CRÍTICA TEATRO

LAS ALEGRES CASADASAutor: Sobre Las alegres comadres de Windsor, de William Shakespeare. Versión y dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Miguel Munárriz, Marta Juániz, Maite Redín, Adriana Olmedo y Patxi Pérez. Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan. Sonido: Lívori Barbez. Iluminación: Koldo Tainta. Producción: TDiferencia y La Nave (Navarra). Lugar: Olite. Espacio La Cava. Fecha: Martes 28 de julio. Público: Lleno, 400 espectadores.

Falstaff muy bien acompañado

Las alegres comadres de Windsor se estrena hacia 1597 en el Palacio Real porque es un encargo directo de la reina Isabel I. Se había reído tanto con el personaje de Falstaff en Enrique IV que pidió al escritor una obra donde fuera el carácter protagonista y apareciera enamorado. El gordinflón que tan bien lo encarnó Orson Welles (Campanadas a medianoche, 1965) tiene cierta alcurnia porque fue preceptor de un príncipe y soldado, presume de culto, glotón, pendenciero y golfo y su hábitat es la taberna rodeado de putas. Es un trasunto del simpático Dionisos de las comedias griegas y personifica el exceso. Shakespeare lo sitúa en una comedia muy novedosa para la época, en un ambiente totalmente burgués (primera de sus grandes obras sin reyes ni nobles) reflejo de la pujante clase media británica que está haciéndose con el poder en esos años y a la que pertenece el propio escritor. Son personajes totalmente realistas en un argumento que oscila hacia la farsa por la forzada verosimilitud de los enredos. La segunda gran aportación es la presencia de las mujeres seguras de sí mismas como fuerzas motrices de la comedia social, que tanto juego ha dado en el teatro occidental.

La trama se centra en la burla y castigo que dos casadas, ya maduras, practican contra Falstaff, que ha intentado seducirlas con el objetivo de beneficiárselas y sacar además algún dinero de ellas, pues está arruinado. Las protagonistas son diferentes entre sí: la señora Ferrari (Maite Redín) es una madraza felizmente casada y despreocupada; su amiga (Adriana Olmedo) tiene que convivir con los celos patológicos de su esposo (Patxi Pérez), así que aprovecha el vacile general para dar una lección a su Otelo doméstico. La versión de Andrés Lima es más procaz y desfachatada que el original y carga las tintas con la señora Ford, que sí engaña al marido (y a su comadre, que no cree que haya llegado tan lejos) y muestra con un sopapo cortante a su esposo que ya no tolera más desconfianzas. En su última escena, en el bosque, tras la humillación a Falstaff, se queda a solas con él y lo mira fijamente, como indicándole que si hubiera sido honesto con ella las cosas podrían haber sido distintas. En la última escena, Lima subraya su amor por el personaje del gordinflón, quien a pesar de haber sido burlado y apaleado conserva la dignidad en la derrota, así como su actitud vitalista ante la vida. Otros matices en la versión están más tibiamente expuestos y hacen que personajes como el señor Ferrari queden un tanto desdibujados (uno de los que encarna Marta Juániz). Lima ha eliminado la trama paralela, la historia de amor de la hija de los Ferrari y, aun así, cinco actores personifican a diez personajes diferentes en una pieza de 105 minutos de duración.

El órdago de las dos compañías navarras contratando a un reputado director como Andrés Lima ha merecido la pena. Nunca han estado tan bien en escena Maite Redín y Adriana Olmedo. También hacía muchísimo tiempo que no veíamos tan magnético en escena a Miguel Munárriz, que hace un Falstaff para enmarcar: por momentos sobrado, en otras irónico, ingenuo y tierno. Ha llegado a la edad justa y con el cuerpo modelado para encarnar al personaje. Marta Juániz brilla como Doña Rápida, de lengua vivaz y lagarta en los negocios, en el que se funden varios caracteres del original, especialmente el de la Celestina y tabernera, aquí madama. Mención especial para el “fichaje” del elenco, el veteranísimo actor vasco Patxi Pérez, que brilla como señor Ford con una gama de registros apabullante y una dicción perfecta, también en franchute. Contrafigura también física de Falstaff, los diálogos donde aparecen ambos personajes logran una hilarante comicidad y son lo mejor de la comedia.

Una escenografía no realista, pero que subraya el tono cabaretero del estilo interpretativo que ha impreso Lima, un vestuario atinado y una banda sonora variopinta –desde ópera a los Rolling– animan una puesta en escena que corre fluida y a buen ritmo, a pesar de los abundantes cambios de personaje y vestuario, realizados con mucha limpieza y a tiempo. Hubo mínimos fallos de texto y algún despiste en las entradas y salidas por los huecos de la escenografía, fruto quizá de la presión de actuar en casa y en el escenario soñado, pero la impresión general es que se trata de un espectáculo de categoría y perfectamente exportable que, tras ser aplaudido en Almagro hace diez días, merece una larga vida sobre los escenarios.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el jueves 30 de julio de 2015.