Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Ruz Bárcenas», de Jordi Casanovas, con Pedro Casablanc y Manolo Solo, en el Gayarre
CRÍTICA TEATRO
RUZ BÁRCENAS. Autor: Jordi Casanovas. Dirección: Alberto San Juan. Intérpretes: Pedro Casablanc y Manolo Solo. Producción: Teatro del Barrio (Madrid) y Teatre Lliure (Barcelona). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Jueves 15 de octubre. Público: 200 espectadores.
“Sobrecogedora” caja de resonancia
El teatro documental o político es muy común en el ámbito anglosajón ya que permite convertir la escena en un laboratorio desde donde analizar hechos reales con una nueva perspectiva. En el Gayarre lo hemos visto importado: Nixon-Frost, sobre la famosa entrevista al ex presidente americano del periodista que le sacó jugosas revelaciones, y El Proyecto Laramie, la investigación sobre las gentes de una pequeña localidad donde se apaleó hasta la muerte a un joven homosexual.
El Teatro del Barrio de Madrid ha entrado de lleno en este género. El viernes 30 de octubre se verá en Zizur Mayor Las guerras correctas, que dramatiza la entrevista de 1995 de Iñaki Gabilondo a un acorralado Felipe González a cuenta de las conexiones de los GAL con su gobierno. Ruz Bárcenas escenifica la declaración del ex tesorero del PP del 15 de julio de 2013 en la que confirmó la existencia de una cuenta B del partido conservador. Con ella se financiaron ilegalmente campañas electorales y se pagaron sobresueldos a sus dirigentes. La función ha dado lugar a la pelicula B, dirigida por el navarro David Ilundain, recién estrenada.
Jordi Casanovas intentó un drama sobre Bárcenas y se vio sobrepasado: era imposible dar verosimilitud a tanto desmadre, así que optó por condensar 5 horas de declaración judicial en una hora exacta de función. Todas las palabras que se pronuncian en escena forman parte de ese testimonio. El político, en prisión y consciente de haber sido abandono por los suyos, decidió cantar. Una confesión muy medida, porque el tipo es listo y calculó los efectos para dañar a sus enemigos (Cospedal principalmente) evitando complicarse su difícil situación procesal mediante socorridos “olvidos”. Dramáticamente, la obra no es un duelo entre un reo que se resiste y juez que sonsaca con habilidad, que sería lo esperado, sino más bien una balacera de datos con que se ametralla a un juez –y al público– que trata de ordenarlos para evitar un error procesal.
El teatro es una caja de resonancia brutal. Cualquier objeto en un escenario vacío adquiere una dimensión extraordinaria. Eso lo saben bien Casanovas-San Juan y logran que la declaración judicial soltada a pelo suene demoledora. A cada minuto salen nombres propios que el público conoce (como nuestro “sobrecogedor” Calixto Ayesa o Jaime Ignacio, el solícito recadista; o la docena larga de empresarios que ha venido untando al partido). Tiene Bárcenas su momento “teatral” cuando habla directamente al público en ausencia del magistrado (como si el espectador fueramos las defensas y acusaciones presentes en el interrogatorio), de inquietante efecto al sugerir que ha sido amenazado. Ello es posible gracias a un extraordinario Pedro Casablanc, que nos entrega sin aspavientos a un Bárcenas engreído, autosuficiente, insidioso y calculador, de maneras florentinas y memoria de elefante, su gran arma. Manuel Solo proyecta a un juez meticuloso y eficiente, que emana autoridad. Ensayado en apenas quince días, el diálogo es vivísimo y ambos actores lo han interiorizado de forma impecable. Dos años después, todo ha ido a peor, así que la obra cumple su finalidad al dibujar el país de chiste en el que vivimos, pues semejante bomba de neutrones no tumbó al Gobierno. El teatro indemniza por tanto a la ciudadanía, pero en diferido y en forma de simulación, como el famoso finiquito.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 24 de octubre de 2015.
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