CRÍTICA TEATRO

EL MINUTO DEL PAYASO. Compañía: Teatro El Zurdo (Madrid). Autor: José Ramón Fernández. Interpretación: Luis Bermejo. Dirección: Fernando Soto. Iluminación: Eduardo Vizuete. Escenografía y vestuario: Mónica Boromello. Lugar: Civivox Iturrama. Fecha: Sábado 13 de febrero. Público: Dos tercios.

Hazles reír

De vez en cuando se cuelan pequeñas joyas en la cartelera teatral local que hay que difundir a golpe de guasap para evitar que pasen inadvertidas. Un ejemplo es este monólogo con mucho más contenido dramático que cómico, aunque provoque muchas risas, y que no es sino una declaración de amor al viejo oficio de hacer reír bajo una carpa. Un espectáculo que pide cercanía entre público e intérprete y que encajó bien en Civivox Iturrama, con un graderío muy encimado sobre el escenario.

Amaro Junior, tercera generación de payasos, veterano, con su punto inquietantemente triste, aguarda en el sótano de un teatro su turno para actuar en una gala benéfica. Hasta allí llegan los ecos de lo que sucede arriba, por donde van desfilando otros artistas. Contiene su angustia, echa “la meadica del miedo”, prepara la garganta haciendo ruidos guturales, repasa rutinas y calienta el cuerpo. Se viste, merienda y sobrelleva la espera habla que te habla de su vida y oficio: “La gente entra con toda su mierda y con todo su mundo hijo de puta y en un minuto se lo arrancas y lo tiras lejos. Luego salen a la calle y se tropiezan con él y se lo vuelven a meter en el bolsillo como si fueran las llaves de su casa. Pero se les ha quedado dentro la lucecita de una sonrisa. Ese minuto les puede salvar la vida”, dice.

El texto muestra la maestría de José Ramón Fernández como autor, pues camufla muy bien su alto voltaje literario: “La música, como la risa, te defiende del miedo”, advierte Amaro cuando se arranca con la guitarra. “Si tienes que decir la verdad a las personas, hazles reír; de lo contrario te matarán”, dice citando a Oscar Wilde. El monólogo mezcla tecnicismos circenses con un tono y lenguaje llanos, situaciones cotidianas y referencias a personas reales, y el público empatiza de inmediato al oír hablar de Zampabollos, el Chino de Burgos, Charlie Rivel, Miliki o Pepe Viyuela.

El efecto de un texto vibrante y complejo se agranda gracias a la excelente interpretación de Luis Bermejo, a quien veremos en mayo en el Gayarre encarnando a Juan Carlos I en El rey. Dotado de una extraordinaria expresividad facial y un dominio poderoso del registro dramático, juega con el desconcierto inicial del público para metérselo al poco en el bolsillo cantando, improvisando en el patio de butacas y vacilándole. Hay momentos conmovedores, como cuando cuenta su  amor frustrado por una caballista rusa o el día que descubrió su vocación, cortando el llanto de un niño en el parque. Confesando sus miedos logra situarse al borde de las lágrimas, pero entonces corta el rollo bruscamente y se ríe del efecto causado. Bermejo logra finalmente que los espectadores estallen en carcajadas en la mejor secuencia cómica, autorreferencial, riéndose de lo absurdo de El minuto del payaso, imitando a un espectador de edad que pide continuamente en voz baja a su mujer que lo saque del teatro porque no entiende semejante mamarrachada. Termina con un regalo, una contraseña para vencer al miedo: “¡Papapancho!”.

El espacio escenográfico es excelente, enmarcado a la izquierda por la cordada con los contrapesos que sostienen los telones del teatro y una maleta tibiamente iluminada a modo de improvisado camerino. Junto con el vestuario, guía con facilidad al espectador a la trastienda del oficio del payaso, para mostrarlo en su más tierna desnudez. Brillante.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 19 de febrero de 2016.