Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Dínamo», de Claudio Tolcachir, con Timbre 4, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
DÍNAMO. Libro y dirección: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti y Melisa Hermida. Intérpretes: Daniela Pal, Marta Lubos y Paula Ransenberg. Música en vivo: Joaquín Segade. Iluminación: Ricardo Sica. Vestuario: Pepe Uría. Producción: Teatro Timbre 4, Maxime Seugé y Jonathan Zak (Argentina). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 30 de octubre. Público: 170 espectadores.
Silencios
Claudio Tolcachir es una de las muchas cosas buenas que le ha pasado al teatro argentino en los últimos lustros. En plena crisis del “corralito”, en 2001, sabiendo que difícilmente le iban a ofrecer trabajo como actor, se retiró a su propia casa a hacer teatro con sus amigos. Comenzaron a improvisar y a crear personajes en sesiones que se desarrollaban de 12 de la noche a 4 de la mañana, único momento en el que podían coincidir todos. Por supuesto, sin cobrar un duro. Tras un año de trabajo surgió La omisión de la familia Coleman, que esperaban representar solo tres meses en el propio domicilio. Pero se corrió la voz de que aquello merecía la pena y más y más gente comenzó a pulsar el timbre 4 del edificio. Pasaron a un teatro y, de ahí, a girar por festivales de todo el mundo. Hoy es una compañía de referencia. Gayarre programó Coleman tras su segundo paso por el Festival de Otoño y sus trabajos posteriores: Tercer cuerpo, El viento en un violín y Emilia. Obras desconcertantes, sin una estructura dramática cerrada, sin una trama propiamente dicha y en las que no pasa nada aunque se digan muchas cosas. Es difícil explicar los argumentos al acabar la representación, contar “de qué va” aquello, que es uno de los sellos de Timbre 4 junto con un trabajo actoral riguroso, donde los personajes –excelsamente interpretados– están siempre un poco dejados de la mano de Dios, en la frontera de la marginalidad o el exilio interior, lo que da a sus historias un punto de intriga y desasosiego cautivador.
Avignon les empujó a un nuestro estreno. Durante un año, Tolcachir ensayó con tres actrices de su escuela, de 70, 50 y 40 años, dando forma a lo que ellas proponían. El desafío fue doble: por un lado, hacer el trabajo de escritura y dirección en compañía, con Lautaro Perotti (el actor que hizo de “Marito”, el loco de la familia Coleman) y Melisa Hermida; por otro, probar un nuevo territorio –el silencio– por el puro placer de descubrir a dónde podía llegar. El trío apostó por desprenderse de la palabra como hilo conductor de la obra, lo que sin duda añade dificultad a la propuesta. Aquí es más importante lo no dicho, la incomunicación vital y los movimientos en escena, que sugieren más que explican.
Una mujer de mediana edad acude a la caravana donde vive una tía suya, antigua rockera, que vemos totalmente fumada. Pronto se da uno cuenta de que quien de verdad está mal de la cabeza es la intrusa, que sueña con volver a jugar al tenis superada, o no, la muerte de sus padres. Una tercera mujer vive escondida en los armarios de la roulotte, tiende en el tejado ropa de bebé y se saca leche de su pecho. Da la impresión que cuida de la vieja a cambio de un lugar donde dormir. Parece, nada es seguro. Pocas veces coinciden los tres personajes dentro del habitáculo. Hay dos escenas memorables: una es el diálogo de la trastornada, en español, con la okupa, que habla una lengua eslava. Conmueve la necesidad de hablar y de creer que recibes la respuesta deseada. La segunda es cuando la extranjera decora la caravana para adecentar el cubículo y habla por Skype con su familia y su criatura de corta edad. Es un idioma ininteligible pero universal, pues entiendes de golpe su drama y su tristeza, y se te encoge el estómago. Un trabajo de laboratorio, muy medido, que desconcierta y atrapa por igual.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 7 de noviembre de 2015.
Comentarios recientes