Crítica de Teobaldos en Diario de Noticias de «Flecha rota», de la compañía Dínamo Danza, estrenada en el Teatro Gayarre
COMPAÑÍA DINAMO DANZA. Flecha rota, con coreografía e interpretación de los bailarines Carmen Larraz, Javier Napal y Julio Terrazas; y música de Ignacio F. Galindo (tuba y flautas) y Santi Pizana (percusión). Dirección artística: Carmen Larraz. Escenografía: Acrónica Producciones. Iluminación: Daniel Bernués. Programación: Fundación Gayarre. Lugar y fecha: Teatro Gayarre. Sábado 22 de marzo de 2014. Público: Media entrada.
Danza con la muerte
Un bello, sólido y elegante decorado de una estancia japonesa nos introduce, nada más abrirse el telón, en la milenaria estética de los samuráis. La producción, muy cuidada, con audiovisuales incluidos y música en directo, arropa una coreografía que, sin embargo, se aparta -salvo en algún detalle de vestuario y del vuelo de la lucha- de la tradición o modernidad japonesa de la danza (Butoh, paso de servidumbre en la mujer… etc). Los intérpretes han sido prudentes y no se han querido meter en lo que no dominan. El espectáculo, aun teniendo ese fondo ancestral y con frases muy trascendentales sobreimpresionadas de fondo, camina, coreúticamente, por los derroteros de una narración a tres bandas -dos bailarines y una bailarina- con sus solos, sus pasos a dos y sus pasos a tres. El personaje central, de blanco, es la muerte, y es el que manda; los otros dos se defienden, se atacan para solventarla…, en definitiva, danzan con ella. Siguen lastrando un tanto, los espectáculos de Larraz, la diferencia técnica y de ballet, todavía importante, entre ella y el resto de los intérpretes, y eso que en este se acorta un poco. La entrada en escena de la bailarina es impresionante: la tensión a la que somete al cuerpo esta mujer hace que ya no apartes la vista de ella. Incluso cuando está quieta, baila. Por supuesto que resuelve los pasos arriesgados -abundantes y difíciles-, pero son las diversas texturas de movimiento -desde los más esquinados, hasta los más etéreos- los que realmente te emocionan. Julio Terrazas ha mejorado muchísimo desde la primera vez que le vi (con Siegel, creo), su movimiento es más ecléctico, se ha desprendido de cierto predominio repetitivo que tenía y se mete en el personaje de samurái con convicción -soltura y hieratismo cuando conviene-. Realiza un buen paso a dos, muy especular en simetría con la bailarina, y dialoga con su cuerpo en las elevaciones. Javier Napal aporta el elemento más circense del espectáculo y se revela como buen porteador de la bailarina, pero no es tan convincente como personaje de la muerte: a mi juicio, hay que dotarlo de una solemnidad y contención que irradie tragedia, incluso miedo. No obstante supo mantener el tipo en el paso a tres final, muy bailado, lleno de fuerza que emana de la energía de la bailarina y de la rotundidad física de los bailarines.
Mención aparte merece, en esta ocasión, la música en directo. Sigo de cerca a F. Galindo y su Garaikideak, y se ha lucido con la composición y la interpretación. Toda la música del espectáculo es una verdadera paráfrasis en clave contemporánea de la música nipona. Fue, en sí, un excelente concierto. Muy bellas tanto la confrontación tímbrica entre la tuba (el instrumento más grave de viento) y las diversas -a veces hirientes- flautas japonesas, como la percusión tratada como un instrumento casi melódico -soberbia la interpretación del percusionista Santi Pizana-. Por supuesto, todo al servicio de los bailarines, a los que subrayaban con milimétrica precisión en sus movimientos, y a los que aportaron las atmósferas exigidas por la danza: del misterio a la lucha.
Por TEOBALDOS en Diario de Noticias. Martes 25 de marzo.
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