Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Trabajos de amor perdidos», de Fundación Siglo de Oro, en Baluarte
CRÍTICA TEATRO
TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS. Autor: William Shakespeare. Adaptación: José Padilla. Dirección: Tim Hoare y Rodrigo Arribas. Intérpretes: Javier Collado, Montse Díez, Jesús Fuente, Alicia Garau, Jorge Gurpegui, Julio Hidalgo, José Ramón Iglesias, Alejandra Mayo, Sergio Moral, Raquel Nogueira, José Luis Patiño, Lucía Quintana y Pablo Vázquez. Escenografía y vestuario: Andrew D. Edwards. Producción: Fundación Siglo de Oro, Teatros del Canal y Pentación (Madrid), Baluarte (Navarra) y Shakespeare’s Globe Theatre (Reino Unido). Lugar: Auditorio Baluarte. Fecha: Domingo 24 de abril. Público: Casi lleno, 900 espectadores.
Un Shakespeare muy retocado
Trabajos de amor perdidos es una comedia de juventud y se nota, pues es en exceso discursiva y barroca. Se estrena en 1597 en la corte isabelina pero queda olvidada por dos siglos y es la obra menos representada de Shakespeare. A pesar de ello, dos notas la distinguen entre las 37 piezas que se atribuyen al bardo: es original en el sentido de que la escribe sin recurrir a otro relato anterior y requiere más notas a pie de página que ninguna de las suyas, por su riqueza estilística. Hay versos, juegos de palabras, términos inventados, sintaxis forzada y mucha retórica vacía en varios personajes redichos, que esta versión funde en uno, don Armado. Con esta parodia del romance medieval, el autor se ríe del engolamiento del círculo aristocrático de sir Walter Raleigh, dedicado al conocimiento del universo, ahí es nada, renunciando a los placeres carnales.
El rey de Navarra pacta con sus nobles consagrarse al estudio en plan cartujo durante tres años. La llegada de la princesa de Francia y sus damas complica el juramento y atiza un enredo abigarrado: hay cartas que llegan al destinatario equivocado, baile de máscaras, personajes disfrazados y teatro dentro del teatro. Es una combinación un tanto inocente de farsa y comedia romántica sin personajes protagónicos, pues todas son escenas grupales. Pronto afinará Shakespeare esos mismos recursos y dará obras maestras. El final del libreto, que no de esta versión, tiene un punto de drama. Los jóvenes amantes vuelven de golpe a la realidad cuando un correo anuncia la muerte del rey en París, lo que precipita el regreso de las damas. Kenneth Branagh en cine y Helena Pimenta en teatro entendieron bien su espíritu al ambientarla en la Belle Epoque.
El ambiente bucólico y pastoril que pide una trama al aire libre –las chicas no pueden entrar en palacio– lo brinda la Navarra de Ultrapuertos, con fama en Europa de corte literaria gracias al Heptamerón de su reina Margarita, libro que reúne a la manera del Decamerón de Bocaccio 72 cuentos de amor. Y, además, en un paisaje heterodoxo por ser el calvinismo la religión oficial, lo que suscita inmediatas simpatías en una Inglaterra protestante en lucha sin cuartel con España.
La versión estrenada en Pamplona –que se verá en Madrid y estará el próximo año en la réplica del Globe en Londres– se puede calificar de en exceso de desprejuiciada, aunque mantiene el sentido original. Habrá que ver qué dicen los puristas de la tijera en las escenas del populacho, que quedan un tanto desvaídas; que sean las chicas y no ellos quienes se disfracen, que se trastoque el orden de las escenas y, lo más arrojado, que se introduzca un largo epílogo un año después con rey escocés de por medio.
Lo cierto es que estas libertades dan viveza a la trama y agilizan la almendra central, el flirteo de los chicos, a lo que ayuda una escenografía no realista y sugestiva con cuatro entradas que permite golpes de efecto, como la escena de caza. La pareja Berowne-Catalina tiene diálogos con más registros y matices que los demás enamorados y aquí también brilla gracias a las excelentes interpretaciones de Javier Collado y Montse Díez. También arrancan risas Julio Hidalgo, José Ramón Iglesias y Lucía Quintana, así como Pablo Vázquez haciendo de rústico gracioso. El vestuario decimonónico no chirría hasta que suena música renacentista y llega el baile, única escena que quedó deslucida.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 29 de abril de 2016.
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