano que le perdonó la vida, es conmovedora. Sánchez Mazas compuso la letra del Cara al sol, pero nosotros le estamos agradecidos por su mejor contribución a la humanidad: ser el padre de Rafael Sánchez Ferlosio. Siguiendo la estela de Roberto Bolaño, también citado en la obra de teatro, Cercas abre en España el inmenso campo de la autoficción, que tantos y tan buenos frutos está dando.

 

 

13 y 14.- Regreso a Howards End. Edward Morgan Foster. 1910

Volvamos por unos instantes a la mejor literatura británica. Repetimos, hay películas de todos los títulos de este escritor, todo un clásico, pero las novelas son mejores. Con un estilo inimitable y un punto vital pesimista, Foster aborda la imposibilidad de conciliación de las clases sociales, tan marcadas en la historia reciente de Inglaterra, y la crítica acerada a los usos que hacen los privilegiados de su posición. En Pasaje a la India, de 1924, que también lee la monarca inglesa, porque seguramente tiene vivida memoria de los complejos años previos a la independencia, aborda la división entre los colonialistas británicos, cargados de prejuicios raciales, y sus súbditos.

 

 

15 y 16.- La tierra baldía. T.S. Eliott.

En el terreno de la lírica, palabras mayores. El escritor, nacido en EEUU y nacionalizado británico, es premio Nobel y una de las cumbres de la poesía de todos los tiempos. Con razón la Reina se lamenta de haber coincidido antaño con él en una recepción y no haber podido decirle nada de interés. Se aconseja algún tomo de sus obras seleccionadas, donde sin duda aparecerán los 434 versos de la obra citada. Si nos frenan las traducciones, quizá nos consuele saber que influyó extraordinariamente en la poesía española, entre ellos a Gil de Biedma, quien lo conoció y trató (quizá en sentido bíblico) durante la estancia del segundo en Londres. Heather, no lo olvidemos, estaba enganchada a la poesía española contemporánea. Si se quiere empezar por algo más sencillo de Eliott, basta con canturrear los temas de Cats, musical basado en los poemas humorísticos para niños recogidos en El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, de 1939. Leer y tararear, todo es empezar.

 

 

17, 18, 19, 20 y 21.- Los chicos de historia, de Alan Bennett, 2004.

Para fortuna de la Reina, el pequeñín de la casa, su hijo Eduardo, era más aficionado al teatro que a las armas y ahora es su mejor asesor en drama y comedia. Y a fe que lo necesita, puesto que el panorama dramático británico es extraordinariamente rico. De Alan Bennett ha leído seguro Su Majestad esta pieza sobre los problemas de la educación (que José María Pou tradujo y montó en España) y, por lo que le concierne, La locura del rey Jorge, de 1991, que dio en película de éxito. ¿Habrá leído su Majestad su gran éxito Una lectora nada común? Seguro que sí, y que se habrá reído lo suyo (aunque no tanto si lo leyera su primogénito, Carlos, setenta años de prolongada  espera). Y puestos a seguir leyendo teatro, se cita a los clásicos Oscar Wilde y Bernard Shaw, el maravillosamente intrigante Priestley, la joven y desgraciada Sarah Kane o el inigualable Tom Stoppard, autor de Rosencrantz y Guildenstern han muerto, de 1967, título clave del teatro existencialista y absurdo a la altura de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, de 1952, y esta seguro que les suena, del guión de Shakespeare enamorado, de 1998.

 

22 y 23.- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, 1967.

Una de las cien mejores novelas de todos los tiempos, el “Quijote americano” llega al zurrón de la Reina cuando ya dispone de todas las herramientas para saborear la saga torrencial de los Buendía, que es la historia de Colombia y del subcontinente. Un relato que te inunda y arrastra a las últimas, desoladoras y telúricas páginas, pero que nace antes, “frente al pelotón de fusilamiento”, el día que el coronel Aureliano Buendía recuerda “la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Con razón este personaje merecería el título de sir o, cuando menos, una condecoración de Palacio, como apunta el Duque. Una vez anotados García Márquez y Vargas Llosa, ya tienen la brújula para el fabuloso panorama de la literatura hispanoamericana. Heather sigue mucho a Borges, Cortázar, Gabriela Mistral y Alejandra Pizarnik, pero hay cientos de títulos arrebatadores asociados al “boom”. Por cierto, ya que estamos, Cien años de soledad está dedicada a una pamplonesa, María Luisa Elío, ahí queda eso. Si quieren saber más de esta mujer, lean Tiempo de llorar, de 1988, y enorgullézcanse de su paisana.

 

 

24, 25, 26 y 27.- Los cinco y yo, de Antonio Orejudo, 2017.

Que a David Camerón, personaje central de Una lectora desaforada, le faltaba un hervor se supo tarde, cuando decidió resolver una riña de niñatos malcriados de Eton y pijos oxonienses creando un conflicto sin parangón en décadas, al convocar sin paracaídas el referendo del Brexit que llevó a su país, y a la UE, a un caos del que tardarán en salir. No escuchó a la Reina cuando le recomendó leer a Antonio Orejudo, una de las mejores noticias de la literatura española del siglo XXI. Pueden comenzar con Fabulosas narraciones por historias, de 1996, y viajar a la vibrante España republicana, o seguir con Ventajas de viajar en tren, cuya película se ha rodado en parte en Navarra, pero yo les recomiendo Los Cinco y yo, una delirante pieza de autoficción que te atrapará si leíste de niño a la pandilla creada por Enid Blyton, la dama de oro británica en eso de fabricar jóvenes lectores hasta la irrupción de J.K Rowling (Harry Potter y la piedra filosofal, de 1997, y toda la saga posterior), fantasías estas que la Reina reserva para las tardes de domingo lluviosas. Con su humor sutil, y un irónico uso de las estrategias y el trampantojo literario, Orejudo resuelve por fin nuestra curiosidad sobre cómo maduraron aquellos pequeños investigadores. Lo dice la Reina: Los libros de Orejudo “tienen mucha gracia, David, deberías leerlos”. De haberlo hecho, seguro que el exprimer ministro se hubiera tomado las cosas de otra manera.

 

 

28, 29, 30, 31, 32 y 33.- Un marido de ida y vuelta, de Enrique Jardiel Poncela, 1939.

Si hablamos del teatro de humor del siglo XX, la cumbre de la literatura española es Jardiel Poncela, que apostó por una escritura adaptada a los peajes del complejo sistema empresarial de su época, pero supo renovarlo y elevar su arte a cotas inimaginadas en la comedia española. Antes de él en España existía la gracia, con él llegó el humor. No es de extrañar que el mejor comediógrafo inglés de su época, Noel Coward, le plagiara en Un espíritu burlón, lo que no le resta mérito alguno a su profusa obra. Un consejo, si andan un poco depres, busquen las cuatro novelas cómicas de Jardiel, plagadas de sorprendentes recursos gráficos que facilitan la lectura, y no se arrepentirán: Amor se escribe si hache, Espérame en Siberia vida mía, Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y La tournée de Dios. Varios de sus certeros aforismos se repiten durante la representación.

 

 

34, 35 y 36.- Expiación, de Ian McEwan, 2001

Para nadie es un secreto que la más reciente narrativa británica vive un momento excepcional en calidad y cantidad. Un ejemplo es Ian McEwan, que en la última década ha publicado títulos a cual más brillante. Imprescindible es Expiación, una novela en la que la protagonista recorre el siglo XX con la carga brutal de haber destrozado la vida de las personas que más quería por una rabieta adolescente. La película homónima, todo hay que decirlo, es también extraordinaria, y cuenta con un plano secuencia en las playas de Dunkerque de los mejores rodados de la historia. En el último lustro, el autor nos ha regalado La ley del menor, sobre el chico testigo de Jehová que no quiere la transfusión de sangre y todo lo que le viene encima a la juez que tiene que tomar una decisión, y  Cáscara de nuez. Como dice Hutchings: “A ver quién es capaz sino él de escribir toda una novela desde el punto de vista de un feto de ocho meses”.

 

 

37 y 38.- Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, 2005.

La generación británica de narradores tiene tal brillantez que varios de sus componentes, como el citado McEwan, merecerían el Nobel y seguramente no lo alcanzarán porque la Academia sueca ya ha premiado a uno de ellos, Kazuo Ishiguro, “una gloria nacional, con una cara de japo que no se la pesa, pero que escribe, que escribe como nadie lo ha hecho en Cambridge en siglos”, dice la Reina con razón. Le llegó su popularidad en España por el cine, con Los restos del día, de 1989, la historia sobre la solitaria vida de un mayordomo en la mansión del noble fascista británico que intentó un pacto imposible con la Alemania nazi antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero hay que leerse sí o sí Nunca me abandones. No se puede calificar de terror gótico, nada hay que asuste ni produzca miedo al uso. Es una novela que aparenta ser una historia de crecimiento personal, pergeñada en un estilo realista, pero que te produce un escalofrío cuando, tras empatizar con unos personajes que has visto crecer, descubres  quiénes son y para qué han sido traídos al mundo. “La novela más desazonadora que una se pueda echar a la cara, puro terror sin un mínimo susto, pero que luego te deja sin dormir días enteros, y nadie con quien compartirla más que con Heather”, se lamenta la Reina. Hay película, también estupenda.

 

 

39 y 40.- El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, 1997.

El actual Reino Unido es un crisol de culturas, con notabilísima presencia de ciudadanos procedentes de las antiguas colonias, de ahí el interés que ha despertado en los últimos tiempos las literaturas que nos acercan a ellos, como la torrencial novela de la escritora india Arundhati Roy, que no tamiza ni poetiza las miserables vidas de sus protagonistas. La Reina cita entre los “clásicos étnicos” que tienen pendientes Un buen partido, de Vikram Seth, novela más amable e irónica, aunque tan exuberante como el país que retrata, que tiene como hilo argumental los matrimonios concertados y de conveniencia que coartan los objetivos vitales de los jóvenes indios.

 

 

41, 42 y 43.- Poemas completos, de Sylvia Plath, 1981.

Recopilados en 1981, los Poemas completos recibieron un Premio Pulitzer póstumo, pues la atormentada poeta norteamericana se suicidó en 1963, a la temprana edad de 31 años. “Una lee a Sylvia Plath y agradece no haber vivido lo de ella”, dice la Reina, que seguramente ha leído la novela semibiográfica La campana de cristal, publicada poco antes de morir. Depresiva crónica, y mal tratada médicamente, nos legó una poesía apasionada, de una rara perfección formal. Hoy está más de moda que nunca, para nuestra fortuna. Como también mantiene su vigencia la poesía de Dylan Thomas, imprescindible lectura previa a una visita de la Reina a Gales. Un autor soberbio, recitador único, que también como Plath murió joven, estragado por el alcohol y una vida de excesos. Cuando lean su Poesía completa acuérdense de que un joven trovador que se daba cierta maña en componer temas folk, un tal Robert Allen Zimmerman, decidió el nombre artístico con el que triunfó con un homenaje al poeta, y hasta recibió no hace mucho el Nobel de Literatura: Bob Dylan.

 

 

44, 45, 46, 47 y 48.- La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, 1635.

En el momento en que la Reina se lanza a los clásicos, los libros de las hermanas Brontë Emily (Cumbres borrascosas), Charlotte (Jane Eyre) y Anne (Agnes Grey), que escriben con seudónimo en los tristes tiempos en que debían ocultar su condición femenina, o del gran narrador decimonónico Charles Dickens (Historia de dos ciudades) se empiezan a amontonar en su mesilla. Tomen aire con este último antes de empezar, como hizo la Reina en el discurso navideño televisado: “Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos”, el equivalente de las letras británicas a “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”. También se atreverá la Reina con autores más complejos, como James Joyce y Cervantes, para llegar, como no podía ser de otra forma en un autor cuya influencia en el continente en el siglo XVII fue extraordinaria, a Pedro Calderón de la Barca, “que es tan bueno como nuestro Shakespeare, si no mejor. Afortunadamente, los españoles no se han dado cuenta”, respira aliviada Isabel II. Este ligero pellizco al lector español debería ser respondido con una lectura atenta de uno de los dramas más importantes en lengua castellana, antes de zambullirse en sus deliciosas comedias de enredo.

 

 

49, 50, 51 y 52.- En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, 1927

En la charla con el presidente de la República Francesa, contará después la Reina Isabel, “coincidimos en que fue un pobre hombre. Estás leyendo y dan ganas de decirle: Oh, pon un poco más de empeño”. Pero también estuvieron de acuerdo en que la literatura universal debe mucho a Marcel Proust, ese pusilánime genial, quizá el primero que descubrió que todos, en el fondo, somos lo que recordamos y que la memoria es un manantial impagable para la buena literatura. Pueden introducirse en el autor con su primera obra, donde apuntaba las buenas cualidades que desarrollaría después, Los placeres y los días, de 1896. Y después ya pueden hincarle el diente metafórico a En busca del tiempo perdido, sabiendo que les ayudará saber que se estructura en siete novelas. Léanlas por orden y seguro que les enganchará: Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes… Y, una vez cumplida la tarea, que cada uno encuentre la magdalena que le regresará a su infancia. La de la Reina son los regalices Basset, pero su dentista se los ha prohibido, “ni tampoco los fabrican ya”, suspira. Por estos lares tendremos que recurrir a las pastas de Layana, las coronillas de Salcedo o los caramelos Pez de Dulces Unzué, digo yo. Recuerden lo que dijo Isabel: “Las obras completas de Proust son trece tomos. Y dos su biografía. El mejor verano en Balmoral”.

 

 

53 y 54.- Demasiada felicidad, de Alice Munro, 2010.

Si hay ahora mismo un número uno en el mundo en lo que se refiere a maestría para el cuento esa es la canadiense Alice Munro, quien sabía lo suyo de recomendar buena literatura pues fue librera vocacional, como Hutchings, antes de ponerse a escribir. Recibió el Nobel en 2013. A la manera de Chejov (Cuentos completos, de 2017, cuatro tomos), parada y fonda para todo el que quiera saber algo sobre el género, nunca encontraremos grandes acontecimientos en los relatos breves de Munro, pero en todos ellos los personajes sufren esa calambrazo, más sutil que evidente, que les cambia definitivamente. Ella habla de las gentes que conoce bien, las que viven en pequeñas poblaciones aisladas de Ontario pero, como la gran escritora que es, cuando hablas de lo cercano hablas de la humanidad entera. “De aquí a Rusia”, que diría Heather. Por eso su literatura es adictiva. Y tampoco extraña que sea de los pocos escritores que ganen en persona, a juicio de la Reina, por ser una mujer tan poco pagada de sí misma, y mira que tendría motivos sobrados para ello.

 

 

55, 56, 57 y 58.- Mi madre era de Mariúpol, de Natascha Wodin, 2019

Si algún hecho define la literatura del momento en que vivimos, y por el que quedará, es por la abundancia de libros memorialísticos que tratan de reconstruir el pasado reciente, no tanto de quienes escriben, sino de quienes nos precedieron. Para saber quiénes somos, descubrir de dónde venimos. Y, especialmente, en el atormentado siglo XX, cuyas tragedias no debemos olvidar. Para profundizar un poco sobre Ucrania, la Reina recurre al título de la alemana Wodin, que trata de reconstruir la durísima vida de su madre: niña bien y políglota en la Rusia zarista, sobrevive malamente a la Revolución rusa y la represión estalinista, por hambre trabaja para el ocupante alemán porque conoce el idioma y tiene que huir a la carrera porque los soviéticos matan a cualquier colaboracionista. Ya en Alemania, en una durísima postguerra para los refugiados, se suicida. Son muchos los autores que han tratado de explicarse cómo se llegó a las locuras nazi y estalinista y como lo vivieron en su familia. Anoten títulos recientes de calidad incontestable: Los amnésicos. Historia de una familia europea, de Géraldine Schwarz; Los hundidos. En busca de seis entre los seis millones, de Daniel Mendelsohn; o Vida y destino, de Vasily Grossman. Y tomen nota.

 

 

59 y 60.- Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, 1726.

Lo leímos en nuestra juventud como un relato de aventuras, aunque nos decían que era un libro satírico. Hoy sabemos que es uno de los libros de filosofía política más ambiciosos y mejor escritos de la historia. Con razón a la Reina, que ha escandalizado al país entero al repetir sombrero en las carreras de Ascot, a su edad le interesa mucho más lo que escribió el clásico inglés sobre los caballos que el acontecimiento social en el que se homenajea a sí misma la alta sociedad británica. Es en su cuarto viaje donde Gulliver llega al país de los Houyhnhnms (onomatopeya del relincho en inglés) y descubre una sociedad pacífica de caballos nobles e inteligentes frente a unos humanos dominados por la codicia y la violencia. Si decidieran seguir en la época, pueden acudir a un coetáneo de Swift, Daniel Defoe, no solo porque su Robinson Crusoe pase unos días en Pamplona camino de Madrid después de sobrevivir a un ataque de lobos al cruzar los Pirineos, sino porque así aterrizarán por sí mismos en el libro 61 que recomendamos, posterior al estreno de Una lectora desaforada, pero que intuimos es el que estará leyendo en estos momentos Isabel II de Inglaterra en su retiro de Balmoral: Diario del año de la peste, de 1722. Han pasado justo tres siglos desde su escritura, pero no nos negarán que está de rabiosa actualidad.