Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Donde hay agravios no hay celos», de Rojas Zorrilla, por la CNTC, en Baluarte
CRÍTICA TEATRO
Donde hay agravios no hay celos. Autor: Francisco de Rojas Zorrilla, versión de Fernando Sansegundo. Director: Helena Pimenta. Intérpretes: David Lorente, Jesús Noguero, Oscar Zafra, Rafa Castejón, Nuria Gallardo, Clara Sanchís, Fernando Sansegundo, Natalia Millán, Mónica Buiza y Vadzim Yujnevich (acordeón). Escenografía: Esmeralda Díaz. Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico (Madrid). Lugar: Baluarte. Fecha: Sábado 28 de marzo. Público: Media entrada.
Menos honra que celos y agravios
En el teatro español del Siglo de Oro hay galácticos (Lope, Calderón y Tirso) y grandes estrellas, sólo un poco por detrás de los primeros, como Rojas Zorrilla, del círculo de Calderón, y con personalidad propia y diferenciada por haber codificado el subgénero de la “comedia de figurón”, pronto imitado también fuera de España. Donde hay agravios no está entre ellas. Estrenada en 1637 con gran éxito, dejó de representarse con asiduidad, como la mayor parte del patrimonio áureo, que reúne más de 3.000 obras y ha estado condenado durante décadas a la biblioteca. Ahora la CNTC rescata el título en una excelente puesta en escena, y con un reparto de categoría, lo que permite comprobar sobre el escenario en las mejores condiciones sus virtualidades, que son muchas.
Esta comedia retuerce las tramas habituales de enredo con variantes interesantes, como el hecho de que el travestismo esté protagonizado por varones, cuando en el teatro clásico español lo habitual es que sean las mujeres las que tienen que disfrazarse y ocultar su personalidad para abrirse las puertas que le están vedadas en una sociedad rígida y de moralidad externa muy estricta. Aquí, el enredo ofrece grandes posibilidades cómicas y da un protagonismo inusitado al gracioso. Don Juan, el pretendiente, ve descolgarse a un hombre de la casa de su dama con nocturnidad y sigilo y, lógicamente, recela de sus virtudes. Como están prometidos sin conocerse, y como su criado Sancho mandó por error su propio retrato y no el del galán a la susodicha, decide cambiar sus ropajes con el gañán para introducirse en la casa y observar desde una posición subalterna, pero privilegiada para su propósito. Doña Inés, la dama, en la codificada lógica de este teatro, sufre porque se siente atraída por el criado y no por el botarate que se hace pasar por Don Juan.
Sancho, muy cómicamente interpretado por David Lorente, aprovecha ese “momento de gloria” para comer y beber en abundancia, dar órdenes a su amo y hasta meter mano a la dama, algo impensable en cualquiera otra circunstancia. Vestido de caballero, su extraordinario monólogo de la jornada tercera es todo un órdago al concepto del honor del XVII: “¿por qué a mí me ha de podrir / que se use honra en el mundo? / ¿Porque uno llegue a plantar / (dejemos a un lado miedos) / en mi cara cinco dedos, ¿le tengo yo de matar? (…) Duelista que andas cargado / con el puntillo de honor, / dime, tonto, ¿no es peor / ser muerto que abofeteado?”.
Rojas Zorrilla engarza en la trama el segundo enredo perfectamente: Don Fernando sedujo a la hermana de Don Juan y mató al hermano de ambos. Todos se refugian en la casa, de ahí la mixtura de agravios y celos, que son perdonados en una escena final muy bien resuelta al abandonar la directora el tono de comedia. Una escenografía semicircular que mantiene el espíritu del patio de comedias y con abundantes trampillas envuelve a unos personajes condenados a encontrarse una y otra vez en un giro continuo, aunque no da uso a la planta superior. Todos los intérpretes brillaron a gran altura, especialmente el trío Sancho-Juan-Inés, los duelos a espada fueron excelentes y el ritmo vivísimo y sin pausa hicieron fáciles de seguir las dos horas largas de versos de mucha altura.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 3 de abril de 2015.
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