Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de “El discurso del rey”, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
EL DISCURSO DEL REY. Producción: Zebra (Madrid). Autor: David Seidler. Versión: Emilio Hernández. Dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Adrián Lastra, Roberto Álvarez, Ana Villa, Gabriel Garbisu, Lola Marceli y Ángel Savín. Coreografía: Fuensanta Morales. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 22 de enero. Público: Casi lleno.
Ni pompa ni circunstancia
El discurso del rey, de 2010 es una de las películas británicas de más éxito comercial y de crítica de las últimas décadas. Logró cuatro premios Oscar, un tanto sorprendentes los de Mejor Película y Mejor Director, pues es más efectista que profunda, pero más entendibles el de Mejor Actor (el excelso Colin Firth) y Mejor Guión Original, dado que combina dos aspectos muy del gusto americano, como son las historias de superación personal de una tara invalidante (en este caso, la tartamudez en personas sujetas al escrutinio público) y la parafernalia que rodea a la monarquía británica.
La propuesta teatral comienza realmente bien en su primera escena, con el rey desnudo, de espaldas al patio de butacas, visibilizando de un solo golpe a nuestros ojos la increíble sensación de desvalimiento del protagonista. Esa escena promete una puesta en escena poética y esencial, pero el efecto desaparece de inmediato debido a la increíble torpeza del libretista y a la errada propuesta de dirección, que encaja en esta historia como a un Cristo dos pistolas. En primer lugar, no hay adaptación del guión cinematográfico al teatro, sino una traslación –más bien reducción– a las tablas del original, lo que siempre queda pobre y ridículo. Un ejemplo: la aparición del príncipe de Gales haciendo como que vuela, para remedar que en la película se encuentra con su hermano en un aeródromo. El teatro debe competir con sus recursos intrínsecos –condensación, emoción, proximidad– en vez de tratar de imitar los del cine, con los que siempre está en desventaja. En román paladino, en este montaje sobran todas las escenas que no sean las del rey Jorge VI y su entrenador australiano, Lionel Logue, únicos momentos en los que se respira verdad. A eso se suma la pobreza de los diálogos, la burda caracterización de los personajes (¡qué falta de pompa y circunstancia en actitudes y movimientos!), la superficialidad del personaje del fonoaudiólogo, presentado como un chisgarabís simpático y no como un hombre que arrastra una muy atractiva frustración vital. Sobra erudición y es un error cargar las tintas en la importancia del “discurso” radiofónico, como si en ello le hubiera ido a Gran Bretaña el ganar o perder la guerra, que es lo más endeble de la película y queda inverosímil en teatro. Por no hablar de los errores históricos, como decir que Hitler aterroriza a Europa un año después de la caída de la monarquía en España, esto es, en 1932, un año ante de que llegue a la Cancillería.
La dirección de Magüi Mira va en contra de la esencialidad de una historia que no es sino la del choque de trenes de un hombre acomplejado y sometido a una presión brutal frente al primer plebeyo que le mira de tú a tú y que le hace ver que su problema no es físico sino fruto de un complejo de inferioridad absurdo. Verlos bailar junto al resto del reparto en la transición entre escenas y aguantar una banda sonora peliculera mata toda empatía con el relato. La puesta en escena, propia de sala alternativa, no funciona. Los intérpretes son solventes y se aúpan por encima del libreto: Lola Marcelí hace muy bien su malvada de dibujo animado Wallis Simpson, y Roberto Álvarez y Angel Savín crean unos graciosetes Logue y Churchil. Sí logra varios momentos encomiables Adrián Lastra como Jorge VI, muy bien apoyado por Ana Villa en una creíble “reina madre”.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 24 de enero de 2016.
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