Obra: Los hijos se han dormido. Versión de La Gaviota de Antón Chéjov. Dirección: Daniel Veronese. Intérpretes: Malena Alterio, Diego Martín, Miguel Rellán, Pablo Rivero, Marina Salas, Malena Gutiérrez, Aníbal Soto, Alfonso Lara, Susi Sánchez, Ginés García Millán. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 02/03/13. Público: lleno.

Más que Chéjov, frenesí

El argentino Daniel Veronese es ya un viejo conocido. Hemos tenido ocasión de apreciar su estilo aplicado tanto a textos propios como a adaptaciones de otros grandes autores: Ibsen, Chéjov o Mamet. En todos los casos, el director agita la escena con un temporal de palabras; una mar gruesa que, al retirarse, deja los sentimientos sobre las tablas como los restos de un naufragio. Y, sin embargo, todo está cuidadosamente medido: las meteóricas entradas y salidas, las réplicas engarzadas, o esos barullos aparentes que se forman como una tormenta de verano, pero que dejan escapar entre sus truenos la información justa que el respetable necesita. Son montajes exigentes, aunque gratificantes para el actor, y cautivadores para un espectador al que se le lleva al galope por la trama, sin dejarle casi un respiro. La reflexión, para la salida.

No puedo decir, por tanto, que enfrentarse así a Chéjov constituya ahora una sorpresa. Sí que lo es, en cierta medida, que mis personales sensaciones no hayan sido las mismas en esta ocasión que cuando Veronese nos lo mostró en Espía a una mujer que se mata, versión del Tío Vania; o cuando hizo lo propio con la Casa de muñecas de Ibsen en El desarrollo de la civilización venidera. Me convencieron, mucho, aquellas revisiones: viví el clima de amenaza que se cernía sobre Nora, o la angustia sin escape en la hacienda de los Serebriakov. En buena lógica, la receta debería funcionar también en La gaviota. Y, sin embargo, algo me falla. Chéjov presenta la obra como un lago de aguas tranquilas bajo las que circulan corrientes subterráneas y remolinos turbulentos, y donde se pierde pie en pozas traicioneras. Veronese lanza piedras a este estanque, para agitar su superficie y para mezclar sus aguas con el fango del fondo. Lo oculto se explicita, todo queda desvelado, a la vista, pero yo no lo siento. Cada escena se arma como una acumulación de fuerzas, que se agolpan, descargan y dejan una calma pasajera, preludio de la siguiente tempestad. Una sucesión de clímax en los que me parece que la tensión ha sustituido al sentimiento.

La destreza técnica de Veronese, no obstante, sigue funcionando. Hay que reconocer su dominio de la escena, o su habilidad para usar en beneficio propio las convenciones del teatro, con esa escenografía neutra capaz de absorber todos los espacios de la acción como si fuera un agujero negro; ídem con el tiempo, que queda comprimido en un presente continuo que borra los lapsos entre las escenas. Todo sucede aquí y ahora. Veronese también se las ingenia para colar de rondón ideas sobre el teatro, o referencias oportunas a Hamlet para definir implícitamente la relación materno-filial de Irina y Kostya. Y, sobre todo, no falla en una magnífica dirección de actores que los hace funcionar como mecanismos de precisión. Todo el reparto ofrece una actuación sólida. Por señalar tal vez algún punto débil diría que en la escena final de Marina Salas (Nina) flojeó un poquito la convicción en su desesperanza. Pero creo que lo demás funciona a las mil maravillas en líneas generales: Miguel Rellán demuestra lo buen actor que es y que ha sido siempre; me gustó también la frívola Irina de Susi Sánchez; o la Mascha de Malena Alterio y el Boris de Ginés García Millán, personajes en los que sí me parece que se trasluce un tormento interno bajo la capa de palabras.

Pedro Zabalza en Diario de Noticias y http://oscurofinal.wordpress.com/