Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «El lazarillo de Tormes», con Rafael Álvarez El Brujo, en Zizur Mayor
CRÍTICA TEATRO
El Lazarillo de Tormes. Autor: Adaptación de Fernando Fernán Gómez a partir de la novela anónima. Intérprete y dirección: Rafael Álvarez “El Brujo”. Iluminación: Oskar Adiego. Lugar: Casa de Cultura de Zizur Mayor, dentro del Programa Platea del Gobierno de España. Fecha: Jueves 23 de octubre. Público: Lleno.
Lo de El Brujo, un género propio
La primera vez que vi sólo en el escenario a Rafael Álvarez “El Brujo” llevando todo el peso de la función fue en 1994, con La sombra del Tenorio, de José Luis Alonso de Santos. Mediada la representación, dejó a un lado el texto para comentar con el público (haciendo como que improvisaba) y el patio de butacas estalló en carcajadas con uno de sus más logrados chistes: “Si hay un crítico en la sala, que por favor no opine de este momento, porque quedaría mal reseñar que el actor estuvo bien en el primer acto pero bajó mucho en el intermedio”. El jueves en Zizur Mayor, veinte años después, volvió a repetir el mismo chiste, al igual que ha hecho en los seis u ocho espectáculos monologados que ha producido, dirigido e interpretado desde entonces.
A la hora y cuarto de Lazarillo ya había dicho esa humorada y había parado la representación un par de veces para hacer comentarios sobre su trabajo y la actualidad. Se excusó cuando dijo que se le iba el papel porque estaba haciendo cinco a la vez y los confundía. Disculpó la pobreza de su montaje: escenario vacío, un palo, un taburete y una bota de vino. “Es minimalista, parece teatro vanguardista, a la catalana; si lo ve Ángela Merkel se corre de gusto”, bromeó. Truquero, se ganó al respetable, que lo aplaudía a cada poco y parecía no conocer la novela, porque reía todas las peripecias, puesto que era capaz de ver un arcón donde no lo hay o imaginar una noche clara sólo con un cambio a luz azul. “Público de nivel, de lo contrario se iría a ver El rey León”, añadió. También hizo como que riñó a su iluminador, en esa búsqueda continua de la risa, convirtiendo a su jefe técnico en un intérprete más de la función, al interactuar con él. Finalmente, a los 75 minutos, paró la representación antes del desenlace final para imitar a Fernán Gómez y comentar algunas anécdotas, divertidísimas, que le sucedieron en distintos pueblos con este montaje, nacido en 1991 y retomado ahora. “Podría escribir una obra que se titulase Representando el Lazarillo”, apuntó. Mentira. Lleva en ello unos veinte años.
Y es que, haga lo que haga, escoja el texto que escoja, siempre hace lo mismo, aunque cada tarde parezca nuevo, fresco, improvisado. En mi opinión, ha inventado un género teatral propio, con nombre todavía por definir, dejémoslo de momento en “Lo de El Brujo”. En él, el personaje que interpreta en la obra (ya sea Ciutti, el Lazarillo, San Francisco de Asís, el lector del Quijote) y el actor apodado El Brujo –ése sí que es todo un personaje– se suceden con facilidad asombrosa en escena para crear un espectáculo personal, donde la ruptura de la cuarta pared y el amago de diálogo –no hay tal, siempre lleva el mando de la función– dan variedad al discurso y mantienen toda la atención del espectador, porque apenas en un instante –con un gesto, con un grito, con un leve movimiento de manos– consigue meterlo de nuevo en el drama y emocionarlo. Y lo logra porque es un actor soberbio, con un dominio absoluto del cuerpo y el movimiento, una estudiada puesta en escena que proyecta una falsa naturalidad y con un recurso, su poderosa voz, con la que desdobla personajes, imita, imposta, grita o susurra con una maestría absoluta. Lástima que sólo haga ya espectáculos unipersonales, teniendo tanto que ofrecer.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 31 de octubre de 2014.
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