MARTHA GRAHAM DANCE COMPANY. Dirección: Janet Eilber. Programa: Deep Song, coreografía de M. Graham y música de Henry Cowell; Dark Meadow Suite, Graham/Gchavez; Woodland, Lidberg/Irving Fine; Lamentation Variations, Pagarlava, Move, Keigwin/Mahler, Savage, Chopin; Diversion of Angels,. Graham/Norman Dello. Programación: Fundación Gayarre. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 30 de mayo de 2017. Público: casi lleno (23, 19, 8 euros).

Los que ya tenemos cierta edad recordamos, con emoción, la última aparición en escena de Martha Graham: lo hacía para saludar, ya muy mayor, haciéndose sostener por dos de sus fornidos bailarines; inclinaba la cabeza y su presencia era mágica. Según su más cercano colaborador, Ron Protas, era el momento más esperado por Martha en las giras: pisar el escenario, artista hasta el final (26, 27, 28 de junio de 1986). Todo el mundo está de acuerdo: no es exagerado comparar a Graham con Stravinsky y con Picasso, en cuanto a la revolución del ballet. Excepcional, pues, esta mujer pionera para el arte y para la liberación de la mujer y los derechos civiles. Eterna ya en sus seguidores.

La Martha Graham Dance Company de hoy, guarda las esencias de la fundadora, pero, además, no se ha anquilosado en la nostalgia, sino que, ampliando el repertorio a otros coreógrafos, se nos presenta como un conjunto excelente, disciplinado, con aportes solistas admirables y un dominio de la simetría formidable y de gran potencia visual. O sea, mantenimiento de su tradición estilística -ese acero muscular estilo Graham-, la continua curiosidad por la innovación, y, en definitiva, la calidad. De ahí que la compañía continúe, ahuyentando el peligro que corre cualquier proyecto humano, desaparecido el fundador.

Deep song: La bailarina Anne Souder, muy bien vestida en blanco y negro, evoluciona, aterrorizada, a los sones de unos golpes sordos, entre campanadas rotas y bombas; es una pieza poco espectacular, que juega con un simple banco, entre protector y opresor.

Dark Meadow: aquí reconocemos a la Graham descubridora de movimientos elementales y arcaicos; que otorga al cuerpo un ritmo protagonista y rotundo mientras suena una música quieta -ambos independientes, pero complementarios-; elegante hieratismo, danzas ancestrales americanas, pasos de frisos y vasijas arqueológicas, mujeres como Victorias de Samotracia sostenidas por sus partenaires… ¡Cuánta belleza! No hay un movimiento que sea inútil.

Woodland: cambiamos de coreógrafo -P. Lidberg-, pero no de perfecta ejecución de la compañía. Es una obra más suelta en las individualidades de los bailarines -nos suena más contemporánea, claro-. Lo asombroso de la propuesta es cómo los bailarines -que salen y entran de la escena con la fluidez de continuidad aun en la ausencia- pasan del complicado paso individual, a la simetría de ocho bailarines; la potencia visual es extraordinaria. Detalles de cabezas sobre el pie del compañero. Y el solo de Marcia Memoli, distorsionado, más de cartabón que equilátero, bellísimo.

Lamentaciones: tres miniaturas de coreógrafos invitados. En la primera, un lied de Mahler envuelve la extraordinaria fortaleza de tres bailarines que se disputan la fragilidad de la bailarina: el grosor orquestal mahleriano y la pulcra voz de la soprano. La segunda segunda, es una franja de luz por el que la bailarina -Natasha Diamond- consigue la misma tensión en su cuerpo que el enorme regulador que le impone la música; no hay más, ni menos, es perfecta. La tercera, es una inquietante representación de los miedos a la muerte, de su redención última amorosa; Chopin y su belleza incombustible, mueve los dedos -al detalle- con los que se palpan los bailarines para sentirse vivos. Francamente impresionante. Con tan poco.

Diversion of Angels: la Graham canónica. Los bailarines cruzan el escenario con grandes saltos hacia atrás, como un temps de fleche a lo Graham, con los brazos como alas. Todo surgiendo de la contracción y extensión de los cuerpos. Rotundo éxito.

Por TEOBALDOS. Publicado en diario de Noticias el 1 de junio de 2017.