Crítica de Danza de Teobaldos en Diario de Noticias de «El sastrecillo valiente», con Naiara Mendióroz y Javi Murugarren, en Villava
EL SASTRECILLO VALIENTE. Dirección: Naiara Mendióroz y Javi Murugarren, creación, danza, txalaparta y hang. Acompañamiento: Javier Olaizola, txalaparta y harriparta; Coro de adultos Paz de Ciganda (directora: Mari Paz Arizkun). Música: Bingen Mendizábal. Iluminación: David Alcorta. Programa: Bi-hots/Dos sonidos. Programación: Festival Inmediaciones. Lugar: casa de cultura de Villava. Fecha: 18 de noviembre de 2014. Público: Lleno.
Paloteados
El comienzo es muy potente: un dúo vocal de los dos bailarines, comprometido y bien realizado, en el que las voces se interpelan en frases entrecortadas, hasta llegar al grito y a cierto remedo operístico. Esos irrintzis van a dar paso a la intervención del coro en una composición de corte minimalista, meramente vocalizada, sin texto, y como base a las evoluciones de la pareja, que hacen una estilización -también minimalista- del paloteado: un recorrido de trazo austero de un paso a dos, sobre un impecable ostinato rítmico en los pies, con recorrido parcial del escenario, de esa danza ancestral -que se baila en Cortes, por ejemplo-; pero reduciéndola o destilándola en esa, también, economía de movimientos que le impone la música. Esta tiene entidad coral, pero, como suele ocurrir con el minimalismo, es un arma de doble filo: si a esa música tan simple no se le dota de una riqueza visual -(recordemos la famosa Obstinación de Lucinda Childs / Ph. Glass)- la cosa resulta un tanto monótona.
En la segunda parte, el protagonismo es totalmente instrumental -apenas unos minutos de danza de la bailarina-. Por lo que tendremos que remitirnos al título del ciclo: Inmediaciones, que, seguramente, hace referencia y da más importancia a lo que rodea a la danza que a al arte de Terpsícore, propiamente dicho. No obstante, aparte del excelente concierto de txalaparta y hang, hay dos buenas ideas coreúticas en esta propuesta: la propia presentación en movimiento de los instrumentos, con los intérpretes, incluidos los bailarines, transformados en instrumentistas, que danzan deslizándose, a la vez que tocan; y la “deconstrucción” del instrumento, tabla por tabla, que se va instalando en el escenario a modo de esculturas o ¿barreras? Pero, a mi juicio, son ideas que no terminan de desarrollarse en toda su intensidad dancística. La primera, podría variar un poco mas; la segunda, está sólo insinuada, y es fin y no principio.
Conviven en el cuerpo de estos dos bailarines, su capacidad de fagocitar las artes interpretativas instrumentales: la txalaparta -ya dicho-, y el hang, un instrumento que parece un platillo volante abombado, que encierra en su interior unos campos de tono -uno fundamental, su octava y una quinta por encima de la octava- que, percutido y controlada su expresión, nos ofrece un sonido etéreo y curioso, rico y extensivo, y que agradecemos haber descubierto de las manos de Javi Murugarren. El coro en directo -un poco chillón, quizás por la megafonía- fue otra baza de este espectáculo que gustó a la mayoría del público, pero que se queda un poco corto de danza.
Por TEOBALDOS. Publicado en Diario de Noticias el jueves 27 de noviembre de 2014.
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