Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Olivia y Eugenio», de Herbert Morote, con Concha Velasco, en Gayarre
CRÍTICA TEATRO
Olivia y Eugenio. Productoras: Focus (Barcelona) y Pentación (Madrid). Autor: Herbert Morote. Director: José Carlos Plaza. Intérpretes: Concha Velasco y Rodrigo Raimondi. Vestuario: Lorenzo Caprile. Escenografía: Francisco Leal. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 21 de febrero. Público: Lleno.
Concha Velasco sigue brillando
Hace un año, Concha Velasco fue anunciada en la programación del Gayarre con Hécuba, estrenada en el Festival de Mérida el verano anterior. Sin embargo, le detectaron un cáncer linfático y hubo que suspender la gira. Cuatro operaciones quirúrgicas después, regresa a la herradura pamplonesa como protagonista absoluta de Olivia y Eugenio y, tras interrumpir la salva de aplausos con el que el público reconoció su actuación, confesó haberse emocionado notablemente porque pensó que nunca más iba a volver a pisar nuestro escenario. Le gritaron “¡guapa!”, porque lo está y sigue luciendo espléndida, y porque actuó con la misma entrega, pasión y sentido del humor que siempre, sólo que interpretando durante más de hora y cuarenta minutos el papel de una mujer enferma de cáncer. Ésta llega a casa con la intención de quitarse la vida ella y de quitársela a su hijo adulto con síndrome de Down, porque ni está dispuesta a pasar por el calvario del deterioro físico total ni cree que el chico estará bien atendido cuando ella falte. El personaje de esta señora de clase alta y cultivada, viuda de un marido ludópata y bebedor, le va como anillo al dedo, pero hace falta valor para interpretarlo y ella lo afrontó con total profesionalidad.
Hay que añadirle una dificultad añadida al trabajo de Concha: compartir el escenario con un chico que tiene síndrome de Down, con las dificultades que eso conlleva. Hay que decir que el joven que interpretó este papel, Rodrigo Raimondi, hijo del barítono de fama internacional Ruggero Raimondi, dio todas sus réplicas y realizó sus entradas y salidas con total precisión, demostrando una capacidad de trabajo, concentración y fiabilidad muy meritoria. La presencia del joven, inhabitual en propuestas profesionales, predispone a favor al público, que rió espontáneamente varios de sus diálogos.
La puesta en escena es metonímica: el salón de la casa está rodeado de puertas y sus quicios para simular las habitaciones, puesto que no hay paredes, solución funcional que no impide “ver” el confortable ambiente que rodea a la protagonista, dueña de una galería de arte, a lo que ayuda el espléndido vestuario que luce. La principal pega de la función es el texto plano de Herbert Morote, escritor peruano que logró éxito de público y crítica hace unos años con El guía del Hermitage, una ingeniosa trasposición de los caracteres del Quijote a la Rusia de la Segunda Guerra Mundial, que se vio en Gayarre. Olivia y Eugenio es un texto truquero por el argumento (no logra pasar de comedia a melodrama) y muy descompensado, puesto que el conflicto tarda en ser expuesto una hora de reloj, cuando todo el público lo conoce previamente y ha empatizado con los dos personajes a los pocos minutos. Siendo como es un largo monólogo camuflado, resulta escasamente ingeniosa y artificial la forma en que la protagonista va desvelando al público su vida (mediante llamadas de teléfono, conversaciones con el chico, hablándose en voz alta, voces en off mientras lee…). Las opiniones sobre la vida, el amor o la corrupción, el miedo a la palabra “mongólico” o sobre el derecho a una muerte digna que expone Olivia, con ser de sentido común, pecan de didácticas y discursivas. Pero como tiene final feliz, deja un buen sabor de boca en los espectadores, que aplaudieron a rabiar.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el jueves 26 de febrero de 2015.
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