CRÍTICA TEATRO

MISÁNTROPO. Compañía: Kamikace Producciones (Madrid). Autor: Molière. Versión y dirección: Miguel del Arco. Intérpretes: Israel Elejalde (Alcestes), Raúl Prieto (Filinto), Cristóbal Suárez (Oronte), Bárbara Lennie (Celimena), José Luis Martínez, Miriam Montilla y Manuela Paso. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 8 de marzo. Público: Media entrada.

Retrato de aquí y ahora

Una parte sustancial de la crítica francesa coincide en que El misántropo es la obra cumbre de Molière y afirmación tan rotunda le dejaba a uno un tanto perplejo, conociendo sólo el libreto. Si es así, ¿por qué es menos representada que las popularísimas El avaro, El enfermo imaginario, su Don Juan o Tartufo? Tendía a pensar que es obra que cae bien al crítico literario porque ve reflejado su trabajo (y sus peajes) en el primer acto, cuando el protagonista, Alcestes, se gana la enemistad eterna por emitir un acertado juicio del soneto de Oronte, que es un “truño”, en vez de maquillar su opinión y santas pascuas, pues nada gana con decir lo que piensa y menos expresándolo a las bravas. Pero viendo la excelente adaptación realizada por Miguel del Arco cualquiera puede sumarse desde ya al aserto: en efecto, El misántropo “(Persona que, por su humor tétrico, manifiesta aversión al trato humano”, DRAE) es magistral en el equilibrio compositivo de sus cinco actos y, sobre todo, muestra el genio del autor francés en la observación de la vida y el carácter humano, especialmente de sus miserias. Hay mucho riesgo aquí: todos los personajes son para echar de comer aparte, de alguna manera son despreciables. Molière era un moralista y se nota. Y aunque lo anuncia como comedia, escribe un drama en toda regla en el que el amargo desenlace invita a reflexionar: ¿No es mejor callar, disimular, sonreír, seguir el juego en vez de ser el “rarico” de la panda?

Alcestes, harto de una sociedad donde la maledicencia es moneda corriente, anuncia su idea de vivir apartado. No soporta la hipocresía de quien sonríe de cara y despelleja después. Quiere la verdad sin matices y critica a su amigo Filinto, que le pide ser más flexible y tolerante. Rígido y antipático, resulta conmovedor en su fragilidad y sufrimiento: su amor desgarrado por Celimena, quien le engaña indecentemente.

Donneau de Visé dijo que, con El misántropo, “supo Molière en una sola obra dar la última pincelada a un retrato del siglo”. Miguel del Arco ha logrado una excelente adaptación, respetuosa con la intención del autor: es un retrato del siglo, sí, pero del nuestro, de hoy, aquí y ahora. Son perfectamente reconocibles en el montaje estos tiempos de arribismo y conseguidores, donde triunfa la medianía, la apariencia (y, como dirían en Marcilla, el putiferio), donde se confunde espectáculo con cultura, donde el baboseo y no la decencia es lo que garantiza el medro profesional. El escenario es un callejón a donde da una puerta de carga y descarga de una discoteca donde corre el alcohol, la coca y la insidia. Excelente elección: una trastienda para visualizar que aquí se habla de lo que se dice “a espaldas”. Del Arco ha fundido dos personajes en uno y ha hecho una excelente traslación al lenguaje actual, que mezcla bien con el original. La versión también alcanza a referentes cercanos al público: una lamentable canción de moda en vez del soneto, un clímax con pirateo de mensajes de móviles privados y transiciones “cinematográficas”: proyecciones, cámara lenta, primeros planos logrados con efectos de luz. Subrayo la interpretación de Raúl Prieto como Filinto (su personaje somos los espectadores) dentro del buen tono general, con diálogos llevados a ritmo vivísimo. Una delicia.

POR VÍCTOR IRIARTE en Diario de Noticias. Martes 11 de marzo de 2014