Autor: Tadeusz Slobdzianek. Dirección: Carme Portaceli. Intérpretes: Jordi Brunet, Ferrán Carvajal, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Isak Ferriz, Gabriel Flores, Carlota Olcina, Albert Pérez, Jordi Rico, Xavier Ripoll. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 16/05/2012.

La mala vecindad

NUESTRA clase, del polaco Tadeusz Slobdzianek, condensa una parte importante de la intrahistoria de Europa en el pasado siglo a través de las vivencias de sus diez personajes. Cinco de ellos son judíos y los otros cinco, católicos. Empezamos en una Polonia que acaba de recobrar su independencia. Católicos y judíos comparten la misma clase en el colegio. Pero la disparidad de credo trae de la mano la conciencia de la diferenciación, el sentimiento de pertenencia a un bando y la exclusión del otro. Chiquilladas, pero mamadas casi desde la cuna. Años después, cuando las circunstancias de la ocupación alemana disuelvan los límites de la moral y derrumben los diques del odio, las chiquilladas se volverán crímenes en masa. En julio de 1941, los católicos de la pequeña localidad de Jedwabne obligaron a sus vecinos judíos a entrar en un granero al que después prendieron fuego. Murieron más de trescientas personas. Después, por encima de la tierra de la fosa común se vertió una capa de mentira autoexculpatoria, culpando a los nazis del crimen.

Centrada en este suceso, Nuestra clase recoge además los años previos y las décadas posteriores hasta que, entrado ya este siglo, una investigación hizo oficial la verdad. Hablamos de una obra larga, por tanto, cercana a las tres horas de duración. Una obra extensa, pero sobre todo intensa. De una intensidad de esas que se experimentan solo en ocasiones especiales, de las que le dejan a uno removido por dentro y debe palparse después las entrañas para asegurarse de que todo sigue en su sitio.

Para empezar, hay un dibujo de personajes extraordinario. Porque una cosa es que hayan existido de verdad, y otra, delinearlos para que, con una síntesis de trazos maestros, nos parezcan más reales que la vida misma. El protagonista perverso de esta historia tal vez sea Zygmunt, un cobarde egoísta y, al mismo tiempo, dolorosamente humano, capaz de vender a su madre por garantizarse la supervivencia. La trama traza la línea paralela de Menachem, un personaje sediento de justa venganza que, en cierto modo, acaba pareciéndose a su archienemigo. Pero ninguno de ellos alcanza la complejidad de la pareja Wladek/Rachelka: él, un católico participante en el pogromo enamorado de ella, una judía obligada a convertirse para casarse con él y salvar así su vida. Wladek terminará consumido por una inagotable sed de justicia, mientras que Rachelka solo ansía vivir en la anestesia de la adicción televisiva.

Cierto es que la intensidad de Nuestra clase sigue un dibujo de campana de Gauss, con el pico en la parte central, el que describe el episodio de la masacre, al que sigue un epílogo interesante, pero que contiene momentos tal vez algo superfluos. Tal vez influya que este último tercio sea más narrativo, construido sobre los testimonios desconectados de los protagonistas, alejados ya espacial o sentimentalmente, o simplemente muertos. Toda la parte central está dramatizada de manera soberbia. Algo en lo que tiene mucho mérito la labor de la directora, Carme Portaceli, componiendo las relaciones entre los personajes para producir una sensación de efervescencia sin que nada parezca desordenado, amén de sacar un excelente partido a la sencilla escenografía de mesas y sillas. Se apoya, por supuesto, en un conjunto de extraordinarios actores. No sería capaz de destacar a nadie. Todos dan siempre la nota justa en sus interpretaciones, contribuyendo a crear un espectáculo que será difícil de olvidar.

Pedro Zabalza. Diario de Noticias.