CRÍTICA TEATRO

Otelo. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre Teatro. Intérpretes: Daniel Albaladejo (Otelo), Arturo Querejeta (Yago), Fernando Sendino (Casio), Héctor Carballo (Rodrigo), Cristina Adua (Desdémona), Isabel Rodes (Emilia), Francisco Rojas, José Ramón Iglesias y Ángel Galán (músico). Dirección: Eduardo Vasco. Lugar: Baluarte. Fecha: Viernes 11 de abril. Público: Lleno (solo salen a la venta las butacas de sala, 1.036).

Ejemplo de puesta en escena

Estamos en racha. Si en marzo vimos una adaptación magistral de un clásico (Misántropo, Miguel del Arco), ahora disfrutamos de un Otelo con una puesta en escena actual, en la línea de las mejores compañías británicas. Es evidente que Eduardo Vasco ha visto el trabajo de Declan Donellan y su compañía Cheek by Jowl, a la vanguardia mundial. Son habituales en el Festival de Otoño madrileño (recuerdo Cymbelino en 2007, Troilo y Crésida en 2008, Macbeth en 2010). Copiar bien tiene casi tanto mérito como inventar. Me explico. Por un lado, propone un escenario limpio, en el que apenas tres elementos cambiantes sirven para configurar distintos escenarios, lo que permite transiciones entre escenas instantáneas y un ritmo sin altibajos. Lo principal, la colocación de los personajes, muy cuidada, que visualiza diálogos que parecen trazados con tiralíneas de lado a lado del escenario. Si dos hablan de un tercero, éste aparece en el escenario ante los espectadores, aunque en distinto plano temporal o espacial o ya colocado para iniciar la siguiente escena, de una forma limpia e inteligible. Así, se evitan los bailes de nombres o las confusiones propias a las que se presta la rica verborrea del teatro clásico.

Lo que no harían los británicos es amputar el texto, en eso son inflexibles. Sí lo  hizo la adaptadora, Yolanda Pallín, pero sabiamente. Siendo una compañía privada, reduce a 8 actores el reparto (para representar a 10 personajes) y elimina las escenas de diversión no relacionadas con el asunto: la perversa trama que maquina Yago para arruinar a Otelo y Casio. Pallín-Vasco consiguen dar naturalidad al montaje de forma paradójica, pues llevan a primerísimo primer plano, fuera del escenario y entre el público, algo tan aparentemente artificioso como los soliloquios de Yago. Este es el gran truco de Shakespeare en Otelo: los espectadores conocemos con antelación lo que va a suceder por boca del maquinador y, conforme se cumplen sus siniestros planes, los protagonistas se marionetizan, se nos presentan como trágicos peleles a los que no hay forma de avisar del trágico destino que les espera. Y nos apiadamos de ellos. Respecto de la versión, sólo una pega al fundirse en uno dos personajes femeninos: Emilia, esposa de Yago y doncella de Desdémona, y Blanca, amante de Casio. Yago (aquí cornudo) no actúa por celos contra Casio, pero esa motivación sugerida resta fuerza a una obra sobre la maldad absoluta: el inmenso daño que causa Yago por algo tan fútil como no haber sido ascendido.

Desdémona en su ingenuidad es conmovedora. Otelo, Casio y Rodrigo son hombres de armas rudos, pendencieros, prestos a dejarse llevar por sus peores instintos (emborracharse, golpear), acostumbrados a dar y recibir órdenes, a tomar decisiones poco meditadas, y lo transmiten bien. Albadalejo interioriza la patética inseguridad de Otelo: moro y negro en una clasista Venecia. Querejeta expresa muy bien la hipocresía y perversidad de Yago. Hay mucha violencia de género en el montaje. Aunque está en el texto, Vasco carga las tintas y la visualiza: Otelo mata a golpes a Desdémona (y no la ahoga dulcemente con la almohada). A cambio, evita al espectador las muertes finales: el suicidio de Otelo y el asesinato de Emilia a manos de Yago. No hacían falta. Para la última escena, ya íbamos sobrados.

POR VÍCTOR IRIARTE. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 16 de abril.