CRÍTICA TEATRO

DIVINAS PALABRAS. Autor: Ramón María del Valle-Inclán. Compañía: El Bardo (Navarra). Dirección: Paco Ocaña. Intérpretes: Pablo Asiain, Javier Chocarro, Noemí Alcalá, Inma Gutierrez, Fernando Eugui, Carol Vázquez, Carmen Nadal, Txuma García, Elena Úriz, Itziar Andradas, Joseba Alzueta, Ana Zabalza, Manolo Almagro, Javier Briansó, Iñaki Esparza, Urko Ocaña, Amaia García, Carolina Calvo y Pablo Ruiz de Gauna. Vestuario: Aiora Ganuza. Iluminación: José Mª Ballesta. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 29 de mayo. Público: 400 espectadores.

Sordidez galaica

Divinas palabras es una de las obras más salvajes, crueles, sórdidas y, aunque nos parezca difícil de creer, realistas de Valle. Un catálogo de las bajezas humanas, pues por ella rula el crimen, parricidio, incesto, maledicencias, un intento de lapidación y la explotación del desdichado para la mendicidad… No hay personaje bueno y, siendo todos de baja condición social, da idea de la lucha hobbesiana por la supervivencia en  nuestro pasado reciente. Muere la madre de un niño hidrocéfalo y enseguida se disputan el lucrativo negocio de exhibirlo a la puerta de las iglesias de la salvaje Galicia sus tías, Marica del Reino y Mari Gaila. Ésta, mujer de sacristán, lo explota por las ferias y en los caminos conoce a un punto de cuidado, Séptimo Miau, que la seduce. Al niño lo emborrachan hasta matarlo por pura juerga y acabará devorado por los cerdos mientras las cuñadas se van pasando el cadáver para ahorrarse el gasto del entierro. Ese es el tono. Lo verdaderamente sorprendente del texto de Valle es cómo los personajes viven con naturalidad peripecia tan repugnante. Se escribió en 1919 y fue de los pocos textos que Valle logró estrenar en vida. No es tragedia porque no acaba del  todo mal –el marido cornudo perdona a la adúltera e impide su lapidación–, y porque todo allí es chusco: intenta suicidarse tirándose del campanario pero hasta eso le sale mal y sobrevive. Pronto Valle perfeccionará la técnica y dará en el esperpento.

El Bardo lo estrenó en 2013 pero apenas pudo representarlo. Tenía ganas de recuperarlo y 18 de los 19 integrantes del primer reparto lo han devuelto a las tablas, lo cual es buena cosa porque es difícil disfrutar este clásico si no es en el campo aficionado. El montaje pide humedad y mugre, olor a cazalla, fritanga y sudor de posada y el grupo lo logra con creces, porque ni peina el texto ni ahorra escabrosidades. Es un montaje excelentemente vestido por Aiora Ganuza y bien iluminado, en tonos tenebristas. Fernando Eugui compone soberbiamente el personaje del niño oligofrénico y la forma en que representa su borrachera y muerte impacta. Carol Vázquez y Javier Chocarro dan vitalidad, viveza y verdad a sus papeles de amantes desprejuiciados, rodeados en escena por un grupo de actores que les dan muy bien las réplicas, como  Elena Úriz, Txuma García o Carmen Nadal, entre otros, que acanallan lo justo sus respectivos roles. Pablo Asiain bracea y pasea en exceso, especialmente en su primera escena, pero gana enteros como marido celoso y desesperado y brilla cuando borracho trata de forzar a su  hija. Es excelente la escena de las brujas y la posesión diabólica y en general todas las de grupo, salvo la lapidación, que queda un tanto sucia.

Paco Ocaña ha puesto especial cuidado en dar viveza a los cambios de escena pero sigue esclavo de un atrezzo que muchas veces sobra, porque es imposible construir un paisaje totalmente realista con tan contados medios materiales. Debería dividir el espacio escénico en dos y simultanear escenas jugando con la luz y efectos de sonido –sobra escenario en las escenas más íntimas– y aprovechar más el pasillo de foro, porque el teatro barroco de Valle pide profundidad de campo y movimientos diagonales. El suicidio del sacristán, imposible de hacerlo impactante en escena, ganaría en off, viendo el público sólo la reacción del populacho. Está programado el domingo en Burlada y merece la pena ver trabajo tan meritorio.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 1 de junio de 2016.