CRÍTICA TEATRO

El hotelito. Autor: Antonio Gala.  Compañía: Fundación La casa del actor (Madrid). Intérpretes: Bárbara Rey, Elena Martín, Alejandra Torray, María Garralón y Charo Zapardiel. Dirección: La casa del actor. Lugar: Teatro de Ansoain. Fecha: Viernes 28 de marzo. Público: Casi lleno.

Transición hasta en la escena

Concluye este raro mes de marzo donde todo parece confabulado para devolvernos a los años duros y excitantes de la Transición. A la muerte de Adolfo Suárez, que ha traído un revival de imágenes de aquellos tiempos, se suman las protestas estudiantiles que, aun sin Cojo Manteca de por medio, parece que recuperan la popularidad de antaño. Por no hablar de la nueva guerra fría (tibia, mejor) revivida con la recuperación a las bravas de Crimea por parte de Rusia. Y en estas que, en el Teatro de Ansoain, reaparecen como por encanto populares figuras de aquellos años, como María Garralón (Verano azul); Elena Martín, del dúo cómico Las Virtudes, o Bárbara Rey, de profesión, “sus elefantes”, como decían las revistas satíricas de la época.

La obra elegida, de 1985, también nos devuelve a aquellos años, en concreto, al eterno debate sobre el ser del país acunado en las discusiones políticas durante la compleja construcción del Estado de las Autonomías. Es, pues, una obra de teatro simbolista. En un caserón del siglo XV en ruinas (España) conviven entre reproches cinco mujeres mal avenidas, que encarnan el centralismo madrileño-castellano, Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía. La venta de la casa permite airear los tópicos y simplificaciones sobre la difícil convivencia. La posición del autor, que es andaluz, parece evidente: sobre un escenario, y analizado con la suficiente distancia, las discusiones se ven pueriles. La elección del texto supongo que apunta al debate de moda sobre el “derecho a decidir”.

El hotelito es, en términos estrictamente dramáticos, una de las piezas menos afortunadas de un gran autor, Antonio Gala, popular en los últimos años del franquismo y primeros de la democracia por sus excelentes dramas en los que subyacía una clara defensa de las libertades, personales y políticas. Pero es que es una pieza sin trama, sin nudo, sin acción. Un puro intercambio de frases durante más de hora y media, con personajes acartonados que carecen de “vida”, pues sólo funcionan como cuerpo para exponer ideas del autor. Se apunta una suerte de humor que leído no funciona y que provocó carcajadas cuando la representación, bastante respetuosa con el texto original, tiró hacia lo sainetesco, en un intento un poco a la desesperada del anónimo director por insuflarle interés. Dudo que hubiera sido la intención de Gala, pues con esta opción desentonan aun más las partes poéticas del texto.

Aspectos deficientemente elaborados en la obra original, como la presencia en off de la pareja de Begoña, la vasca, que simboliza el terrorismo de ETA y es un maltratador, demuestra cómo ha avanzado en 30 años la conciencia sobre la violencia de género. Hoy nadie escribiría algo así.

Las cinco actrices son veteranas y demostraron solvencia sobre las tablas, pues reprodujeron con gracia, voluntariamente exagerados, los acentos regionales. Tienen mérito pues es un texto difícil, que exige precisión en los diálogos cruzados y cambios de registro abruptos en ese todas contra todas. Es increíble el poder que tiene en teatro un rostro popular a la hora de atraer público. Por morbo o interés, lo cierto es que llenaron con un público maduro. Ayudó el cartel, con fotos de las actrices 30 años más jóvenes, casi preconstitucionales.

POR VÍCTOR IRIARTE. Publicado en Diario de Noticias el domingo 30 de marzo de 2014.