Crítica de danza de Teobaldos en Diario de Noticias de «El Mesías», del Ballet Sodre de Uruguay, en Gayarre
BALLET NACIONAL DEL SODRE DE URUGUAY. Director: Julio Bocca. Programa: El Mesías, con coreografía de Mauricio Wainrot. Música: J. F. Haendel. Vestuario y escenografía: Carlos Gallardo. Iluminación: Eli Sirlin. Programación: Ciclo de la Fundación Gayarre. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 31 de octubre de 2014. Público: casi lleno.
Radiante
Fue una preciosa función de ballet. Llena de luz y optimismo. Impregnados los bailarines -26 miembros- de musicalidad, que tradujeron en movimiento la música de Haendel de la mejor manera que se puede hacer: con respeto a su carácter religioso, pero con pasos amatorios, y que nunca obviaron las exigencias de los pentagramas: con un baile continuo, sin trampas de posturas anodinas ni de transición, con un estilo potente, pero sin aristas y siempre cadencioso; exhibiendo una armonía grupal impecable de disciplina y belleza, y que dejaba espacio al eventual protagonismo de los solos, pasos a dos, demisolistas y cuerpo de baile, siendo éste -el concepto coral fluido y de conjunto- el protagonista. Ciertamente, el magisterio de Julio Bocca, su concepción de bailar con la música, de claridad, de no dejar zonas confusas en un planteamiento neoclásico, se notan.
Solo un buen ballet puede abordar el rico y excepcional repertorio coreográfico de Mauricio Wainrot -un coreógrafo que ya ha abordado otros grandes retos sinfónicos o corales como Carmina Burana o La consagración de la primavera-. A mi juicio, Wainrot está en la sintonía de la música de Haendel; parece que todo se repite: recitativo-aria-coro; hieratismo corporal preparatorio-giros y virtuosismo en los solos-esplendor del tutti; y, sin embargo, todo es distinto: cada expresión corporal subraya la solemnidad o filigrana de la narración vocal. Los pasos no se gastan, las posturas no se agotan, la blancura adquiere los innumerables tonos de la piel en movimiento. Y, algo que, incluso teológicamente, me atrevo a decir, es un acierto: casi todos los números -Bocca hace una selección de los más jubilosos, pero sin dejar la Crucifixión– terminan en una espectacular elevación de los bailarines, como llamando a la Resurrección del Aleluya final, con el que termina el espectáculo, un final en el que es difícil no quedar sepultado por la partitura y que Wainrot soluciona con orden, una bien cuadrada simetría, radiante alegría, y cierta humildad -deja que los tules angelicales preparen la entrada de todos para la apoteosis final-. A fin de cuentas, la famosa obra de Haendel es a la música, lo que el Cantar de los Cantares a la literatura.
Durante toda la velada, el público fue abducido por ese resplandor que surgía del escenario. Aplaudió todos los números, incluso solapando el comienzo del siguiente y se entregó a la clara narración de los hechos: círculos muy bien realizados en los pasajes de agilidades vocales, giros impecables clásicos en los solistas, pasos a dos arriesgados de cuerpo a cuerpo, y dramatismo contenido en la representación de la cruz con figuras estatuarias muy bellas. Lucimiento del cuerpo de baile femenino y masculino por separado -estos reforzando las arias de bravura del barítono-, rotundidad de los solos -que surgen de la calidad del conjunto-, y perfecta sintonía de todos; concretamente la coreografía y la plasmación de la fuga fue uno de los puntos álgidos de la velada. Vestuario e iluminación a tono con lo planteado. Un éxito rotundo.
Por Teobaldos. Publicado en Diario de Noticias el jueves 6 de noviembre de 2014.
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